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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trump hace de Harvard un símbolo de resistencia

Tratar de prohibir la matriculación de extranjeros es un castigo arbitrario que arruina el atractivo de las universidades de EE UU

A poster for a protest on a telephone pole at Harvard University. (Photo by David L. Ryan/The Boston Globe via Getty Images)
El País

El descarado matonismo que está practicando Donald Trump para ahogar la crítica interna en Estados Unidos, algo propio de regímenes de partido único, se ha traducido en extorsión en el caso de las universidades, a las que ha amenazado con recortar miles de millones en fondos federales si no se pliegan a exigencias de intervencionismo ideológico sin precedentes en la selección de su alumnado, profesorado y contenidos. Hace un mes, Harvard, la universidad más famosa del mundo, se negó a ser intervenida a pesar de la congelación de 2.200 millones que ha condicionado seriamente programas de investigación médica. La represalia por la resistencia ha sido prohibirle admitir estudiantes extranjeros en el próximo curso.

La secretaria de Seguridad Nacional, Kirsti Noem, justificó la medida en que Harvard no le había entregado datos detallados de estudiantes y profesores para llevar a cabo la purga ideológica en las universidades de élite que pretende ejecutar el grupo de fanáticos que rodea al presidente y que justifican en un supuesto antisemitismo endémico. Harvard pierde así la certificación para matricular estudiantes extranjeros: ser admitido en la universidad ya no da acceso a un visado de estudiante. La medida afecta directamente a unos 6.800 alumnos, algo más de una cuarta parte del total. La mayoría de los extranjeros proceden de China, India y países anglosajones.

Los estudiantes extranjeros son una de las principales vías de ingresos propios de las universidades norteamericanas, ya que pagan tasas de decenas de miles de dólares.

Noem anunció que los estudiantes extranjeros que ya estén cursando carreras en Harvard deben cambiar de universidad el año que viene. Es decir, se trata de una represalia específica contra esa institución. Tampoco consta en la orden que estén exentos los estudiantes israelíes. En un ejercicio de amedrentamiento sin pudor, advirtió a otras universidades de que tomaran nota. Son varias las que han optado en estos meses por plegarse a las demandas de la Casa Blanca.

Harvard calificó la medida de “ilegal” y presentó inmediatamente una demanda contra el Gobierno. El mismo viernes, una jueza federal de Boston concedió las medidas cautelares y paralizó la entrada en vigor mientras estudia el fondo del caso.

El enfrentamiento con la justicia, sin embargo, no es un revés para Trump. Es parte de una estrategia de amasar poder por avasallamiento: firmar decretos a discreción sin mirar las leyes ni la Constitución y dejar que la justicia corra detrás.

Por el camino, va dejando un reguero de víctimas; en este caso, miles de estudiantes para los que graduarse en Harvard seguramente era el proyecto de sus vidas. Personas que han invertido mucho tiempo y dinero se encuentran en el limbo por un capricho cuyo único propósito es castigar a una entidad que ha tenido la valentía de defender la autonomía universitaria frente al intervencionismo político.

Pero el daño va más allá. Estados Unidos concede más de 400.000 visados de estudiante al año. El atractivo de su educación superior es un gran activo para el país. Al asustar a los estudiantes extranjeros que aspiran a invertir en carreras en EE UU, Donald Trump hace un daño profundo a la posición de su país como referente en la educación superior en el mundo.

Harvard es un símbolo mundial de educación de élite. Con su ensañamiento para dar ejemplo, Trump lo está convirtiendo en un símbolo de resistencia cívica que ojalá sirva para prender la llama en el resto de la sociedad y las instituciones de una democracia amenazada.

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