Vivir más no es el problema: el desafío de hacer oportunidad el envejecimiento
Hay que dejar de ver el envejecimiento como una catástrofe y empezar a pensarlo como parte del nuevo ciclo vital del siglo XXI

Si algo sabíamos hace ya veinte años, era que el mundo estaba cambiando. No eran cambios menores, eran transformaciones profundas que modificarían radicalmente la forma de nuestras sociedades y de nuestras vidas. Esos tres grandes cambios —el climático, el tecnológico y el demográfico— ya estaban en marcha, y hoy sus consecuencias son innegables. Sin embargo, frente a la contundencia de las evidencias, la reacción dominante ha sido, paradójicamente, la negación o el intento de revertir lo inevitable.
Los cambios, por definición, son transformaciones. No son males que haya que extirpar, sino procesos que hay que saber conducir.De lo contrario, su curso —natural, social, estructural— avanza sobre estructuras que no se adaptan, quedando obsoletas en un entorno que se transforma más rápido que nuestra capacidad de respuesta.
En Chile, el cambio demográfico ha sido protagonista en las últimas semanas a raíz de la publicación de los resultados preliminares del Censo 2024. El dato es claro: estamos envejeciendo. Las tasas de natalidad han descendido a niveles históricos (1,3 hijos por mujer, la cifra más baja desde que se tiene registro) y la esperanza de vida supera los 81 años en promedio. La población de 60 años y más ya bordea el 22% del total nacional, superando ampliamente a la población infantil. Y como era de esperar, los titulares se llenaron de alarmas, llamados a “fomentar la natalidad” o incluso revertir lo que, a todas luces, no tiene marcha atrás.
Pero detengámonos un momento: ¿no era esto lo que queríamos? ¿No hicimos todo lo posible como sociedad para no morir y para vivir más años en mejores condiciones? Si ahora vivir más tiempo nos parece un problema… pues bendito problema el que creamos colectivamente. Es un logro civilizatorio que no debiera transformarse en una carga ni mucho menos en una excusa para retroceder en derechos.
Por otra parte, ¿de verdad es tan sorprendente que las personas decidan tener menos hijos o directamente no tenerlos? En un país donde el costo de criar, educar y cuidar es altísimo, donde las políticas de apoyo a la maternidad y la corresponsabilidad son aún débiles, y donde las mujeres siguen siendo quienes enfrentan la mayor carga del cuidado, lo que resulta verdaderamente desconcertante no es la baja natalidad, sino que aún nos sorprenda.
Por eso, más que intentar revertir el cambio, deberíamos empezar a pensarlo como una oportunidad. Del total de personas mayores de 60 años, más del 80% en Chile es autovalente. Esto quiere decir que pueden y quieren seguir siendo parte activa de la sociedad. ¿Cómo puede ser que, frente a ese dato, la respuesta institucional y cultural se limite a ofertas de ocio y turismo? ¿Es posible que un país como el nuestro, que necesita con urgencia talento, experiencia y cohesión social, desaproveche este enorme caudal humano? ¿Podemos avanzar hacia el desarrollo dejando fuera al 22% de la población?
El envejecimiento, como el cambio tecnológico y ambiental, no es reversible. Pero sí es redirigible. Y para redirigirlo necesitamos entenderlo. El fenómeno es complejo, requiere análisis fino, políticas intersectoriales, escuchar más a quienes ya viven la vejez y menos discursos edadistas. Hay que dejar de ver el envejecimiento como una catástrofe y empezar a pensarlo como parte del nuevo ciclo vital del siglo XXI.
La solución no está solamente en fomentar la natalidad o traer migrantes jóvenes —medidas que, siendo parte de la ecuación, no resuelven el fondo del asunto—. Además, esas acciones tienen impactos sobre otros territorios y pueden reproducir desequilibrios globales. Lo urgente es repensar nuestras formas de vida: cómo trabajamos, cómo nos cuidamos, cómo nos educamos a lo largo de toda la vida, cómo usamos la tecnología, cómo habitamos el tiempo.
El mayor obstáculo que enfrentamos, a mi parecer, es que todavía no entendemos el fenómeno del envejecimiento. Lo observamos con distancia, con temor, incluso con desdén. Y eso nos impide aprovechar su potencial transformador. Tal vez ha llegado el momento de aceptar la realidad en lugar de negarla. Tal vez, como propongo desde hace años, debemos dejarnos salvar por los viejos. Escucharlos, integrarlos, reconocerlos. Tal vez, solo tal vez, ahí esté una clave para construir un país más justo, más humano, más sabio.
Al fin y al cabo, hicimos todo para no morir… ¿y ahora nos arrepentimos?
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