¿Cómo son los niños con pensamiento neurodivergente?
Esta variación neurológica puede incluir las altas capacidades, el TDAH o la dislexia, que tienen en común la forma diferente de procesar la información. Una peculiaridad que debe enfocarse para que se convierta en una ventaja y no en un hándicap


¿Tu hijo se fija en pequeños detalles que nadie percibe? ¿Se apasiona por un tema y lo llega a dominar como un experto? ¿Tiene poca tolerancia con determinados estímulos, como las luces intensas? Si la respuesta es sí, su pensamiento podría ser neurodivergente. Este neologismo se refiere a una manera diferente de percibir y entender el mundo, y que difiere de los razonamientos habituales. “El cerebro realiza un procesamiento de la información sensiblemente distinto a cómo lo haría el grupo promedio de referencia”, explica Silvia Fuentes, psicóloga especialista en terapia familiar, que también destaca la amplitud de tipos de pensamiento neurodivergente que existen. “Englobaría desde alteraciones del desarrollo tan dispares como las altas capacidades a los trastornos del espectro autista, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o la dislexia”, afirma.
Esta forma de procesamiento mental no siempre es fácil de detectar por los padres, porque suele tener características y rasgos aparentemente contradictorios, que incluyen todo lo que se desvía del pensamiento estándar. “Por ejemplo, es habitual la alta sensibilidad a estímulos como los ruidos o la incomodidad corporal con etiquetas de la ropa, así como una atención selectiva, que deriva en dificultades de concentración en lo que no motiva o gusta”, describe Fuentes. “Además, estos pequeños presentan dificultad en la gestión de los tiempos y en los cambios de actividad, tienen la comprensión del lenguaje alterada, especialmente con recursos complejos como la ironía o con expresiones y frases hechas, además de expresar las emociones muy intensamente”, añade.
Los padres pueden detectar que sus hijos piensan de manera diferente porque entienden la realidad de otra forma y sacan conclusiones diferentes al resto. “Su pensamiento es poco convencional, suele ser más creativo y original por su capacidad de resolver las cosas de forma única al hacer asociaciones más elaboradas para su edad, como en el caso de utilizar una carretilla para recoger sus juguetes y decir que es una excavadora espacial de objetos”, explica por su parte Belén Robles, socia fundadora del centro de psicología e inteligencia emocional Escuela Afectiva, situado en Madrid. Robles destaca la particularidad habitual de estos menores de desarrollar interés por determinados temas de manera casi obsesiva: “Son muy selectivos con lo que les gusta y se pueden centrar mucho en un área, por ejemplo en los dinosaurios. Despliegan una necesidad excesiva de conocimiento sobre ello. Sin embargo, en tareas del colegio que exigen una concentración prolongada no mantienen con facilidad la atención”.
“Este tipo de gestión cerebral puede resultar un hándicap para cuestiones como los estudios académicos”, retoma Fuentes, “es limitante, porque no sirve de nada, ni es adaptativo saber todo sobre un tema, mientras que sobre otro se desconoce la mayor parte”. “Es una alteración de la forma de pensar habitual, y no es positivo. Pero sí que hace que puedan tener habilidades específicas de cara al futuro en profesiones más creativas como bellas artes, arquitectura o diseño gráfico”, añade Fuentes.
“Este tipo de gestión cerebral puede resultar un hándicap para cuestiones como los estudios académicos”, retoma Fuentes, “es limitante, porque no sirve de nada, ni es adaptativo saber todo sobre un tema, mientras que sobre otro se desconoce la mayor parte”. “Es una alteración y no resulta positivo”, destaca la experta. “Aunque la ventaja es que pueden tener habilidades de cara al futuro para profesiones más creativas como bellas artes, arquitectura o diseño gráfico”, añade.

Según Robles, estos menores tienen menos soltura para manejarse en el área social, como, por ejemplo, con la destreza comunicativa: “Suele haber dificultas para interpretar las normas sociales y el lenguaje no verbal, como las expresiones faciales”.
Independientemente del tipo de pensamiento, conviene observar las destrezas y no solo las dificultades de la persona. “Se trata de entender las necesidades individuales del niño para poder atenderlas y que pueda desarrollarse mejor en todos los ámbitos de su vida”, asegura Robles. Los menores con pensamiento divergente pueden necesitar determinados apoyos para garantizar su avance adecuado y bienestar. “Existen recursos como el apoyo psicológico y las adaptaciones que se pueden gestionar con los colegios para que el niño pueda completar su formación dentro del entorno escolar habitual y facilitar así su integración”, añade Fuentes. “De hecho, el profesorado es quien suele detectar en primera instancia señales de neurodivergencia en los alumnos, porque encuentran rasgos de comportamiento que difieren del patrón estándar del grupo de la clase”, agrega la psicóloga.
Cuando los padres descubren que su hijo tiene un pensamiento con estas peculiaridades pueden contactar con profesionales para que les informen y orienten. “La forma de hacerlo es a través del pediatra, que deriva a los expertos adecuados, o contactar directamente con psicólogos que puedan realizar una evaluación para concretar las vías de actuación”, aconseja Fuentes. Para Robles, la diferencia entre la necesidad de la intervención psicológica o no la marca el hecho de que el menor tenga problemas para desenvolverse en su día a día: “Si el niño no tiene dificultades sociales, psicológicas o escolares, no precisa ajustes externos, de lo contrario, conviene aportarle soporte y logística profesional”. Esta especialista destaca la controversia que existe en el ámbito de la psicología sobre la idoneidad de etiquetar o no a los niños: “Por ello ha surgido el término del pensamiento neurodivergente, ya que así se pretende poner el foco en las habilidades de la persona y las particularidades que la diferencian en su forma de pensar, sin encajonarla en patologías”.
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