El Senado de EE UU aprueba por la mínima y tras una agónica discusión de cuatro días la ley fiscal “grande y hermosa” de Trump
Al texto, que ha requerido del desempate del vicepresidente y en el que los republicanos han introducido multitud de cambios, le queda la ratificación de la Cámara de Representantes, que no se puede dar por hecha

La frase, de la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, es famosa en Washington: “En el Congreso aprobamos las leyes, y luego ya nos las leemos”. El sábado pasado, Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata en el Senado de Estados Unidos, invirtió el orden de los factores al forzar, en una maniobra de dilación parlamentaria, que unos sufridos empleados de la Cámara alta leyeran en voz alta en el hemiciclo durante 15 horas las 940 páginas de la versión revisada y publicada poco antes de la medianoche del viernes de la polémica “ley grande y hermosa”.
El texto —que encierra la ambiciosa reforma fiscal y de propuesta de gasto de Donald Trump y amenaza con aumentar considerablemente un déficit público ya de por sí desbocado— fue aprobado finalmente este martes, tras cuatro días de agónica discusión en el Capitolio y por los pelos. Hizo falta el voto de desempate del vicepresidente, J. D. Vance, que había llegado al hemiciclo pocas horas antes, en previsión de que iba a ser necesario el poder que le da la Constitución para deshacer entuertos como este. Hubo tres senadores republicanos que se opusieron y eso dejó la cuenta en un 50-50. La contribución de Vance alteró el resultado a un ajustadísimo 51-50.
La One Big Beautiful Bill (BBB son sus siglas en inglés), un nombre que solo podía haberle puesto el presidente de Estados Unidos, es la norma a la que Trump fía el éxito de su agenda económica interna, y de ahí su impaciencia por firmarla. Ha presionado durante meses a los suyos en el Capitolio para que hicieran de tripas corazón ante el previsible agujero en el gasto público y los recortes de las prestaciones que afectarán a sus electores y la sacaran adelante, y ahora el presidente quiere que aterrice en su mesa directa desde el Capitolio antes de la fiesta grande del Día de la Independencia, que se celebra el próximo viernes, 4 de julio.
La cosa parece improbable: tras la sanción del Senado ahora pasa a la Cámara de Representantes, donde fue aprobada en mayo por un solo voto (215-214). Y el drama no tiene pinta de aflojar. El texto ha cambiado tanto por el camino que tiene que volver a ser discutido, y varios miembros de la Cámara baja, pertenecientes al ala más dura del Partido Republicano, tradicionalmente contraria al aumento del gasto público, ya amenazan con no apoyarla.
En el Senado, todos los demócratas (47), junto a los tres senadores republicanos díscolos —Rand Paul (Kentucky), Thom Tillis (Carolina del Norte) y Susan Collins (Maine)— se opusieron a la aprobación de la BBB, una ley que ahonda en los recortes de impuestos aprobados en 2017, al principio de la primera Administración de Trump. La norma cumple, además, con promesas de la campaña de reelección del republicano, como la eliminación de tasas a las propinas, y destina cientos de miles de millones de dólares a su plan de deportación masiva, así como a las prioridades de la actual Administración en materia de defensa.
El texto prevé contrarrestar tamaño gasto con, entre otros, los recortes por valor de más de 900.000 millones de dólares [unos 764.000 millones de euros] a Medicaid, algo así como una seguridad social para las personas con ingresos más bajos y con discapacidad, y al programa SNAP, que es como ahora se llama al sistema de distribución de cupones para alimentos. No será suficiente: según cálculos de la independiente Oficina de Presupuesto del Congreso, la BBB añadirá en los próximos 10 años unos 3,3 billones de dólares al déficit estadounidense, que actualmente asciende a 37 billones, un récord disparado desde la pandemia.
Entre los cambios sufridos en su paso por el Senado para contentar a casi todos se cuenta la creación de un fondo de 25.000 millones para hospitales rurales o la eliminación de exenciones para proyectos eólicos y solares, medida estrella de la Administración anterior.
Maratón de votos
La lectura en directo dejó el lunes paso a algo llamado Vote-o-Rama, un maratón en el que se repasa el texto por última vez y se hacen propuestas de cambio, que se aprueban o no. Este se prolongó durante unas 27 horas, hasta que saltó la noticia de que el líder de la mayoría conservadora, John Thune (Dakota del Sur), había reunido los votos necesarios tras una madrugada de infarto. Cuando se confirmó la aprobación, dio las gracias a los suyos, visiblemente aliviado, y pasó el balón a los compañeros de la Cámara de Representantes, que, dijo, espera que “actúen rápido” y ratifiquen una ley que “cumple con una serie de prioridades: [proporcionará] alivio fiscal para los trabajadores, crecimiento económico, una defensa más fuerte, una frontera más segura, un suministro de energía más fiable y una reducción en el desperdicio, el fraude y el abuso del Gobierno federal”.
Descontados los apoyos de Paul, que se opuso a la norma desde el principio, y Tillis, que considera intolerables los cambios que esta traerá a Medicaid y que dejarán sin cobertura a 12 millones de personas, todos los ojos se posaron sobre los dudosos. Sobre todo, en la senadora de Alaska, Lisa Murkowski, a la que cortejaban sus compañeros en el hemiciclo más en sintonía con Trump mientras esta obtenía polémicas ventajas y excepciones para su Estado. Tampoco se quitó la vista del senador Josh Hawley (Misuri), que había coqueteado con una oposición que no se materializó finalmente. Con el apoyo de Susan Collins, otra indecisa, se contaba, así que ahora toca saber qué le hizo cambiar de opinión.

