Del apagón a la ‘burocratopía’
Lo que nos interesa a los ciudadanos es que las cosas funcionen, no el beneficio específico que este o aquel partido saque de la bronca

Comparado con otros conflictos en los que se enredan nuestros políticos, la ventaja del famoso apagón es que sus causas acabarán siendo sabidas al detalle. Podrá tardarse más o menos, pero al final se desvelará el fondo del asunto. Aunque solo sea porque nuestros socios europeos exigirán explicaciones técnicas precisas, y la evaluación de estas permitirá atribuir las responsabilidades correspondientes. El asunto dejará de ser “opinable”, como ocurrió en el debate parlamentario posterior, tan similar a los que afectan a cualquier otro acontecimiento político.
Ahora bien, que nadie piense que con esto vaya a acabarse con el conflicto entre los partidos. La cuestión energética es de las más politizadas y una decisión técnica sobre el colapso del sistema eléctrico no la disolverá como si fuera un azucarillo. La diferencia es que al menos servirá para sacar a la luz la frivolidad de hacer política barata con las cosas del comer. Si hay algo para lo que sirvió el apagón es para que tomemos conciencia de la imprescindibilidad de determinados servicios públicos y cómo su aseguramiento es una cuestión lo suficientemente seria como para merecer algo más que las perezosas inercias de la confrontación partidista al uso. Por decirlo en plata, lo que nos interesa es que las cosas funcionen, no el beneficio específico que este o aquel partido saque de la bronca.
Traigo esto a colación, porque eso de “que las cosas funcionen”, se ha convertido en el nuevo mantra de la disputa —¿ideológica?— contemporánea. Lo de “ideológica” lo pongo entre interrogaciones, porque de lo que se trata es, precisamente, de relegar la ideología a un segundo lugar y atender de forma prioritaria a la cuestión de la eficacia. No solo la ideología —el subordinar todo a prevenir el cambio climático, por ejemplo—, sino los mismos procesos o procedimientos, vistos como dilatorios e ineficientes, que nos aseguran la garantía de determinados derechos.
De forma bruta nos lo encontramos en el ansia de los tecnobros trumpistas por machacar la Administración federal estadounidense. Pero ahora ha aparecido también en la izquierda; eso sí, dentro de una argumentación mucho más sofisticada, como hacen Ezra Klein y Derek Thomson en su libro Abundance, que está teniendo una amplia repercusión. Su tesis es bien simple: por muy estupendos que sean los objetivos, cuando no se consiguen resultados tangibles se acentúa la desconfianza en la política y se acaba votando a los populistas. “Los errores de los progresistas contribuyeron al auge del iliberalismo”. Más vale, por tanto, que nos fijemos menos en cuestiones de legitimidad, en la “obsesión por el proceso”, y vayamos a lo que de verdad funciona.
Es una síntesis mínima de un libro cargado de ejemplos, pero lo que importa es la idea básica. La democracia puede ser perfectamente eficiente, pero cuando se enreda en sus sistemas de vetos mutuos, en el dogmatismo ideológico y las lógicas de los procesos burocráticos acaba siendo disfuncional. La clave está, por tanto, en saber conjugar adecuadamente la tensión entre legitimidad y eficacia. Pero creo que caen en la “burocratopía”, por tomar prestado el título de un libro de Julia Borggräffe, en el que esta autora alemana aspira también a algo así como una salvación de la democracia a través de una reorganización radical de la gestión pública. Es posible que esta sea imprescindible; el peligro es, desde luego, que acabemos tirando al niño —las garantías democráticas— con el agua sucia. Quién nos lo iba a decir, siempre pensamos que los chinos acabarían convergiendo sobre los sistemas democráticos; ahora parece que deseamos emprender el camino contrario, aproximarnos a su modelo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
