Tres manzanas podridas
La interpretación más sencilla es que estamos ante una carrera entre casos judiciales que avanzan hacia el presidente y el intento de provocar una transformación del sistema que facilite su impunidad


En el Partido Socialista había tres manzanas podridas y las tres viajaban en el Peugeot de Pedro Sánchez: qué mala suerte. Enumerar o desmontar las trampas y tergiversaciones que el presidente del Gobierno ha pronunciado en torno al caso ocuparía mucho espacio: refutar una falsedad consume más tiempo y energía que emitirla. Presentó como “anécdota” que sus dos manos derechas estén presuntamente implicadas en una trama de corrupción. Habló de reacción inmediata cuando la expulsión de Ábalos se produjo 16 meses después de que saltara su caso, tras apartarlo del Ministerio en 2021 e incluirlo en listas en 2023. Defendió el principio de agotar la legislatura después de haber adelantado elecciones varias veces, afirmó que le apoya una mayoría social aunque celebrar comicios sería “entregar el país a la derecha y la ultraderecha”: esto revela su escepticismo ante los pronósticos de Tezanos, pero sobre todo una extraña idea de la democracia. Con todo, sus declaraciones disparatadas no pretenden describir la realidad sino generar adhesión e indignación. El insulto a la inteligencia ofrece la ocasión de mostrar lealtad (y cuanto más grotesca la línea argumental, más fidelidad demuestras) y enardece a la oposición: del mismo modo que podemos lamentar la corrupción como lacra del sistema y de nuestra naturaleza caída, condenaremos compungidos el ruido y la polarización.
La interpretación más sencilla es que estamos ante una carrera entre casos judiciales que avanzan hacia el presidente y el intento de provocar una transformación del sistema que facilite su impunidad y dificulte la alternancia política. Un Gobierno que incumple la obligación constitucional de aprobar presupuestos hace promesas confederales a cambio de permanecer en el poder, un Ejecutivo acosado emprende una reforma que reduce la independencia de la justicia.
El intento de relativizar los hechos, acompañado de un patriotismo de partido que tiene algo de blindaje personal y secuestro de eslóganes progresistas, no debería sorprender: si la ley de amnistía consistía en borrar la corrupción de aquellos cuyos votos necesitas para estar en el poder, ¿cómo no hacer la vista gorda ante la propia? Por supuesto, hay quienes creen que la amnistía no obedece a esa idea de que el fin justifica los medios. Son los primeros que deberían exigir la dimisión de Pedro Sánchez, puesto que los desmanes de su círculo íntimo solo se explican por su tolerancia o su incompetencia, y ambas lo incapacitan para dirigir el partido o estar al frente del país.
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