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La racha ganadora de Trump da alas a su revolución conservadora

La agenda del presidente de Estados Unidos encadena en dos semanas una serie de victorias en el Congreso, los tribunales y la escena internacional que pondrán a prueba los aranceles y los recortes de su polémica reforma fiscal

El presidente de EE UU, Donald Trump, golpea el mazo tras firmar la nueva ley fiscal, el viernes en Washington. Foto: Associated Press/LaPresse (APN) | Vídeo: EPV
Iker Seisdedos

Es una de las frases más famosas de Donald Trump. Dice: “Vamos a ganar tanto, que hasta puede que os canséis de ganar. Incluso que digáis: ‘Por favor, por favor, son demasiados triunfos, no podemos soportarlo más, señor presidente, es demasiado’. Y yo os contestaré: ‘No, no lo es, tenemos que seguir ganando”.

La pronunció en un mitin durante su campaña de 2016. Y sí, ganó por sorpresa aquellas elecciones, pero luego perdió unas cuantas: las siguientes presidenciales y las legislativas de 2018 y 2022. También fracasó en su intento de aferrarse al poder tras instigar una insurrección, o en aquel tribunal de Nueva York que lo condenó a 34 delitos graves. Y todas esas veces, la frase se volvió contra él como un bumerán lanzado por una personalidad megalómana y tan a menudo alejada de la realidad

Pero Trump volvió a ganar. Lo hizo inequívocamente en 2024 y lo está haciendo desde hace un par de semanas, al ritmo de lo que el analista conservador Matthew Cotinetti describe como “una de las sucesiones de noticias positivas más asombrosas de la historia presidencial reciente”. Así que en un país tan enfrentado como obsesionado con medir el triunfo y certificar el fracaso, críticos y partidarios se han puesto de acuerdo en los últimos días: Trump está en racha, y piensa aprovecharla para imponer en su revolución conservadora.

La racha comenzó el 21 de junio con el ataque militar al programa nuclear iraní. Aquel órdago presentaba sus riesgos: podría haber supuesto el inicio de una guerra, la chispa que hiciera explotar el polvorín de Oriente Próximo, una escalada en los precios del petróleo y una traición a los votantes que lo creyeron cuando les prometió que no metería a Estados Unidos en nuevas aventuras bélicas en lugares que no sabrían situar en el mapa. Un par de días después, y tras una débil represalia de Teherán, Trump anunció personalmente un alto el fuego entre Irán e Israel.

Trump saluda, junto a su esposa Melania, a los cazas B-2 que sobrevolaron Washington el viernes pasado, Día de la Independencia.

Para sellar esa frágil tregua, forzó a los líderes de ambos países a dejar de pelear tratándolos públicamente como a dos incorregibles niños en el patio de un colegio. Acto seguido, partió hacia la cumbre de la OTAN, en La Haya, donde lo esperaba la pleitesía de los socios de la Alianza, que, salvo España, aceptaron aumentar su gasto militar como les había pedido el presidente estadounidense, complacido de verse en el centro de una nueva diplomacia que huele a viejo: la diplomacia del vasallaje. La suma de ese sometimiento y el golpe a Irán han reforzado la posición de Estados Unidos en la escena internacional.

De vuelta a casa, surgieron las dudas sobre el éxito de la misión contra el régimen de los ayatolás, que Trump consiguió convertir en un debate semántico: ¿quedaron las tres instalaciones de enriquecimiento de uranio atacadas “total y completamente pulverizadas”, como aseguró él la noche de los bombardeos, o solo resultaron dañadas y el programa nuclear iraní, retrasado unos meses? A falta de los informes definitivos, Trump planteó una defensa patriótica: las críticas a la misión escondían ataques a sus heroicos pilotos.

