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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ensayar la era pos-Brexit

La cumbre bilateral entre el Reino Unido y la UE ha tenido más valor simbólico que práctico, pero el tono constructivo es un gran paso

Desde la izquierda, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el presidente del Consejo Europeo, António Costa, y el primer ministro británico, Keir Starmer, el lunes en la cumbre en Londres, en una imagen remitida por el Consejo.
El País

El Reino Unido y la UE han celebrado el acuerdo alcanzado en su primera cumbre bilateral de la era pos-Brexit como un avance histórico y como el reinicio de unas relaciones agrietadas en los últimos años. Más allá de la retórica inflamada, especialmente por parte del primer ministro británico, los resultados concretos presentados este lunes demuestran que la realidad es difícil de esquivar: la retórica se aleja de los magros resultados de esa cita. Bruselas siempre afrontará las negociaciones con un país que decidió marcharse de la UE con el comprensible recelo y la precaución de quien busca preservar una arquitectura compleja y delicada. El Gobierno laborista de Keir Starmer quiere acercarse a la Unión, pero sospecha que ese acercamiento puede provocar cierto malestar en su opinión pública, más aún tras los últimos resultados electorales del antieuropeo Nigel Farage. Los británicos deben olvidarse de recuperar las ventajas a las que renunciaron con su salida de la UE sin ceder prácticamente en nada, y con el miedo constante a la crítica de la derecha euroescéptica.

Hay que celebrar la recuperación de un tono constructivo como el desplegado en la capital británica, muy lejos del resentimiento que alimentaron los gobiernos conservadores. Pero muchos de los acuerdos anunciados son simples obviedades, pactos a medio cocinar o ejercicios de voluntarismo. Revelan todo lo que se perdió con el Brexit más que lo que puede conseguirse solo con buenas palabras. El principal logro de la cumbre ha sido un pacto de seguridad y defensa que pone negro sobre blanco lo que ya era una realidad: el Reino Unido y la UE están obligados a cooperar, bajo el paraguas de la OTAN, ante la incertidumbre geopolítica presente. Bruselas parece dispuesta a permitir que las empresas británicas de defensa se beneficien del nuevo fondo de 150.000 millones de euros para el rearme, el SAFE, pero el diablo está en los detalles y algunos socios no han dado todavía su visto bueno. Ese pacto no es definitivo.

Starmer ha tenido que ceder a la exigencia de la UE y prorrogar 12 años el acceso de las flotas pesqueras de la Unión a las aguas británicas. A cambio, verá relajados los controles sanitarios y fitosanitarios de los productos que el Reino Unido exporta al continente y a Irlanda. Un avance para las empresas británicas que no deja de ser una mejora técnica del Acuerdo de Cooperación y Comercio que Londres y Bruselas negociaron después del Brexit. El Gobierno laborista ha dado una patada hacia adelante a la reclamación de la UE de un plan de movilidad juvenil. Accede a negociarlo, pero lo deja para el futuro, y condicionado a ciertos límites en la cifra de jóvenes y en el tiempo de permanencia. Starmer tiene miedo de que la llegada de ciudadanos comunitarios avive la polémica sobre la inmigración, y ha dejado claro en su negociación de este asunto que, por mucho que el acuerdo de Londres se presente como un paso hacia adelante, él no quita la vista del retrovisor.

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