La catedral de Ciudad de México no quiere aborto en sus muros
Causa perplejidad que una jefatura de Gobierno presidida por una mujer feminista como lo es Clara Brugada haya accedido a los deseos de la Iglesia


Respetó la lluvia al respetable público. Y cientos de personas se acercaron la noche de este jueves a ver la historia de la Ciudad de México proyectada a lo grande sobre los muros del Palacio Nacional. Y sobre la catedral, a su lado. Pudieron comprobar si era cierto que la Jerarquía católica había solicitado al gobierno capitalino que recortara parte del guion para no ver sobre la fachada del templo las pancartas que hacen alusión al aborto seguro, una de las conquistas de la ciudad, allá por 2007. Y si era verdad que el gobierno le había concedido el deseo. Ambas cosas son cabales.
Tenochtitlan cumple 700 años en los que ha pasado de todo y la proyección titulada Memoria Luminosa da cuenta de ello. No le han molestado a las altas sotanas ver sobre sus piedras los dioses de otras civilizaciones, ni las barbaries de la conquista, ni los próceres asesinados, ni las leyes de Reforma de Juárez que decretaron la separación Iglesia-Estado y la nacionalización de los bienes eclesiásticos, ni Zapata ni Pancho Villa, ni los horrores del 68. Todo ello es historia y como tal se ha representado.
Pero otra cosa son las libertades y los derechos de la mujer sobre su cuerpo, o sea, el aborto, cuya prohibición ha dejado tantas muertas en el mundo -y sigue dejando- per secula seculorum. Hay imágenes que lastiman profundamente la fe y los principios cristianos, ha dicho la archidiócesis de México. La iglesia ha preferido que se censuren esos tramos del videomapa, como le llaman.
Nada hay de novedoso ni de lo que asombrarse en esta postura confesional, porque así lleva expresándose desde que el aborto empezó a reivindicarse. Más perplejidad causa que una jefatura de Gobierno presidida por una mujer feminista como lo es, sin duda, Clara Brugada, haya accedido a los deseos de las oficinas de la catedral metropolitana. Pero tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza, porque lo que se ha recortado en la catedral permanecía íntegro en el Palacio civil, una buena muestra de la separación Iglesia-Estado, por más que estén juntitas en el gran Zócalo capitalino. “Se atiende su petición y se actuará en consecuencia”, ha respondido el Gobierno.
La Iglesia está en su derecho de defender sus posiciones, de criticar el aborto, el movimiento LGTB y el feminismo entero. Lo mismo que el poder civil está en el suyo de no aflojar la cartera cuando le piden arreglos en las grietas del templo. Cada quien en su casa y dios en la de todos. Sin acritud.
Es más molesto cuando las sotanas interfieren en la casa ajena, es decir, en la vida pública. Y ni eso, lo que molesta de verdad es cuando les hacen caso. Pero en la ciudad está despenalizado el aborto, que a nadie obliga, solo concede el derecho. De modo que, si no quieren que la pancarta feminista aparezca en su fachada, no hay cuidado, se quita. Nadie se rasgue las vestiduras si en otra ocasión la gente protesta por las procesiones que ocupan el espacio público, que es de todos.
Pero no se apuren, que no llega la sangre al río. Por el momento, las gentes del Palacio Nacional respetan a la Iglesia y a la inversa. La gracia de toda esta polémica es que en la catedral no se ve nada de nada. La nítida proyección en la sede del Gobierno se convierte en un burruño sobre la fachada catedralicia y mucho hay que esforzarse para distinguir el bigote mismo de Zapata, no digamos ya el mostacho gatuno de Carlos Monsiváis. De haber salido la pancarta del aborto, ni dios se habría dado cuenta.
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