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TRIBUNA
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¿Por qué enmudecen quienes sueñan?

Muchos artistas de hoy se sienten aterrorizados ante un mundo que se halla de nuevo en un estado de guerra global

Ilustración
Lídia Jorge

No hubo época alguna que no creyera estar plantada ante el abismo. (Walter Benjamin)

1. Graça Morais es uno de los nombres más destacados de la pintura portuguesa contemporánea. Y merece la pena hablar de ella. Mi primer contacto con su obra se remonta a finales de los años ochenta, cuando sus exposiciones se centraban en el tema de Lo Sagrado y lo Profano. Una noche entré en la Galería 111 de Campo Grande, en Lisboa, y me sorprendió el vigor de su estilo, pero sobre todo la intensidad de la mitología personal allí representada. Era como si Graça Morais hubiera llegado de las profundidades del tiempo, trayendo consigo el recuerdo de mitos ancestrales materializados en imágenes de su tierra natal que, gracias a la fuerza de la transfiguración, representaban la batalla por la supervivencia humana entre los demás seres de la Creación.

La sombría y espectacular belleza de aquella labor sin fin aparecía plasmada con un fulgor que me causó una fuerte impresión. Tuve la sospecha de hallarme ante una artista que sabía interpretar los mitos más profundos de la humanidad, aquellos que nos acompañarán hasta el fin de nuestra existencia como especie. No me equivocaba. A lo largo de los años, Graça Morais se ha mantenido fiel a este principio, el de proyectar en colores y formas la materia íntima del subconsciente colectivo más profundo. Algunos decían que Graça Morais se limitaba a reproducir un mundo primitivo, pero yo creía que representaba el mundo esencial y después de todos estos años sigo convencida de ello. Ahora vuelvo a ese mundo y voy a explicar por qué.

2. La pintora, nacida en Trás-os-Montes, una de las regiones más remotas de la península Ibérica, ha sabido mantener de forma coherente esa doble línea de ancestralidad/futuridad. A finales del siglo pasado, siendo aún muy joven, le preguntaron en un programa de televisión cómo quería morir y contestó que lo único que sabía era que quería volver a la tierra y que plantaran un olivo sobre su tumba. Pero si este vínculo con su lugar de origen parece haber sido siempre el cordón umbilical que la ata al mundo, Graça Morais, como la aguja de un sismógrafo, ha ido dando cuenta de las sorprendentes alteraciones que han asaltado nuestra contemporaneidad, desde la degradación de la vida en la Tierra, hasta los conflictos que asolan África o el drama de los migrantes enterrados en el Mediterráneo. Su pincel se estremece cuando el Mundo oscila, y traza dibujos de glorificación de las formas cuando, a partir de los detritos, inaugura la esperanza, ofreciendo la furia y el deslumbramiento que solo el arte hace posible.

Vieiro, el lugar de Trás-os-Montes de donde procede, no es más que la geografía a la que regresa para asegurarse de que el inicio existe, pero el ángel alado de la batalla está por todas partes. Por alguna razón, su pintura formó parte de una de las exposiciones especiales del Museo del Hombre de París. Paula Rego, su amiga y confidente, formuló la siguiente diferencia entre ambas: “Yo invento desde el interior de mi cabeza, mientras que Graça tiene un mundo que le pertenece esperándola”. Con todo, si hoy evoco a esta magnífica artista cuya trayectoria he seguido con atención es solo porque hace un mes, en una conferencia ante un gran auditorio, Graça Morais confesó que el mundo de hoy se le presenta de una forma tan amenazadora e ilegible que ya no es capaz de pintar.

