Tu edad definitiva
No somos los mismos a cualquier edad, pero hay algo de nosotros en cada etapa y en cada capítulo de nuestra vida


La edad no es una cosa que se tiene. La edad es una circunstancia en la que se está de forma transitoria y que casi nunca es propia. Uno no tiene 15, 40 o 63 años. Uno es a lo largo de todas esas cifras, de manera que nuestra experiencia se declina a través de esos distintos momentos. No somos los mismos a cualquier edad, pero hay algo de nosotros en cada etapa y en cada capítulo de nuestra vida.
El amor es un amplificador de la verdad, y en muchas ocasiones hay personas queridas para nosotros que mantienen su edad invariable: un hijo siempre será pequeño, y un padre, mayor. Eso nos permite creer que no cambiamos, ya que nuestras referencias afectivas se mantienen inmóviles. La invariabilidad de los otros nos permite seguir creyendo en nuestra propia eternidad, algo que poco o nada tiene que ver con la muerte. Afortunadamente. Tanto es así que los teólogos medievales se preguntaban qué edad tendría nuestro cuerpo si de verdad un día resucitara la carne.
La edad definitiva es ese momento que mejor nos representa. Para algunos, será la infancia; para otros, un instante de la vejez o de la vida adulta. Se trata de un momento que casi podría servir para poder explicarlo todo. Si una sola estampa supiera captar nuestra esencia, si una sola imagen pudiera dar cuenta perfecta de todo nuestro nombre y nuestros actos, ese instante constituiría la edad definitiva. Es el momento que debería figurar en la cubierta de nuestra biografía si alguien la escribiera. Es el punto de fuga sobre el que convergen todas las demás escenas que componen la pluralidad de una existencia. Aunque pensemos que el sentido de la vida se proyecta siempre a futuro o que el origen de todo lo que nos pasa se encuentra en el nacimiento, hay, sin embargo, un momento en que nuestra existencia se expresa de forma completa.
La edad definitiva no se elige. Es apenas un segundo, un minuto, un año a lo más, hacia el que se vuelven todos los instantes para nutrir desde ahí el sentido y todos los demás significados. La edad definitiva no tiene nada que ver con la nostalgia ni con la expectativa. Nunca puede abandonarse del todo y es un lugar al que, de algún modo, ya siempre hemos llegado. No sabremos reconocerla cuando nos alcance, porque son los otros quienes sabrán reconocerla. Pero ocurra cuando ocurra la edad definitiva, con 10 o con 70, será siempre una forma de alivio. Esa edad y ese tiempo son la prueba de que hubo o habrá un día en el que fuimos, somos o seremos de forma casi perfecta.
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