Ir al contenido
_
_
_
_
TRIBUNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Y el PP se encontró a Santos Cerdán

Si a los populares se les pide algo más que derogar el sanchismo, a los socialistas se les debiera pedir algo más que mantenerlo

Y el PP se encontró a Santos Cerdán. Ignacio Peyró
Ignacio Peyró

Leire Díez bajaba al cuarto de las calderas, y José Luis Ábalos recibía a la Guardia Civil con una camiseta que ya ha ingresado, junto a la sota de bastos y el botijo, en la galería semiótica de lo español. El país bullía de escándalo. Mientras tanto, ¿de qué se hablaba cuando se hablaba del PP? Han pasado tantas cosas que remontarse a la vida antes de Cerdán parece poco menos que tratar del reinado de Witiza, pero, mientras los socialistas hacían pleno al 15 en el Código Penal, tres diarios nacionales escribían sobre la manifestación algo fláccida del PP en Madrid y la portada de Abc en la que Ayuso pedía primarias.

Podía parecer desesperante: ¡otra vez que el PP, con todo a favor, aparece con su perfil malo en la conversación pública! Ocurre que en ningún caso el tema era menor. La batalla por las primarias es la batalla por el poder en el partido, y es ahora cuando hay que darla. Si rige el principio “un militante, un voto”, Ayuso confiaría, llegado el momento, en arrasar: al militante le gusta la gasolina. Si prevalece un sistema indirecto, las baronías de peso —Galicia, Comunidad Valenciana, Castilla y León, Andalucía— buscarían otro perfil: para entendernos, un Juanma. Estamos, además, ante dos modelos de partido: un modelo doctrinario a lo Javier Milei y un modelo apaciguador a lo —citemos a los clásicos— Javier Arenas.

Cabe pensar que, si el PP todavía no ha sucedido a Sánchez, hace mal en negociar la sucesión de Feijóo: ahí radica parte del malestar. Y ya ha habido barones que, en privado, se han plantado: “No se lo vamos a permitir” a Ayuso. El problema, por tanto, está menos en las posibilidades reales de Ayuso con las primarias que en el ruido que Ayuso quiera hacer y los extremos a los que quiera llevar el debate: en definitiva, si cree que, pese a perder la letra de los reglamentos, puede aspirar a la victoria moral asamblearia a modo de aval para el futuro. Como fuere, Feijóo ha querido aprovechar el congreso —reunión instada por los barones— para asentar liderazgo y restañar la imagen de caballo ganador que trajo de Galicia: por eso trazó un camino ascensional desde la manifestación del 8 de junio hasta la apoteosis, en pleno congreso, prevista para un mes después. Pero si Ayuso le birló el protagonismo el domingo de la mani, está por ver cuánta atención quiere para sí en el congreso.

De cara a su cónclave, al PP se le ha pedido que, más allá de “derogar el sanchismo”, despliegue un proyecto “ilusionante”. Tal vez haya que juramentarse para borrar de la política española esta palabra: al fin y al cabo, el procés —momento estelar del término— se justificó porque el Estado no ofrecía a los catalanes eso mismo, un proyecto “ilusionante”. Una frivolidad, porque ¿cuál es el “proyecto ilusionante” que ofrece la Confederación Helvética a los suizos? ¿No debiera generar ya bastante ilusión la meta de crecer, crear empleo, tener instituciones y servicios públicos cada vez mejores? Ilusionar, además, se ha puesto muy caro, tanto que en España no se puede ilusionar sin mentir. El paisaje ofrece más bien asperezas, y los españoles no necesitan a alguien que les ilusione sino a alguien que les diga la verdad.

Por supuesto, la política es el lugar del futuro y debe serlo también de la esperanza. Para refrendarla, el atajo clásico de los partidos pasa por recauchutar equipos e incorporar talento de la sociedad civil. Veremos lo que ocurre en el congreso. Mi intuición: poco fichaje, más promoción interna. De momento, el tono del partido busca sellar fugas de voto a Vox: de ahí el estilo destemplado —“mafia”, “manada corrupta”— últimamente en uso. La ponencia política en sí, en cambio, es un ejercicio ortodoxo de síntesis liberal-conservadora en clave española, escrito con un sorprendente virtuosismo para nuestro lenguaje político.