3. Esta declaración no tendría la importancia que le atribuyo si no se hubiera efectuado en público y si no coincidiera con afirmaciones semejantes que algunos otros han hecho en privado. Es innegable que existe un malestar existencial que proviene del inmenso espacio exterior que interfiere en nuestra esfera íntima, volviendo ontológicamente particular lo que es global. Guerras brutales, genocidios perpetrados ante nuestros ojos y a los que tenemos acceso en directo en las pantallas, cambios vertiginosos de poder, democracias que parecían consolidadas convertidas poco a poco en amenazas autocráticas, aliados tradicionales que pasan al bando opuesto de la noche a la mañana, todo ello asociado a avances tecnológicos tendentes hacia la inhumanidad, como si unos ojos panópticos presidieran la salida y puesta del sol sobre la Tierra, tan próximos a nosotros como el hecho de acostarnos y levantarnos de nuestra cama, generan una alarma que nos inmoviliza. En 2011, Graça Morais creó una serie completa llamada A Caminhada do Medo, lo que significa que percibió anticipadamente la progresión de la amenaza que hoy nos afecta. En 2017 pintó un tigre con cabeza de mujer y la llamó Maria. Si con ese título buscaba la resonancia del nombre de María Santísima, imaginaba también el presente. La religión, o las religiones, dan pábulo a los campos de batalla, y es evidente que ciertas imágenes fundacionales pacíficas se han convertido en libelos de creencias que conducen a invasiones, decapitaciones, derrocamientos de ciudades enteras, asesinatos por obra de las finanzas, el hambre o el fuego. Tigres. Y todo ello ocurre simultáneamente, en varios continentes, mientras sabemos que el horror que se nos muestra representa tan solo una pequeña parte de lo que se oculta. Entiendo, por lo tanto, que Graça Morais diga que está esperando alguna forma de esclarecimiento para poder alzar las telas.

4. Yo diría que todos estamos esperando ese día. Esperando, sobre todo, que una suerte de justicia poética, más fuerte y siempre más impredecible que la justicia común, traiga una solución que todavía no está a la vista. ¿Cuándo será? ¿Cómo será? Mientras tanto, alguien le recordó a Graça Morais la necesidad de volver ver la película que realizó Andrei Tarkovsky basada en la figura del pintor de iconos ruso, Andrei Rubliev. Esta película, considerada una de las mayores piezas de la cinematografía desde que existe el séptimo arte, reproduce el conflicto íntimo que vivió el pintor cuando asiste a invasiones, asesinatos en masa, violaciones y atropellos de todo tipo perpetrados por la ambición de poder entre príncipes hermanos, y es testigo de cómo se les arrancan los ojos a unos artesanos para que no puedan volver a reproducir las obras que han creado. Al presenciar todo ese desorden criminal, él mismo termina matando a un hombre. Entonces Andrei Rubliev deja de hablar, incapaz de pronunciar palabras, y deja de pintar, porque el haber presenciado la violencia y haber sido partícipe de ella inhibe su capacidad de creación. Un sentimiento similar aqueja a muchos artistas de hoy, aterrorizados ante un mundo que se halla de nuevo en un estado de guerra global, solo que esta vez bajo una amenaza que se cierne sobre la creación misma en la faz de la Tierra.

5. Con todo, podemos soñar con un epílogo diferente que el arte es capaz de promover siempre. En el caso de la película de Tarkovsky, Rubliev acompañará a un muchacho, Boriska, quien, carente de instrucción en el manejo de la arcilla y de los metales, se ofrece al príncipe para construir una campana en la ciudad de Vladímir. A partir de una mentira, descubre por sí mismo, sin ayuda de nadie, cómo construirla. Una vez terminada la odisea de esta creación ex nihilo, mientras triunfales campanadas resuenan entre la multitud durante la inauguración, Boriska llora convulsivamente porque, a fin de cuentas, nadie le había enseñado el secreto de la construcción, sino que había descubierto el método por sí mismo. Sorprendido, Andrei Rubliev rompe su silencio para decirle: “De ahora en adelante, tú, Boriska, construirás campanas. Y yo pintaré iconos”. Graça Morais y muchos de nosotros necesitamos revisitar la historia de Rubliev y Boriska para no sentirnos solos ni perdidos.

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