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Pobreza en México
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Suelo pegajoso

Racismo, machismo y clasismo aplastan el talento y el esfuerzo de los pobres en México

Una mujer alimenta a su hijo, en Tulum, Quintana Roo, en mayo de 2022.
Carmen Morán Breña

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En los países con un nivel de desarrollo aceptable se habla mucho del techo de cristal, esa barrera machista invisible que impide a las mujeres dar el salto definitivo hacia los niveles más altos en su trayectoria profesional. En México, con 46 millones de personas sumidas en la pobreza, hay que hablar primero del suelo pegajoso, muy machista también, y clasista. Afortunadamente, todo esto se puede medir, pero las cifras de la discriminación son tan persistentes que se necesitarán mucha voluntad política y recursos públicos para corregirlo: la mitad de los mexicanos que nacen pobres, pobres se quedan, la misma herencia que dejarán a sus hijos, miseria. No hay quien se despegue de ese suelo, porque la otra mitad, la que progresa un poco, no suele pasar del segundo escalón de pobreza, como demuestran los datos del centro Espinosa Yglesias que publicamos el jueves pasado. Desolador.

El elevador social está parado en México, no funciona, no sirve, le falta energía. Y más vale que lo arreglen cuanto antes, porque día que pasa en estas circunstancias, día que un país pierde talento a chorros. ¿O es que acaso creen que los que están en las mejores universidades son los únicos que tienen cabeza para salir adelante? Uno de los factores que dividen la ideología de derechas e izquierdas en cualquier lugar del mundo es el peso que le adjudican al mérito en la consecución del bienestar. Los primeros suelen creer que haber llegado alto se debe casi en exclusiva al esfuerzo personal, sin importar de qué suelo partían. Al que no alcanza buenas metas le tachan de vago. “No quieren trabajar”, cuántas veces lo hemos oído, dando por bueno que 46 millones de pobres son unos flojos. Y de paso creen que los hijos de Ricardo Salinas Pliego, por poner un ejemplo cualquiera, se han ganado a pulso lo que disfrutan. Tienen el meritómetro descompuesto.

Las izquierdas consideran, por regla general, que los más desafortunados necesitan ayuda para salir, que la prosperidad no llegará por más que se trabaje día y noche en oficios ingratos si viene lastrada de clasismo, machismo y discriminación. Se necesita prestar servicios públicos de calidad, empezando por la educación, y conseguir que los niños entren en las escuelas y no salgan hasta el final. Porque si la pobreza les impide completar los estudios, también los acusarán de flojos, como a sus padres, y con esa creencia seguimos durmiendo tranquilos. Prueba de esas diferencias ideológicas son los ataques constantes que reciben los gobiernos que establecen ayudas sociales para los pobres, rápidamente calificadas de asistencialistas y de compravotos. El asistencialismo, desde luego, debe acompañarse de medidas efectivas para procurar el desarrollo, pero esos apoyos son cruciales cuando uno se acuesta con el estómago a medio llenar de tortillas con frijoles.

A cualquiera que se le pregunte por la calle, incluso sin haber completado la primaria, responderá que en el norte las cosas van mejor que en el sur y que si uno nace oscuro tirando a negro verá multiplicadas las dificultades. Por si lo obvio no basta, bienvenidos los datos: en el sur de México, el 64% que nace pobre se queda en ese estrato social, mientras que eso solo le pasa al 37% en el norte. Por algo será. El color influye: el 57% de quienes llegan a la edad adulta en un entorno desfavorecido tiene un tono de piel oscuro frente al 34% que nacieron claros. Claro como el agua. Eso tiene un nombre o dos: machismo y clasismo, males muy extendidos en México, avanzado ya el siglo XXI. Ese odio de la señora que atacó recientemente a un policía en la capital llamándolo negro no es algo puntual, solo que otros se cuidan de hacerlo a gritos; se buscan subterfugios para no contratar a los oscuros o para mantenerlos en los puestos más bajos y peor pagados. Los indígenas les huelen mal, son unos huevones que solo miran el celular y no abren la puerta a tiempo para que pase el Mercedes al garaje. Donald Trump podría ilustrarnos sobre esto y explicar por qué a nuestra lady racista se le va la cabeza tan a menudo.

Tampoco es novedad que, en situaciones idénticas, a las mujeres la vida les trata peor que a los hombres, que donde unas no alcanzan a romper el techo de cristal, otras no logran siquiera despegar los pies del suelo. El 53% de los hombres que nace en la cara luminosa del mundo no pierde esa condición social, un porcentaje que baja al 47% en el caso de las mujeres. Ya imaginarán lo que ocurre en la cara oscura. Machismo, clasismo, racismo. Una saldría por sus propios méritos y esfuerzo de la miseria si no le estuvieran aplastando con esta santa trinidad.

Cuántas veces habrá que repetirlo.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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