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Pensándolo bien
Columna
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La cabeza fría no bastará

Con Trump o sin Trump, más maligno o no tanto, necesitamos la cabeza fría, pero también mucho más

Claudia Sheinbaum, en Canadá, el 16 de junio de 2025.
Jorge Zepeda Patterson

¿Mantener la cabeza fría debe seguir siendo la estrategia por parte del gobierno mexicano para enfrentar a Trump o es el momento de revisarla? La mayor parte de los comentaristas serios, incluso de oposición, asumen que ha sido una actitud correcta, considerando el escaso margen de maniobra que ofrece la vulnerabilidad de México y el enorme daño que puede provocar un embate de Trump. Pero la reciente decisión de imponer un arancel del 17% al jitomate, que ya entró en vigor, y la amenaza de tarifas generalizadas del 30% a partir del 1 de agosto, llevan a más de un analista a preguntarse si no ha llegado el momento de considerar otra estrategia para enfrentar al buleador vecino.

Se afirma que estos datos demostrarían que las muchas acciones realizadas por el gobierno de Claudia Sheinbaum han servido de poco o nada. El envío de docenas de narcotraficantes, la disposición para recibir a migrantes expulsados, el notorio reforzamiento en el combate a los cárteles y el tráfico de drogas, la actitud calma frente a agresiones verbales groseras en contra del país.

Dentro de dos semanas, a toro pasado, será muy fácil concluir una cosa u otra. Si la Casa Blanca cumple sus amenazas se dirá que México tendría que haber actuado de otra manera. Por el contrario, si recula como lo ha hecho en ocasiones anteriores, se asumirá la importancia de haber mantenido una actitud precavida y responsable. Francamente, me parece que una cosa u otra terminan siendo tormentas en un vaso de agua, porque en el fondo lo que vaya a hacer Trump tiene mucho más que ver con las presiones dentro de la economía estadounidense, particularmente del mercado bursátil y de los círculos de negocios de la élite, que de lo que haga o deje de hacer el Gobierno mexicano. Y no digo que dé lo mismo, pero sí habría que ponerlo en su justa dimensión. En realidad, la ventaja de mantener la estrategia de cabeza fría reside no tanto en lo que produce en relación con Trump, sino en lo que evita. “Engancharse” y responder con represalias a las tarifas o simplemente con intercambios verbales es muy tentador, y en términos de política interna incluso muy redituable, pero habría producido furias adicionales. En distintos contextos lo hemos visto con Petro, Trudeau, Zelenski o Lula. Puede no haber sido muy exitosa como estrategia, pero muy probablemente ha sido la menos perjudicial que podía asumirse.

A mi juicio el tema no estriba en cambiar o no el trato con Trump, porque la volatilidad y el voluntarismo del presidente obligan a evitar toda respuesta que termine echando gasolina al fuego. Un gesto de supuesta “dignidad” sería muy gratificante en lo inmediato, pero podría traducirse en un terrible flagelo para millones de mexicanos.

No, lo que tendríamos que discutir es qué habría que hacer además de mantener la cabeza fría, negociar a todos los niveles y buscar puentes e interlocutores con Estados Unidos para encontrar oídos sensibles a nuestros intereses. El gobierno ha realizado todo lo anterior, pero corremos el riesgo de que nada de eso alcance. Podríamos responder, como China, que si nuestra civilización ha resistido miles de años, bien podrá soportar otros cuatro.

El problema es que esto podría ir mucho más allá de unos pocos años de vacas flacas. Trump es reflejo de algo más profundo y permanente, y anuncia un mundo más fragmentado, centrado en el egoísmo de las potencias, la lucha por el control tecnológico y los recursos escasos (agua, minerales).

Con Trump o sin Trump, más maligno o no tanto, necesitamos la cabeza fría, pero también mucho más. México tendría que acelerar su Plan B a una velocidad turbo para fortalecer su mercado interno y encontrar una base de exportaciones más sana, lo cual supone diversificar socios comerciales, pero también encontrar una base de exportación singular y atractiva para el mercado mundial.

Lo que está sucediendo es un lento desplome de la viabilidad del modelo de integración al que apostamos prácticamente todo. Necesitamos comenzar a construir a marchas forzadas una vía paralela. No dentro de cinco años o diez, sino ahora, porque tomará lustros conseguirlo. Entender que estamos frente a un reto histórico que necesitará un esfuerzo singular.

Y para eso se requieren decenas, si no es que centenas, de miles de millones de dólares frescos. No basta simplemente con amarrarnos el cinto, reorganizarnos mejor y resistir en espera de tiempos mejores. El gobierno de Sheinbaum, correctamente, está haciendo esto. Pero no será suficiente. Requerimos de un proyecto ambicioso, un Plan Marshall a escala local, como aquél que reconstruyó la Europa de posguerra.

Una apuesta por el proyecto transoceánico, nuevos polos de turismo, nichos tecnológicos y de especializaciones capaces de competir internacionalmente, creación de infraestructura energética y alimenticia y formación de un mercado interno robusto.

Lo que estamos describiendo en realidad es el llamado Plan México, que gobierno y empresarios vienen trabajando desde hace meses. Por desgracia, la descomposición del orden anterior obligaría a pasar a una versión 2.0 desde ahora.

Todo eso requerirá de ingresos que tendrían que venir de una reforma fiscal inteligente y de una estrategia de endeudamiento bien pensada. Sobre este punto habría que recordar que el nivel de deuda externa de México en relación con su PIB es bajo, comparado con la mayoría de las naciones del llamado Primer Mundo. Si hay algún momento en que se requiere ampliarlo, es ahora.

Pero todo endeudamiento constituye una entrega de futuro a cambio de presente, un acto de fe asumido en nombre de las siguientes generaciones que de alguna manera se ven obligadas a confiar en el uso responsable de quienes manejarían esos recursos hoy. Demasiado pedir, quizá, a menos que se ofrezcan garantías, trasparencias, corresponsabilidades y apertura política. La noción de un pacto por México ha sido demasiado sobada, pero en esencia es lo que hoy se necesita, y en una versión mucho más profunda y cabal que nunca.

Hasta ahora Claudia Sheinbaum ha sido una mandataria responsable, eficaz, laboriosa y prudente, de buenas intuiciones y mejores intenciones. Será una buena presidenta, sin duda, pero México necesitará más que eso. Los tiempos extraordinarios exigen líderes extraordinarios. Sin menoscabo de la fuerza política que encabeza, tendrá que ser una verdadera jefa de Estado de todos los mexicanos, capaz de impulsar una ruptura histórica que no puede esperar.

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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