Las medidas concretas que el PP quiere aprobar en el congreso responden a ese espíritu sincrético. Hay liberalismo económico (vivienda y “derecho al error” en materia tributaria). Guiños a la cruzada antiwoke y la seguridad (inmigración, burka). Guerra cultural (memoria democrática). Vías medias (ecología, feminismo). Atención a nuevas demandas (conciliación y jornada laboral, congelación de óvulos). Y, notablemente, respuesta a no pocas coyunturas vividas bajo Sánchez en lo referente a presentación de Presupuestos, obligatoriedad del debate sobre el estado de la nación o imputación del fiscal general del Estado, por ejemplo. Por supuesto, también hay una buena dosis de ambigüedad, pasteleo de siempre y remisión a la casuística, del aborto a la eutanasia pasando por con quién se pacta y con quién no. Sin duda, muchos militantes del propio PP sentirán la angustia de la indefinición: ¿qué política tomamos hacia Vox?; ¿qué política hacia los nacionalistas? Al final, se trata de configurar un partido de vía ancha, donde quepan Ayusos y Juanmas, electoralmente competitivo. Lo dijo un tory al empezar un mitin: “Todos somos conservadores, así que todos pensamos distinto”. No era solo una boutade.

En el camino al congreso, el PP ha tenido la tentación de la moción de censura. Es una tentación que sobrevivirá al congreso, porque el PP no tiene prisa: para qué centrar el oído en el discurso de Feijóo cuando quedan tantos audios de Koldo. El otoño, con plazos parlamentarios más usuales, irá decantando las decisiones: de momento, a Feijóo no le dan los números, y Sánchez tampoco se atreve a contar los suyos. El gallego no puede coquetear con otra derrota. Y el PP ha de estar más cómodo dejando que la UCO trabaje y que repose el arroz.

Estos días hemos visto nuestra política quedar desarbolada. El comportamiento de algunos socialistas históricos desentonaría en el cartel de Medellín: no digamos en el Gobierno de España. Así, por momentos, comentaristas progresistas de toda la vida parecían camisas viejas del antisanchismo: ha sido tentador pensar que, de pertenecer esta escandalera al PP, ya estaría proclamada la República. En todo caso, la corrupción del PSOE tiene el efecto de dejar retratado a todo el mundo. Sumar y las izquierdas demuestran que había pan para el chorizo que hiciera falta. Y esos nacionalistas que miran a los españoles con una mezcla de asquito y superioridad moral pueden engordar como comensales de un cuerpo gangrenado.

El retrato más crudo es, claro, el del PSOE, que se estrenó con “el Gobierno bonito” de Calviño y va a terminar dejando el recuerdo de apandadores como Koldo. A los socialistas les cuesta vender que Sánchez sea la manzana sana en el cesto de manzanas podridas, que todo era lawfare menos lo de Santos Cerdán, que debemos asumir la responsabilidad por la colonización o el heteropatriarcado, pero no por lo que hacía la casta sacerdotal del partido desde los tiempos aurorales del Peugeot. Al final, si al PP se le pide algo más que derogar el sanchismo, al PSOE se le debiera pedir algo más que mantenerlo, al precio que sea, para evitar la llegada de la derecha. Es un argumento peligroso aquel que, por luchar contra el fascismo, condona la corrupción.

Tiene su ironía pensar que el estallido de tanta corrupción pueda convalidarle al PP la derogación del sanchismo como proyecto en sí mismo ilusionante. Durante unos días, pareció que el propio PSOE empezaba a plantearse en serio el agotamiento de su líder. Fue un espejismo: lejos de asumir culpas, al discurso victimista de Sánchez solo le ha faltado proclamar que emosido engañado. Pero derogue o no el PP al sanchismo, el propio socialismo ya habría de plantearse, si quiere seguir vivo, un proceso paulatino de desanchización.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, dirige el centro de Roma. Su último libro es 'El español que enamoró al mundo'.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_