Esos amagos de rebelión, reales o solo de cara a la galería, formaron parte de un espectáculo que fue puro Washington. La lectura de las 940 páginas de la ley brindó durante el domingo por la mañana imágenes que parecían el reverso carente de épica del mito washingtoniano de James Stewart hablando sin descanso en el clásico del idealismo político de Frank Capra Caballero sin espada (Mr Smith Goes to Washington, 1939). Un puñado de sufridos empleados del Senado se turnaron en la tarea mientras sus compañeros ya no sabían cómo sentarse en sus sillas, y pensaban, con la mirada perdida, en sus cosas, quién sabe si repasando la lista de pendientes de la próxima semana u ordenando de mejor a peor las interpretaciones de Nicolas Cage.
Por la noche, mientras los ayudantes de los senadores (staffers, en la jerga del Capitolio, una tribu de trabajadores explotados en nombre de una mezcla de ambición y patriotismo) llamaban a casa para decir que no los esperaran despiertos, los reporteros de televisión mandaban una y otra vez la misma crónica y hacían malabarismos para mantener el suspense y los repartidores de comida a domicilio ponían sus motos rumbo al Capitolio.
La aparición estelar de Musk
Elon Musk, por su parte, efectuaba una aparición estelar como esos actores a los que los guionistas de la serie matan en una temporada y los hacen volver del más allá en la siguiente como una aparición fantasmagórica a sus protagonistas: el hombre más rico del mundo, con su propia historia de críticas a la ley por los efectos que esta pueda tener en el déficit público, reproches que lo llevaron a romper agria y espectacularmente con Trump en directo hace cosa de un mes, tuiteó en X el sábado por la tarde que el contenido de la norma retocada le parece “completamente loco”.
El lunes, Musk amenazó con apoyar con su inagotable cartera a quienes se opusieran en las primarias a los republicanos que voten sí a la BBB, aunque eso sea, así de dramático se puso, lo “último que haga” el empresario antes de morir. Además, volvió a fantasear con la creación de un tercer partido.
Trump no perdió, por su parte, la oportunidad de calzarse de nuevo los guantes y emprenderla a golpes con su viejo aliado. Sugirió en un mensaje en Truth darle de comer su propio jarabe: aplicándole el escrutinio y los recortes del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), al frente del cual el presidente puso a Musk con el encargo de adelgazar la Administración. También amenazó a su ex “primer amigo” con suspender las subvenciones a sus empresas, fuertemente dependientes del dinero público. En declaraciones a los reporteros en la Casa Blanca, Trump, fiel a su estilo tabernario, advirtió después: “El monstruo de DOGE puede volverse contra Elon y comérselo”.

Antes, durante el fin de semana, el presidente estadounidense había cancelado sus planes favoritos para el fin de semana —pasarlo jugando al golf en uno de los clubes de los que es propietario; en este caso, en Bedminster (Nueva Jersey)— para poder dedicar el sábado y el domingo a llamar a los senadores y presionarlos para que aprobaran cuanto antes la norma. Esa presión también se trasladó a Truth, canal en el que les mandó el siguiente recado: “A todos los republicanos que recortan gastos, entre los que me incluyo, RECUERDEN: aún tienen que ser reelectos. ¡No se vuelvan locos! Lo compensaremos, multiplicado por 10, con CRECIMIENTO [económico], más que nunca".
Es la nueva ley del partido republicano en estos tiempos: cualquiera que ose oponerse al jefe se expone a su furia y al riesgo de ver cómo el líder del movimiento MAGA (Make America Great Again) lanza sus huestes contra ellos. En previsión de eso, Tillis, el senador de Carolina del Norte, anunció el domingo que no se presentará a la reelección, que le tocaba el año que viene.
Una vez se quitó ese peso, se convirtió en el mayor crítico del presidente y del circo de Washington durante los cuatro días de la negociación de la ley en el Senado. Tillis denunció en un enérgico discurso en el hemiciclo la “hipocresía de la política estadounidense” y de aquellos que hacen “cualquier cosa” por aferrarse a sus escaños.
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