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Pensándolo bien
Columna
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El futuro habría tenido otro presente

La entronización del narcisismo de Trump es un fiel reflejo del mundo que estamos creando

El presidente Donald Trump en la Base de la fuerza aérea Andrews, Maryland, este miércoles.
Jorge Zepeda Patterson

Hay mucho de vergonzante en la manera en que el mundo ha optado por rendir pleitesía a Donald Trump. Qatar le regala un avión de 400 millones de dólares, Vietnam o Albania otorgan concesiones escandalosas para los desarrollos turísticos del junior, los países europeos le obedecen y suben a 5% del PIB el gasto militar, los dueños de las grandes empresas tecnológicas deciden hacerse de derechas para evitar su enojo, mandatarios de todos los continentes prefieren ignorar los insultos y buscan vías, algunas francamente indignas, para congraciarse con el polémico personaje. Sin embargo, no es correcto cargar la mano a estos esfuerzos por llevar la fiesta en paz con el buleador de Washington. Los gobiernos buscan evitar problemas inmediatos a sus países.

En última instancia, la enfermedad del mundo no es Trump. Empresarios tiburones ha habido siempre, la diferencia es que no solían estar sentados sobre el tablero de mando del poder. Tampoco podemos sentirnos engañados: Trump siempre ha sido Trump. No, el problema es que el mundo giró en su dirección, lo cual habla mucho más de nosotros mismos que estrictamente de un personaje desagradable colocado en el puesto más poderoso del planeta.

La entronización del narcisismo en Washington (¿no es el “America First” un egoísmo convertido en política de Estado?), es un fiel reflejo del mundo que estamos creando. El selfie impostado y obsesivo como señal de identidad, la cultura de la terapia del autoconocimiento y la autoayuda como coartada para ensimismarnos, la gratificación inmediata, la polarización como negocio, el atrincheramiento en las certidumbres inapelables frente a los argumentos del otro, la reducción de los demás a meros espejos para proyectar el propio ego.

Quisimos creer que la civilización había erradicado al salvaje, que los genocidios eran cosa de clanes africanos anacrónicos sobrevivientes de los vestigios del colonialismo, que las sociedades maduras habían arribado a la tolerancia y a la inclusión o estaban en camino de conseguido. No fue así. Trump, Putin, las ultraderechas europeas en ascenso, la crueldad del estado israelí, nos demuestran que el llamado primer mundo ha sido también el primero en desertar de aquel futuro idílico. El trumpismo encontró un camino pavimentado por los Brexits y la dureza de Alemania contra Grecia, verdaderos precursores del “yo primero”. Con Trump simplemente han adquirido su versión más grotesca.

No es un fenómeno circunscrito a la política. Que el hombre más rico del mundo, Elon Musk, quintaesencia del éxito y probable modelo del empresario del futuro, defina la empatía como un atributo dañino para la especie humana, lo dice todo. En su opinión, la solidaridad y la compasión por los otros pueden ser un estorbo para la evolución del más fuerte, del más apto o para maximizar las ganancias. Puede resultar escandaloso, pero se agradece la claridad. Ya desde hace rato que los operadores de los fondos, ejecutivos sin rostro, empinaban la economía de países o condenaban al desempleo a millones de personas en aras de ganar medio punto a su hoja de resultados al final del día. Quizá sea mejor que los Elons y los Trumps que hoy gobiernan lo hagan sin las máscaras con las que potencias y transnacionales jodían al mundo con un lenguaje políticamente correcto.

Y puede resultar banal que el segundo hombre más rico, como probablemente lo es Jeff Bezos, un joven deseoso de hacer llegar libros al mayor número de personas, haya derivado en un frívolo fascinado con el espectáculo de su riqueza. Nada que no hayan hecho los pudientes desde el principio de los tiempos, pero sintomático de parte de estos nuevos ricos que, en algún momento, nos vendieron la idea de que sus jeans, camisetas y convicciones eran como las de cualquiera de nosotros. Quizá en realidad nunca lo fueron, pero dice mucho que ya no se sientan en la necesidad de pretenderlo.

Algún comentarista estadounidense al referirse a Ronald Reagan aseguró que el hombre había sido ideológicamente el mismo a lo largo de los años; no eran sus méritos en campaña o su transformación lo que lo había llevado de líder del sindicato de actores a exitoso presidente de Estados Unidos. Era un pájaro más en la parvada, pero súbitamente la bandada cambió de dirección y el último se convirtió en el primero. Algo así parece estar sucediendo con Trump. Se hizo precandidato presidencial hace casi diez años como recurso para posicionar su marca y terminó siendo llevado en hombros a la Casa Blanca. Insisto, no es Trump, sino el cambio de rumbo a un mundo más duro y cínico. La pregunta de fondo es saber si existe retorno de esa oscura ruta o si no es más que el inicio de lo que ha de venir.

Estos días se realiza en Europa una muestra artística bajo el sugerente título “El mundo de mañana habría tenido otro presente” (Viena, Museo Mumok). Más allá de las obras exhibidas, la frase es un poderoso llamado a la reflexión. El porvenir será el resultado de lo que hoy llamamos presente; los paraísos, las utopías o simplemente la confianza de que el tiempo arreglará las cosas no suceden automáticamente ni salen de la nada. Habría que preguntarse que papel juegan la dignidad, la solidaridad, la mesura, la disposición a reconocer un error, la posibilidad de escuchar, en una sociedad que premia al individualismo, el abuso, el éxito como haya sido (y casi siempre es sin ofrecer disculpas ni mirar las consecuencias).

O quizá habría que apostar al principio dialéctico de que la historia avanza en impulsos pendulares y que entre más lejos se vaya en una dirección, mayor será el impulso en la dirección contraria. Ojalá. Por lo pronto no se ve cuándo y cómo podríamos escapar a los excesos de la vida material y al narcisismo de los tiempos. Solo esperemos que el predominio de la inteligencia artificial no escape a nuestro control y destruya la esperanza de algún retorno pendular. Por lo pronto, habría que asumir que no habrá un futuro distinto si no empezamos a cambiar el presente. Y no es quejándonos de Trump, sino de lo que estaos haciendo para hacerlo posible.

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Sobre la firma

Jorge Zepeda Patterson
Escritor y analista político. Ha sido director del diario 'Siglo 21' y 'Público' en Guadalajara y de 'El Universal' en México. Fundador del digital Sinembargo.mx. Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia y premio Planeta por su novela. Autor de 14 libros, con traducciones a 20 idiomas
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