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Ábalos y la tienda del espía

No todos los sinvergüenzas están hechos de la misma pasta. El sentimiento de impunidad es una coraza que ayuda a conciliar el sueño

Santos Cerdán y José Luis Ábalos conversan en un acto en el Ministerio de Transportes, en noviembre de 2023.
Elvira Lindo

Hemos ido adoptando el tono grave que provocan estos tiempos convulsos y parece que no hay regreso al humor de antaño. A menudo Vicent me saca una sonrisa, algo que, perdonen la nostalgia, me trae el eco de un tiempo más despreocupado. Decía el escritor que es mucho más fácil ser un político honrado que corrupto, vamos, que lleva menos trabajo actuar correctamente. Eso me recordaba a aquel falsificador de billetes, creo que de los cincuenta, al que la policía pilló en plena tarea: un pequeño tallercito donde el tipo realizaba un trabajo de primorosa artesanía. Para falsificar un billete de 100 pesetas, este delincuente con grandes dotes para la miniatura se gastaba 50. Pero, hombre, le preguntaba el policía casi con pena, ¿no le habría salido más a cuenta enfocar todo este arte a un oficio honrado? Ahora los delincuentes nos engañan haciéndose pasar por el banco o por Brad Pitt.

Sonreía leyendo a Vicent porque reconocía en sus palabras la tesis de un hombre honrado, me identificaba, y podía imaginar la de noches que cualquiera de nosotros habríamos pasado sin pegar ojo temiendo que al día siguiente seríamos descubiertos, que en un futuro habríamos de hacer el paseíllo a los juzgados, que nuestra familia habría de lidiar con una mala reputación inmerecida, que mancha a quienes más queremos. Esa vergüenza anticipada no nos dejaría vivir tranquilos, y aunque la tarea de delinquir no fuera tan minuciosa como la del viejo falsificador, ni requiriera de talento artesanal alguno, la posibilidad de ser descubiertos nos reconcomería hasta el punto de desear que aquella amenaza acabara de una vez.

Pero no todos los sinvergüenzas están hechos de la misma pasta. El sentimiento de impunidad es una coraza que ayuda a conciliar el sueño. Mi amigo, el psiquiatra Guillermo Lahera, suele hablar de esos sentimientos en la actualidad tan denostados que, sin embargo, son los que nos dan armas para no sucumbir ante nuestros peores instintos: el miedo, algo tan sencillo como el pavor a ser pillados con las manos en la masa; el remordimiento, la tortura permanente porque algo en nuestra conciencia nos dice que estamos actuando mal y, por último, la vergüenza anticipatoria, aquella voz que advierte de que cabe la posibilidad de que en un futuro seas visto como un indeseable. La psicología complaciente nos ha hecho creer que se trata de pensamientos intrusos que debemos evitar siempre para no amargarnos la vida, pero cualquier persona sensata sabe que la honradez no es solo la consecuencia de un convencimiento moral sino de esas voces que, sin llegar a la paranoia, son como los viejos ángeles de la guarda (aún sigo creyendo en el mío) que tratan de protegernos de una posible temeridad.

En general, las personas lidiamos con miedos, culpas y vergüenzas; manteniéndolas en dosis razonables, nos protegen y nos ayudan a deducir, como en el ajedrez, lo que podría ocurrir si tensamos demasiado la cuerda de la desfachatez. Me puedo equivocar, pero no creo que al trío que nos ocupa sus fechorías les hayan robado el sueño. Sospecho que eran sinvergüenzas con gran autoestima, que la mentira les acunaba en la noche, la traición no perturbaba su paz de espíritu y que de manera sistemática y malévola, grababan a todo el mundo, con la idea de que si hiciera falta recurrirían al chantaje o, en caso de desesperación, expandirían la mierda para obtener alguna clemencia. No parecían seres atormentados: comían bien, tenían buen aspecto y, al contrario de lo que les ocurre a los hombres reconcomidos por la angustia, no daban síntomas de problemas de erección. Ábalos, que nunca decepciona, se presenta ahora como víctima, defiende su vida loca diciendo que pocos hombres aprobarían el examen de buena conducta, y asegura que para defenderse ofrecerá conversaciones comprometidas. Y yo que pensaba que la tienda del espía que hay en mi barrio solo tenía éxito con los niños.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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