Hugo Aguilar: entre la derecha y la izquierda. Yoots
Ante los problemas de la elección y la reforma judicial se utiliza discursivamente el triunfo de un indígena para disolver la potencia de los cuestionamientos


En las elecciones pasadas, Hugo Aguilar, un abogado mixteco de Oaxaca, fue elegido como ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Independientemente de las credenciales, de su preparación, de su agencia, de su voluntad y de los aportes que ha hecho y seguramente hará al Poder Judicial en esta nueva tarea, me interesa la manera en la que derecha e izquierda han recibido su triunfo y del uso discursivo que están haciendo de la llegada de un indígena a la presidencia de uno de los poderes de la República.
A diferencia de lo que sucedía en el pasado, el hecho de pertenecer a un pueblo indígena se trata como un rasgo positivo que hay que escamotear a los adversarios. Pasamos de ser salvajes a ser buenos salvajes. Con Xóchitl Gálvez, la izquierda intentó por todos los medios negar que es indígena y ahora es la derecha la que intenta hacer lo mismo con el nuevo ministro presidente; en varias columnas se recalca que Hugo Aguilar es mestizo sin mayores argumentos, mientras que la izquierda ensalza su pertenencia a un pueblo originario. Muchos analistas cercanos a Morena que, sin embargo, habían cuestionado la reforma judicial y la manera en la que se llevó a cabo la elección, de pronto respiraron aliviados porque el triunfo de una persona indígena parecía convertir todos los problemas que habían detectado en asuntos menos graves; después de todo, si el resultado era ese, había valido la pena, haya sido como haya sido. Sin duda, Claudia Sheinbaum, que antes había insistido en que era hora de tener un ministro indígena en la Suprema Corte, ha calculado con anterioridad este efecto.
Es difícil saber en qué momentos los simpatizantes de la llamada cuarta transformación leerán la cercanía al movimiento zapatista como algo positivo o como algo negativo. Muchas veces han tratado al EZLN como uno de los principales enemigos del obradorismo y lo han descalificado por ser, en sus palabras, un “invento de Carlos Salinas de Gortari”, pero en este caso la lectura ha sido distinta: el hecho de que Hugo Aguilar haya especificado su pertenencia al cuerpo de asesores del EZLN en el pasado fue leído como un rasgo positivo. Cuando algunos exasesores precisaron que Hugo Aguilar no se encontraba en la lista oficial de asesores del EZLN, muchos simpatizantes de Morena se indignaron y trataron de probar lo contrario. Pareciera que, para la izquierda en el poder, es deseable haber sido cercano al EZLN siempre y cuando no lo seas más en el presente. Se puede extraer legitimidad del zapatismo para potenciar tus credenciales de izquierda siempre y cuando te mantengas alejado de ahí en la actualidad.
La derecha no ha escatimado en lanzar los peores comentarios racistas contra Hugo Aguilar, el mismo racismo que vimos salir de la cloaca cuando nominaron a Yalitza Aparicio para un Óscar o el que la derecha, y también buena parte del obradorismo, desplegaron contra María de Jesús Patricio, vocera del CNI en las elecciones de 2018. Se han burlado de la estatura de Hugo Aguilar, de su color de piel, de su acento, de su lengua, de su dentadura y hasta de su cabello; otros, racistas más timoratos, han dudado de sus capacidades porque, en sus palabras, Aguilar Ortíz sólo es experto en derechos indígenas y por ello dudan de su capacidad para gestionar otros temas jurídicos, ignorando por ejemplo, todo su conocimiento sobre derecho constitucional, tema clave para el cargo. Otros más, se han escandalizado porque ha expresado que no usará más la toga sin darse cuenta de que la propia Constitución mexicana reconoce el carácter pluricultural y multiétnico del país.
El uso discursivo que ha hecho la izquierda del triunfo de Hugo Aguilar también ha sido intenso. Por un lado, ha usado este triunfo para concentrar la agenda pública en la elección de Hugo Aguilar y dejar fuera del foco mediático la escandalosa elección de Yasmín Esquivel quien, además de continuar como ministra, también presidirá la SCJN después de Aguilar y de Lenia Batres; se trata de un hecho escandaloso que merece toda la indignación posible considerando sus terribles antecedentes. La elección de un indígena como presidente del poder judicial también ha sido utilizado para minimizar el gigantesco abstencionismo en las elecciones del 1 de junio y los grandes problemas de la reforma judicial.
No es esta la primera ocasión en la que la cuarta transformación utiliza la categoría indígena para legitimar espacios o procesos. En el sexenio pasado, cuando estalló el escándalo por la designación de una agregada cultural en España, López Obrador prometió que nombraría en esa función a una mujer indígena; lo mismo sucedió cuando se presentaron problemas con la titular de la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación; cuando fue despedida, el entonces presidente determinó que sería una mujer indígena quien ocuparía su lugar. Ante el retiro de la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma, Claudia Sheinbaum, determinó, una vez más, que sería la estatua de una mujer indígena la que sería colocada en su lugar. Ahora, ante los problemas de la elección y la reforma judicial, se utiliza discursivamente el triunfo de un indígena para disolver la potencia de los cuestionamientos. Los simpatizantes de la cuarta transformación saben que es difícil para mucha gente de la oposición hacer críticas a Hugo Aguilar sin caer en el racismo, pero racista es descalificarlo por ser indígena como dejar de hacerle críticas por el mero hecho de serlo.
Por fortuna, más allá del uso discursivo del triunfo de Hugo Aguilar por parte de la derecha como por parte de la izquierda, el ministro presidente electo tiene su propia trayectoria, sus luces y sus sombras, viene con su propio proyecto y tiene la agencia para llevarlo a cabo. Tocará poner atención al desarrollo de su trabajo y el manejo que haga de las presiones que llegarán tanto de la izquierda como de la derecha. Tiempo al tiempo.
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