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Columna
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León XIV: los deberes de un papa misionero

El nuevo pontífice debería continuar el pensamiento político, económico, social y ecológico de Francisco y abordar sin demora la democratización de la Iglesia

El papa León XIV saluda este jueves desde el balcón de la basílica de San Pedro.
Juan José Tamayo

Tengo las mejores impresiones del cardenal estadounidense Robert Francis Prevost, elegido papa con el nombre de León XIV, que ofrece la primera pista de una de las posibles prioridades de su pontificado: la defensa de los derechos de la clase trabajadora. León XIII fue el papa de la Rerum novarum, de 1891, encíclica que dio origen a la doctrina social de la Iglesia, continuada por sus sucesores con documentos de gran importancia como Octogessima adveniens, de 1971, del papa Pablo VI; Laborem exercens y Centessimus annus, de Juan Pablo II, y La alegría del Evangelio, de 2013, del papa Francisco, sin duda la más revolucionaria de todas, en la que afirma que el neoliberalismo es injusto en su raíz.

Por mis viajes a Perú durante los últimos 25 años, he seguido de cerca la trayectoria del padre agustino Prevost como misionero y obispo en ese país y tengo las mejores impresiones sobre su actividad teológica y pastoral, compartida con colegas teólogas, teólogos y obispos amigos peruanos. Durante los últimos años, fue un estrecho colaborador del papa Francisco, quien le encargó la presidencia de uno de los dicasterios más importantes de la curia vaticana, el de la elección de obispos.

En estos momentos, me gustaría ofrecerle algunas sugerencias para que su pontificado sea históricamente significado y pueda responder a los grandes desafíos del cambio de era que estamos viviendo. En realidad, son más bien deseos que creo que coinciden con un sector importante de cristianos del siglo XXI. El primero es mi deseo de que continúe el pensamiento político, económico, social y ecológico del papa Francisco, que expuso en sus encíclicas La alegría del Evangelio, Laudato si’, Sobre el ciudado de la Casa Común y Fratelli tutti. El horizonte en todas ellas es la defensa del bien común, la denuncia de la globalización, de la indiferencia ante el sufrimiento de las mayorías populares empobrecidas y la idolatría del dinero. León XIV sabe muy bien que el pensamiento y la práctica de Francisco en este tema está en plena sintonía con el Evangelio de Jesús de Nazaret, que declara la incompatibilidad entre servir a Dios y al dinero.

El segundo deseo que me gustaría se realizara sin demora es la democratización de la Iglesia, que el papa Francisco no logró llevar a cabo, a pesar de su crítica del clericalismo y de la defensa de la sinodalidad. La Iglesia católica sigue teniendo una estructura jerárquica, piramidal, patriarcal y clerical. En ella tienen todo el poder el papa, los obispos y los sacerdotes. En este terreno creo que vive instalada en una clara contradicción. Defiende los derechos humanos y la democracia en la sociedad, pero no los practica en su seno. Es necesario que León XIV genere cauces de participación de los cristianos en la toma de las más importantes decisiones de la vida de la Iglesia y en la elección de sus dirigentes La democratización en su seno es condición necesaria para que su mensaje sea creíble y para que no se le aplique el refrán “consejos vendo, pero para mí no tengo”.

Mi tercer deseo es que la democratización se haga desde la perspectiva de género. La jerarquía católica, incluido el Vaticano, es hoy uno de los más eficaces bastiones de defensa del patriarcado. En este terreno, el papa Francisco hizo algunos avances colocando a mujeres en puestos de responsabilidad dentro de la curia vaticana. Pero no resulta suficiente. Es necesario que la reforma de la Iglesia se lleve a cabo bajo dos principios, el de la igualdad y el de la paridad, ambos con base antropológica y evangélica. La base antropológica es la igual dignidad y los mismos derechos y deberes de todos los seres humanos sin discriminación de género. La base evangélica es el movimiento igualitario de hombres y mujeres que puso en marcha Jesús de Nazaret. Si no se democratiza la Iglesia desde la perspectiva de género, llevará la marca del patriarcado, que está en abierta contradicción con la democracia.

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