Las Islas Marshall, el último país del mundo en armar una selección y saltar al terreno de juego
La selección marshalesa acaba de disputar el primer partido amistoso de su historia y confía en que sea un paso decisivo para impulsar el fútbol en este pequeño territorio de Oceanía


“Somos el único país de la Tierra sin un equipo de fútbol”. Así se presentó durante años la Federación Nacional de las Islas Marshall en su página web. Hasta ahora. En los próximos días sus dirigentes tendrán que buscar un nuevo eslogan. Esta semana, la selección marshalesa debutó por fin en la escena internacional y disputó el primer partido amistoso de su historia contra el combinado de las Islas Vírgenes de Estados Unidos. “Ha sido increíble”, afirma Lloyd Owers, el entrenador, sin ocultar su emoción al otro lado del teléfono. “Tener la oportunidad de entrar en el terreno de juego con todos los jugadores y escuchar nuestro himno ha sido un momento muy especial para todos nosotros”, cuenta en entrevista con este diario.
El último equipo del mundo en saltar a la cancha es un diminuto país de Oceanía de 181 kilómetros cuadrados y poco más de 40.000 habitantes, situado en mitad del océano Pacífico y más conocido por las decenas de bombas nucleares que fueron probadas sobre su territorio que por su escasa tradición futbolística desde que se independizó en 1986. Pero la irrupción de las Islas Marshall en el fútbol de selecciones nacionales ha acaparado la atención de medios de comunicación y aficionados de todo el planeta. “No voy a mentir, estuve nervioso, pero también muy emocionado todo el día”, confiesa Owers sobre las horas previas.
Los nervios estaban justificados. Las Islas Vírgenes Estadounidenses ocupan el sitio 207 en el ránking de la FIFA —sólo por encima de las Islas Vírgenes Británicas, Anguila y San Marino—, pero forman parte de la FIFA, tienen al menos tres décadas más de experiencia y cuentan con jugadores semiprofesionales, sobre todo en el sistema formativo de Estados Unidos.
La selección de las Islas Marshall, en cambio, se adentraba en terreno desconocido y hasta hace unas semanas sus dirigentes no sabían qué esperar. “Algunos de nuestros futbolistas nunca habían jugado un partido 11 contra 11”, cuenta el entrenador asistente Justin Walley. “Uno de nuestros mayores miedos era perder 20 a 0”, admite.
Cuando se escuchó el silbatazo final hubo una sensación de alivio, pero también de orgullo. Su equipo perdió 4 a 0. Fue uno de esos poquísimos casos en el fútbol actual en que el marcador pasó a segundo término. “Hacia afuera todos esperaban una derrota por un resultado ridículamente abultado, pero para nosotros lo más importante era competir”, afirma Owers.

El cuerpo técnico tardó alrededor de un año en encontrar al grupo de 20 jugadores que representó al país. Fueron reclutados en torneos amateur, campañas en redes sociales y bases de datos para identificar talentos de origen marshalés, y se entrevistaron con cada uno para conocerlos a fondo antes de enfundarse en el uniforme azul a rayas naranja de la selección.
Las biografías de los seleccionados marshaleses no se parecen a las de otros futbolistas. En la ficha del mediocentro Ben Hill se destaca que es un talentoso saxofonista. En la del centrocampista Lucas Schriver, que fue bendecido por el Dalai Lama. En la del delantero Matt John, que canta y forma parte de la boy band marshalesa MARK Harmony. De hecho, muchos tuvieron que pedir vacaciones de sus trabajos para acudir al compromiso.
Hay veteranos como el portero Jonathan Koehler, de 43 años, y talentos jóvenes como el defensa Gladius Edejer, de 17, que quiere seguir los pasos de sus ídolos, Sergio Ramos y Pepe. Aunque casi todos nacieron fuera de la isla —la mayoría en Estados Unidos, uno en Japón y otro en las Islas Salomón—, hoy todos forman parte del mismo equipo. “Todos somos diferentes”, señala Walley, “pero es una gran familia”.
En el entretiempo, cuando el equipo perdía 2 a 0, el entrenador asistente se percató de que sus jugadores estaban desanimados. “Acaban de jugar sus primeros 45 minutos como seleccionados nacionales y están decepcionados, ¿no es una locura?”, les dijo. “Todos han dado la mejor versión de sí mismos y han estado magníficos, este es solo el inicio, atesoren este día y esta experiencia por el resto de sus vidas”. Al empezar la segunda parte, el equipo se quedó cerca de marcar, pero estrelló el balón en el poste.

La plantilla tuvo solo cinco días para trabajar junta y afrontar su primera gira internacional, en la que también está en agenda un segundo partido amistoso contra Turcas y Caicos. El cuerpo técnico se enfocó en transmitir algunos patrones de juego básicos para afrontar los compromisos, pero también trabajó mucho en la parte psicológica. “Entendimos que la religión es muy importante para ellos, así que rezamos antes de cada entrenamiento y del juego, comemos juntos, hacemos algunas pequeñas rutinas de equipo”, comenta Walley. “Todo esto nos ayuda a unirlos y a prepararlos para lo que viene”.
El partido se celebró el jueves a las ocho de la noche en Springdale, una pequeña ciudad de Arkansas, a casi 10.000 kilómetros de distancia de Majuro, la capital de las Islas Marshall, y con una diferencia horaria de 17 horas. Los aficionados en el archipiélago lo vieron a la una de la tarde del viernes. Pero la elección del lugar no fue una casualidad. Cerca de 15.000 personas de origen marshalés viven en el norte de ese estado de EE UU, según el censo de 2020. “Cuando el balón empezó a rodar y escuchamos rugir al público por primera vez fue impresionante”, recuerda Owers.
Aunque también fue un tema de logística. La Federación marshalesa tuvo que asumir los gastos de transporte, hospedaje y comidas de su equipo y de los rivales, una suma que Walley estima por encima de los 100.000 dólares (unos 85.000 euros). Pero hubiera sido mucho más caro en casa. La asociación, fundada hace cinco años, lanzó varias campañas de microfinanciación, buscó patrocinadores, comercializó las entradas y las transmisiones de los juegos por internet, y vendió unas 2.000 camisetas oficiales por internet para financiar estos partidos y otros proyectos para impulsar el fútbol en un país donde el baloncesto sigue siendo el deporte más popular. El objetivo es ser miembros de la FIFA en 2030, consolidar una liga local y tener equipos representativos para mujeres, hombres y categorías con límite de edad.
“Mucha gente es escéptica y no cree que podamos conseguir todas estas cosas”, afirma Walley. “Pero los jugadores ya se han dado cuenta de que son ejemplos a seguir, de que van a hacer que más chicos jueguen y de que van a convertirse en los héroes de muchos de esos niños”. Después del partido, el equipo de las Islas Marshall ya piensa en lo que viene. “Este fue apenas el primer capítulo de nuestro viaje”, asegura Owers. “Tenemos la mente puesta en los próximos pasos, así sea nuestro primer gol, nuestro primer empate o nuestro primer triunfo”.
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