Por Europa, pese a todo
Mucho de lo conseguido en décadas de paz, libertad y conquista de derechos podría perderse si los ciudadanos no lo valoran y defienden


Las concentraciones convocadas este domingo en varias ciudades españolas para defender Europa muestran que una parte de la opinión pública ve en peligro, y con razón, el modelo político y social que, más allá de sus carencias o limitaciones, ha permitido en la mayor parte del continente europeo la era más larga y compartida de paz, libertad y prosperidad en su historia reciente. El éxito se ha debido en gran medida a la superación de los instintos nacionalistas a través de una Unión Europea donde la cesión de soberanía y el respeto a la diversidad no ha sido una suma cero sino un multiplicador del potencial de cada uno de los socios. Tras la hecatombe bélica de la primera mitad del siglo XX, Europa se hizo grande otra vez gracias a que dio la espalda a las políticas empeñadas en construir el futuro de cada nación en base a la ocupación o destrucción del resto.
Pero 75 años después de la declaración de Schuman —que el 9 de mayo de 1950 trazó el camino hacia la integración— la UE no atraviesa su mejor momento. Ni a nivel interno ni a escala mundial. La Unión se ve despreciada por Donald Trump, agredida por la guerra híbrida de Vladímir Putin y desafiada por los nuevos actores del siglo XXI que, con China a la cabeza, reclaman un espacio en la mesa global, algo que, con toda probabilidad, obligará a los europeos a renunciar a una parte de su poder e influencia. A ello se une su muchas veces cicatera actitud hacia la inmigración y su vergonzante pasividad ante las matanzas de Israel en Gaza y Cisjordania.
Con todo, el mayor peligro para la Unión parece habitar en sus propias entrañas. En casi todos los países avanzan las fuerzas políticas partidarias de dar marcha atrás en el proceso de integración. El efecto de la vacuna del Brexit contra las tendencias centrífugas empieza a diluirse. Y líderes como el húngaro Viktor Orbán, la francesa Marine Le Pen, la alemana Alice Weidel o el español Santiago Abascal han convertido a la Comisión y, en particular, a su presidenta, Ursula von der Leyen, en la diana de campañas que retratan a la UE como un invento de las élites que va en detrimento del bienestar de la mayoría de los europeos. Incluso en un país tan euroentusiasta como España, Vox ensaya e impone una agenda abiertamente euroescéptica aprovechando la debilidad y complicidad del PP en lugares como la Comunidad Valenciana o Murcia.
Ante tamaños ataques contra el proyecto común, conviene no olvidar el valor de una conquista histórica como la Unión Europea, sin parangón en el resto del planeta. Tras siglos de luchas fratricidas, este viernes, 9 de mayo, Día de Europa, se cumplieron 80 años de paz ininterrumpida entre los países del club comunitario. Contra viento y marea, la Unión ha superado crisis tan graves como la del petróleo en 1973, las sacudidas por la desintegración de la URSS y Yugoslavia, la debacle financiera en 2008, la oleada de ataques yihadistas a partir de 2015, el Brexit, la pandemia o el zarpazo de Putin contra la vecina Ucrania.
En un mundo cada vez más inestable, intolerante y ajeno a las normas, la UE ha seguido avanzando en libertades, derechos sociales, cuidado del medio ambiente y respeto a las minorías y a las diferencias de todo tipo. Europa se ha convertido en un lugar privilegiado en el que millones de personas comparten un inmenso espacio sin fronteras donde pueden elegir con total libertad dónde vivir, estudiar, trabajar o retirarse. El éxito europeo brilla más si cabe en contraste con la deriva autocrática en la que se ha embarcado EE UU con el segundo mandato de Trump.
Iniciativas como las concentraciones de este domingo, o las de Italia el pasado mes, nos recuerdan que esta Europa solo se mantendrá en pie y unida si la ciudadanía defiende cada día, con su voz y con su voto, el valor de una integración que, pese a sus lagunas, sigue mereciendo mucho la pena.
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