Adán Augusto y el crimen organizado como un continuo. Nëmää
La alianza entre capitalismo, Estado y crimen organizado es lo que hace a este tan letal, una máquina de muerte


Por un lado, existe la idea romantizada de que el crimen organizado nació liderado por figuras semejantes a Chucho el Roto, Robin Hood o Vito Corleone que, a pesar de todo, cuidaban de la gente. Se nos narró que sus líderes se preocupaban por el pueblo porque en medio de catástrofes ejercieron las funciones que abandonó el Estado, porque resolvían necesidades y se podía acudir a ellos para buscar un ajuste de cuentas que para muchos era lo más parecido a la justicia; se creía que en algunos casos mantenían cierto orden social y recibían la admiración de una parte de la población. En esa versión edulcorada, el crimen organizado surgió casi como un acto de protesta en contra de la desigualdad económica y en contra de la pobreza. En corridos y películas se habló de los códigos de honor que impedían asesinar a las esposas o los menores de edad del bando opuesto, esos códigos que dictaban que solo se recurría al asesinato en casos extremos. Todo esto nos presentó también una narrativa en la que, de un lado estaba el gobierno y del otro, como su opuesto, el crimen organizado.
Las lamentables palabras que la actriz Kate del Castillo dirigió al Chapo Guzmán en 2012 son una muestra de esta versión idealizada; en su mensaje de redes sociales, la actriz mexicana decía que creía más en el Chapo Guzmán que en el gobierno, al mismo tiempo que le pedía al capo que se animara a traficar con amor y con el bien, todo esto envuelto en una ingenuidad que la llevó a encontrarse años más tarde con el Chapo Guzmán con la intención de obtener su permiso para hacer una película sobre su vida. En algunos imaginarios, esta versión idealizada persiste; el hecho de que sea innegable la relación entre desigualdad social e incorporación al crimen organizado se usa en muchos casos para relativizar el horror y la violencia con los que operan estos grupos. Todo este entramado de relatos encubre en realidad una verdad atroz: no es posible desligar el crimen organizado del Estado y del capitalismo. Se trata más bien de un continuo en el que es difícil hacer el corte claro, ¿en dónde comienza uno? ¿en dónde acaba el otro? La alianza entre capitalismo, Estado y crimen organizado es lo que hace a este tan letal, una máquina de muerte.
Una vez más tenemos evidencia de ello y nos vuelve a explotar en la cara. Más bien debería sorprendernos que aún nos sorprenda. El caso de Genaro García Luna, secretario de seguridad pública en el sexenio de Felipe Calderón es emblemático. Ahora, el caso de Hernán Bermúdez Requena, ex secretario de seguridad de Tabasco durante el gobierno de Adán Augusto López, vuelve a mostrarnos una vez más que el crimen organizado debe considerarse siempre como parte de un continuo que llega hasta organismos gubernamentales, el crimen organizado no puede prosperar tanto sino fuera así. A veces ese traslape se da al nivel de agentes municipales; otras veces, el crimen organizado llega hasta la titularidad de las secretarías de Estado de las distintas entidades federativas o de la nación. No es que García Luna o Bermúdez Requena estuvieran coludidos con el crimen organizado, eran el crimen organizado mismo ejerciendo labores de Estado a través de ellos. La imagen de Chucho el Roto se va desdibujando y poco a poco surge otra imagen, una de cuello blanco, de saco y corbata, un crimen organizado que también participa en mítines y nos habla de amor a la patria.
Quienes nombraron a Hernán Bermúdez Requena y a García Luna en las respectivas secretarías de seguridad niegan haber tenido conocimiento de las acciones de sus subordinados. Todo esto escandaliza además porque uno fue precandidato a la presidencia de la república y amigo cercano de Andrés Manuel López Obrador mientras que el otro fue jefe del Estado mexicano. Lo que a esos niveles parece extraordinario es, en cambio, la norma en muchos de los municipios del país. Este último gran escándalo es más bien un lamentable recordatorio: el Estado mexicano y el crimen organizado no son elementos antagónicos, forman parte de un mismo continuo.
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