El ‘gran reemplazo’ es real
El presidente Trump acoge a afrikáners por considerarlos víctimas de un “genocidio blanco”, mientras deporta niños con cáncer avanzado a países donde no hay tratamiento


La Administración Trump ha suspendido la admisión de refugiados en Estados Unidos, incluyendo la de aquellos solicitantes que huyen de zonas de guerra, saltándose los principios fundamentales del derecho internacional humanitario que prohíben devolver a una persona a un país donde corre peligro su vida. Con una notable excepción. El lunes pasado llegaron al Aeropuerto Internacional de Washington-Dulles 59 refugiados procedentes de Sudáfrica, que han sido admitidos a velocidad de crucero por la administración. Trump asegura que son víctimas de un genocidio. “Ocurre que son blancos —dijo—, pero que sean blancos o negros me da igual”.
Voy a arriesgarme y aventurar que no le da igual. De hecho, los primeros refugiados de Trump son formidable, escandalosamente blancos, porque son descendientes de los holandeses que llegaron a Sudáfrica en los siglos XVII y XVIII, cuando Holanda tenía la flota comercial más grande del mundo. Y esos holandeses que, después de asentarse en Sudáfrica, se convirtieron en afrikáners, conservan la palidez extrema de las regiones frías, donde la piel clara facilita la producción de vitamina D con menos exposición solar. Porque no llevan tiempo suficiente como para haberse alterado el pantone, y nunca se mezclaron con la población local.
De hecho, acabaron imponiendo un régimen brutal para evitar esa naturalización incómoda. Durante cinco décadas consiguieron controlar el gobierno, las fuerzas de seguridad y gran parte de la economía sudafricana hasta que, en 1991, las tres cámaras del Parlamento derogaron la última de las leyes que sostenían el apartheid. El mismo presidente que deporta niños con cáncer avanzado a países donde no hay tratamiento, que manda a víctimas amenazadas por las maras al centro de detención de El Salvador donde están las maras, ha decidido importar afrikáners y declararlos víctimas de un “genocidio blanco”. Dice que, si no toma medidas extraordinarias, EE UU va a acabar igual.
El programa se sostiene sobre una orden ejecutiva titulada Addressing Egregious Actions of the Republic of South Africa (Abordar las acciones atroces de la República de Sudáfrica). A diferencia del proceso que se ha aplicado al resto de refugiados, que exige evidencia creíble, detallada y coherente de su situación para poder aplicar la protección solicitada, las acciones atroces no se tienen que demostrar. En Sudáfrica hay violencia, pero afecta principalmente a la mayoría negra. De hecho, los blancos representan menos del 2% de las víctimas de asesinato, aunque son el 10,6% de la población. También poseen más del 70% del suelo y ocupan la mayor parte de los puestos de gestión. No ha habido expropiaciones sin compensación desde 1994. Este nuevo régimen de acogida forma parte de una campaña de desinformación que consolida una base política nacional basada en la identidad blanca y en la demonización de las demás. No es distinta de la que ha implementado Benjamín Netanyahu en Israel. Un ejercicio de proyección que valida, invirtiéndolo, el concepto del gran reemplazo.
El mito falso de un plan deliberado para “reemplazar” a la población blanca mediante políticas liberales de inmigración, multiculturalismo, y tolerancia religiosa, sirve para justificar políticas de discriminación, deportación y eliminación masiva de otras razas y religiones para proteger la identidad y la integridad nacional. Reemplazando a los refugiados reales por estos refugiados falsos blancos, se garantiza una nueva generación de votantes eternos de Trump.
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