En cuanto a los medios que publicaron los análisis preliminares que plantearon esas dudas, sufrieron otra campaña de descrédito que sería insólita en una democracia si fuera una novedad. Ya son 10 años de ataques de Trump a la prensa, y la estrategia, más allá de la pérdida de confianza en la independencia periodística de más o menos la mitad de los estadounidenses, dio un nuevo resultado tangible el miércoles con la capitulación de Paramount, otro tanto para el presidente. El conglomerado, propietario de la cadena CBS, aceptó rendirse y pagar 16 millones de dólares para enterrar la demanda de Trump por la edición de una entrevista con Kamala Harris en campaña que, según el presidente, entonces candidato, beneficiaba a los demócratas.

Los pilotos que bombardearon Irán fueron este viernes el plato fuerte del pícnic de la celebración del 4 de julio en la Casa Blanca. Dos bombarderos B-2 efectuaron un vuelo rasante sobre Washington antes de que el presidente de Estados Unidos compareciera con gesto satisfecho desde uno de los balcones junto a la primera dama, Melania Trump.

Sus palabras sonaron a discurso de la victoria. Celebró que en mayo las autoridades migratorias no detectaron ningún cruce ilegal en la frontera (el dato le sorprendió tanto que hasta dudó de que fuera real), así como la mejoría en las cifras de alistamiento del ejército y de los indicadores económicos. “¿No han sido las dos semanas más importantes de la historia presidencial de este país?”, se preguntó. “Al entrar en nuestro año 249”, añadió (la fiesta era en conmemoración de la Declaración de Independencia de 1776), “Estados Unidos está ganando, ganando, ganando como nunca antes”.

Luego bajó para firmar la ambiciosa reforma fiscal que él mismo había bautizado como la “Ley grande y hermosa”, y que logró que su partido aprobara, pese a la sospecha de que podría tratarse de un suicidio electoral, a tiempo para que el presidente pudiera darle curso en un día consagrado a la exaltación patriótica. Esas prisas por firmar la norma, que incluye un tajo a las prestaciones sociales que dejará a 12 millones de personas sin cobertura sanitaria y recortes de impuestos a los más ricos, no fueron más que un capricho de puesta en escena del líder. Prefirió aprovechar la simbólica fecha convertir en ley su agenda MAGA el 4 de julio: ¿qué más podía pedir? antes que dar tiempo a los suyos para terminar de discutir un texto cuya impopularidad certifican las encuestas.

Mike Johnson, este jueves, tras lograr la aprobación en la Cámara de Representantes, que preside, de la polémica reforma fiscal de Trump.

Su aprobación puso el último clavo en el ataúd de la independencia del Partido Republicano. Durante meses, algunos miembros de ambas cámaras, una mezcla de halcones fiscales y políticos preocupados tanto por los efectos de los recortes en sus Estados como en sus perspectivas como candidatos, se opusieron públicamente a la ley. Al final, solo cuatro miembros de ambas cámaras se atrevieron a votar en contra.

Mientras la resistencia de los suyos se disolvía el jueves como un azucarillo en un vaso de agua, otra buena noticia saltó para Trump: el paro cayó más de lo previsto en el mes de junio. Y eso, pese a los analistas que llevan meses esperando que afecte al mercado de trabajo la incertidumbre provocada por los mercados de la política arancelaria de Washington, que estas semanas se anotó otros tantos: la firma de un acuerdo comercial con Vietnam, la retirada de Canadá de un impuesto a Sillicon Valley y el regalo del G-7 a las multinacionales estadounidenses, que quedan exentas del impuesto mínimo al que se comprometieron 130 países en 2021.

Pese a los tambores de la guerra comercial global que suenan desde la vuelta de Trump, la economía estadounidense, con la inflación más o menos sujeta, se muestra resistente, aunque el coste de la vida y de la vivienda sigan siendo un problema para el estadounidense medio. Hasta los mercados se han sumado a la buena racha de Trump: pese a la incertidumbre y los volantazos de su política económica, estos reaccionaron el jueves a las buenas cifras del mercado laboral con alzas extraordinarias que hicieron que tanto SP&500 y Nasdaq registraran sendos récords.

