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COLUMNA
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Con León XIV han elegido a un sanador

La primera alocución del Papa ha tenido un claro regusto de continuidad francisquista

Robert Francis Prevost, Leo XIV
Ignacio Peyró

Un inglés converso al catolicismo dejó dicho que está muy bien entrar en la barca de Pedro, pero que quizá sea mejor no bajar a ver cómo funciona la sala de máquinas. Los cónclaves, que ofrecen una mezcla en extremo fascinante de teología y sedas, de mundanismo y paráclito, parecerían refrendarlo: en este último no han faltado bulos (contra Parolin), vídeos instrumentalizados (contra Tagle) y hasta un completo dosier contra el cardenal Prevost, que no le ha impedido reinar ya como León XIV. Para elegir a uno de los papables menos obvios, sin embargo, solo se han necesitado las mismas votaciones —cuatro rondas— que para elegir a un papable tan cantado como Ratzinger. Así, nos hemos hartado a hablar de divisiones en la Iglesia, pero hay comunidades de vecinos en Sanchinarro que ya quisieran para sí la capacidad de acuerdo sobre los horarios de la piscina que el Sacro Colegio Cardenalicio para elegir al sucesor de Pedro. Puede pensarse que los electores tenían justamente la presión de no eternizar el cónclave para no manifestar sus diferencias ante el mundo. Pero también puede pensarse que, ante la terribilità del Juicio Final de Miguel Ángel, tantos de esos septuagenarios estaban quizá menos pendientes del tuit que de sus responsabilidades de ultratumba. Como fuere, el mensaje de unidad ha sido tan positivo como era necesario.

Y se ha obrado con singular finura: Prevost, sin arrebatar a nadie, no se ha ganado las deploraciones de —casi— ninguno. Tiene las garantías teológicas que se le suponen a un hijo de san Agustín, sin ser un papa doctor ni teólogo. Tiene experiencia misional, experiencia de gobierno en diócesis y también experiencia de pastor en su propia orden. Y en su misma biografía hay resonancias para todos: conoce Estados Unidos y la América hispanohablante, es de país rico con experiencia en tierras pobres y, aguas arriba de su familia, están también Francia y España. Un católico estadounidense que habla español: Trump, un hispanófobo rodeado de católicos, aún debe de estarlo procesando. Pero para una institución que se quiere universal quizá alguien así parece adecuado, siquiera sea por su capacidad de decir algo a grupos y carismas muy distintos. De puertas afuera, algo sabe de la dificultad del mundo en un momento en que las instituciones internacionales están en repliegue, y la Iglesia sigue aferrada a su universalismo. Y de puertas adentro, en fin, quizá no hubiera otro con iguales credenciales para calmar al mismo tiempo a los conservadores estadounidenses y a los progresistas alemanes, sin cuyos dineros hay píos deseos pero no misión.

Apelaciones constantes a la paz y una mención —potente— a la sinodalidad: la primera alocución de León XIV ha tenido un claro regusto de continuidad francisquista. Pero no deben de faltarle ambiciones a Prevost cuando ha elegido el nombre que ya parecía haber desgastado para siempre un papa tan poderoso como León XIII: un pontífice identificado con la suma ortodoxia, y a la vez un innovador —suya es la Rerum novarum— que puso las bases de la sensibilidad y el pensamiento social de la Iglesia, tuvo dones de diplomático en un momento de guerras culturales stricto sensu y cuidó el jardín académico de la Iglesia hasta fichar a John Henry Newman. Un planteamiento semejante no se improvisa: es una lectura profunda de lo que el mundo necesitaría de la Iglesia. Así, Leone es un papa que hace gestos a todos, en una Iglesia donde mal que bien deben convivir los cardenales Sarah y Hollerich, la benedictina Teresa Forcades y el supernumerario Federico Trillo, teólogos latinoamericanos progresistas y británicos fascinados por los inciensos del tradicionalismo, las cartujas y las sandalias, el olor a oveja y la autoridad diplomática. Por si fuera poco, quizá no tenga el carisma de otros, pero sí una bondad o apacibilidad hija de la sencillez. Como fuere, quizá lo más sugestivo sea que con León XIV parece firmarse el armisticio en las guerras culturales abiertas en el catolicismo desde el Concilio Vaticano II. Prevost desensimisma del debate entre la teología progresista del Rin y el apego tradicionalista del Tíber. Los cardenales no han elegido a un italiano, pero sí han hecho algo de una inteligencia muy italiana: que nadie se sienta del todo derrotado por nadie. Casi se merece un aleluya.

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Sobre la firma

Ignacio Peyró
Nacido en Madrid (1980), es autor del diccionario de cultura inglesa 'Pompa y circunstancia', 'Comimos y bebimos' y los diarios 'Ya sentarás cabeza'. Se ha dedicado al periodismo político, cultural y de opinión. Director del Instituto Cervantes en Londres hasta 2022, dirige el centro de Roma. Su último libro es 'El español que enamoró al mundo'.
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