Ese jueves también se supo que los viajeros del puente del Día de la Independencia disfrutarían de la gasolina más barata desde 2021 y que el Tribunal Supremo había aceptado estudiar el curso que viene un caso relacionado con la participación de las atletas trans en los deportes femeninos, asunto fetiche en la campaña de la reelección de Trump, que esta semana logró torcer la mano de la universidad de Pensilvania en un litigio que tenían a cuenta de los triunfos de la nadadora trans Lia Thomas. Fue otra capitulación de un prestigioso centro de educación superior en la feroz campaña de la nueva Administración contra las élites.

El Supremo ya había puesto de su parte días antes a la buena racha del presidente estadounidense con una sentencia de enorme calado que recorta el poder de los jueces federales para hacer frente a la apisonadora de decretos con la que este está ampliando el alcance del poder ejecutivo, socavando la separación de poderes y avanzando en su deriva autoritaria. Los seis magistrados conservadores del alto tribunal, tres de los cuales nombró Trump, le han dejado así las manos aún más libres para imponer su agenda.

La semana que entra será decisiva para saber tantos triunfos son un espejismo o el principio de la fantasía de Trump de hartarse de ganar. El lunes recibe al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tras proponer unilateralmente en su red social, Truth, un alto el fuego de 60 días, propuesta a la que pareció abrirse Hamás el viernes.

Trump ganó las elecciones prometiendo que acabaría en un parpadeo con esa guerra y con la de Ucrania. Lo segundo parece aún más lejos después de que una conversación de una hora mantenida con el presidente ruso, Vladímir Putin, acabase, según el estadounidense, en decepción. Eso no ha impedido que el republicano haya vuelto a reclamar para sí el Nobel de la Paz, aunque el jueves dijera en un mitin patriótico en Iowa que “acabarán dándoselo a un profesor de una universidad que nadie conoce por escribir sobre Donald Trump”.

Asistentes al mitin de Trump en Iowa del pasado jueves, para el que se instaló una reproducción del famoso cuadro 'Washington cruza l río Delaware' (1851), símbolo patriótico de la victoria en la Guerra de la Independencia.

La otra entrada en rojo en su agenda es el miércoles, cuando acabe el plazo que dio a decenas de sus socios para alcanzar acuerdos comerciales que suavicen los aranceles con los que les amenaza Estados Unidos. De momento, solo hay encima de la mesa dos pactos, con el Reino Unido y Vietnam, ambos en estado embrionario, y una tregua con China, además de aranceles al acero y el aluminio o los coches. Está por ver qué sucede al expirar ese límite, y si las decisiones de la agresiva política comercial de la Casa Blanca vuelven a hundir los mercados, como sucedió en abril, y a afectar a la inflación y el paro. O incluso, como advirtió esta semana el lobby de los importadores de fuegos artificiales chinos, a la celebración del 4 de julio del año que viene, que no es poca cosa: marcará el 250º aniversario de la fundación del país.

Aunque el reto más difícil será vender la “ley grande y hermosa” a sus votantes, que le creyeron cuando dijo en campaña que el republicano es “el partido de la clase trabajadora”, y a todas luces será la que más sufra sus recortes. Abundan en la historia de Estados Unidos los presidentes que impusieron al Congreso una ley con su programa de reformas y luego lo pagaron en las siguientes elecciones. Los demócratas confían en que así sea en las de 2026, y en recuperar el control de una o de las dos cámaras, dado que, consideran, sus rivales acaban de pegarse un tiro en el pie con esa ley.

Si su análisis resulta acertado, la famosa frase —“puede que os canséis de ganar”— se volverá de nuevo contra Trump, que declaró a Michael D’Antonio, uno de sus primeros biógrafos: “Si tienes un historial de victorias, la gente no te abandonará. Puedes ser todo lo duro y despiadado que quieras, que si pierdes mucho, nadie te seguirá, porque nadie quiere seguir a un perdedor”. Es otra frase importante: tal vez no haya mejor explicación a por qué se negó a aceptar su derrota legítima frente a Joe Biden en 2020. Para Trump, el fracaso tiene el efecto de la criptonita, aquel material radiactivo ficticio que hacía vulnerable a Superman.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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