Trump despide en el Despacho Oval a Musk, que promete seguir siendo “un amigo y un consejero del presidente”
“Es uno de los grandes innovadores del mundo”, dice el republicano sobre el magnate, que deja Washington sin haber cumplido sus objetivos de recortes en la Administración

El presidente Donald Trump compartió este viernes por última vez el foco del Despacho Oval con Elon Musk en su calidad de trabajador del Gobierno estadounidense. El encargo de adelgazar la Administración al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) terminaba este viernes 130 días después, plazo máximo que manda la ley para los “empleados especiales” y que empezó a contar con la toma de posesión de Trump. Este quiso despedirlo convenientemente, todo indica que para no dar la impresión de una salida por la puerta de atrás. También deseaba agradecerle los servicios prestados.
“Hoy estamos aquí para hablar de Elon”, dijo el presidente al principio de una conferencia de prensa conjunta. “Es uno de los grandes innovadores y uno de los mejores líderes empresariales que el mundo ha dado, y tuvimos la suerte de que diera un paso adelante y pusiera su gran talento al servicio de nuestra nación. Lo apreciamos. Y queremos dejar claro que ha trabajado incansablemente, ayudando a liderar el programa de reforma gubernamental más radical y consecuente en generaciones”. Después, se puso a leer de una hoja, cosa rara en él, algunos de los logros del DOGE, y repitió mentiras y exageraciones de veces pasadas, como la de que, antes de la creación de ese departamento, el Gobierno despilfarraba el dinero de los contribuyentes en “ratones transgénero”.
Trump se sentó tras la mesa, mientras que Musk se quedó de pie, protegido por un busto de Abraham Lincoln. La escenografía recordó a otra famosa comparecencia en el Despacho Oval, la que presidente y magnate dieron en febrero para justificar los primeros pasos del DOGE, salvo por un detalle: este viernes, el hombre más rico del mundo, que ha tardado cuatro meses en correr la misma suerte de la mayoría de quienes se acercan demasiado al sol de Trump como hasta para quemarse las alas, no se trajo consigo a su hijo de cuatro años.

Musk, que recibió del presidente el regalo de una llave dorada en una caja con la silueta de la Casa Blanca, llevaba su clásico atuendo de Washington: gorra, que esta vez decía “DOGE”, americana, camiseta (que jugaba con la tipografía de la película El Padrino, pero en vez de “Godfather” se podía leer “DOGEfather”) y pantalones; todas ellas, prendas negras. “Seguiré siendo un amigo y un consejero del presidente, continuaré visitando este magnífico lugar, que ahora ha recuperado toda su majestuosidad, y colaborando [con la Casa Blanca]“, añadió el empresario, que parecía tener la marca de un hematoma en el ojo derecho. Después aclaró que el morado se lo había causado su hijo pequeño mientras ambos estaban ”haciendo el tonto”.
”El trabajo del DOGE no termina hoy, sino que empieza", sentenció el magnate. Dijo que su encargo venía con “fecha de caducidad”, aunque eso no siempre estuvo claro, y expresó su confianza en que, con el tiempo, se alcanzará “un ahorro de un billón de dólares”. Trump también prometió que el testigo del magnate de origen sudafricano lo tomarán ahora tanto el Congreso como “los magníficos chavales que han colaborado con Elon y que seguirán en sus puestos”.
Para su trabajo al frente del DOGE, Musk reclutó a una veintena de jóvenes, algunos de ellos, casi unos niños, que obtuvieron acceso a información reservada de una decena de agencias federales con el objetivo de optimizar su trabajo y acabar con el “fraude, desperdicio y abuso” que los republicanos atribuyen al Gobierno federal. Por el camino, despidieron a decenas de miles de funcionarios, sometieron a la ciudad de Washington a una versión de aquello que la ensayista Naomi Klein bautizó como “la doctrina del shock” y pusieron en jaque, con el cierre de USAID, áreas enteras de la política exterior estadounidense como la cooperación internacional.
Menos ahorro
Lo que no lograron es ahorrar tanto como el jefe había prometido: Musk dijo durante la campaña de Trump, a la que hizo una aportación récord de más de 260 millones de dólares, que sería capaz de recortar dos billones (trillions, en inglés). Luego dijo que se conformaba con uno. En la hora de su salida, el propio Musk, “el dueño de la motosierra de la burocracia”, como él mismo la definió, fijó en 160.000 millones de dólares el dinero ahorrado, aunque varios medios estadounidenses han publicado análisis que consideran esa cifra hinchada.
El dueño de, entre otras empresas, la compañía de exploración espacial Space X, la fabricante de coches eléctricos Tesla y la red social X se encontró en el desempeño de esa tarea con una resistencia cívica que tal vez no esperaba y que, en su versión más extrema, se tradujo en actos vandálicos contra concesionarios, coches y camionetas y estaciones de carga de Tesla. La animadversión que despertó su desprecio por la suerte de los funcionarios y sus familias y un sentido del humor presuntamente gamberro acabaron pasando factura a sus negocios. Fueron los inversores de sus empresas, especialmente los de Tesla, que perdió un 71% de sus beneficios en el primer trimestre, los que le forzaron a dejar sus veleidades políticas.
Esa labor también recibió críticas en los medios por las sospechas de que su proximidad a la Casa Blanca le estaba sirviendo para obtener información comprometida que luego podrá usar en sus negocios, especialmente en Space X, una de las grandes contratistas del Gobierno.
Este viernes en el Despacho Oval, Musk atacó a la prensa, concretamente a The New York Times. Fue a la primera pregunta, que le pedía explicaciones sobre las revelaciones de un artículo publicado esa misma mañana que denuncia su excesivo consumo de drogas durante la campaña electoral. “¿Es ese el diario que ganó un pulitzer por el fraude de Rusia?“, preguntó el empresario, en referencia a las investigaciones del rotativo sobre la presunta injerencia del Kremlin en las elecciones que le dieron su primera victoria a Trump en 2016. ”Es ese medio, ¿no? Siguiente pregunta".
“Él ha aceptado de buen grado el escandaloso abuso y la calumnia de mentiras y ataques de los que ha sido víctima porque ama a nuestro país”, había asegurado antes Trump, que también recicló el argumento del día anterior según el cual Estados Unidos es “el país más hot del mundo en estos momentos”; sobre todo, teniendo en cuenta que “hace solo seis meses era una nación muerta”.
El jueves lo usó cuando una reportera le preguntó por el insulto acuñado por un analista del Financial Times, que se refirió a él como TACO, siglas en inglés de “Trump siempre se acobarda”, para hablar de las veces que se ha echado atrás en la negociación de los aranceles. El comentario no le hizo ninguna gracia al presidente estadounidense.
El día anterior, otro comentario, esta vez de Musk, también puso en duda el éxito de las políticas de Trump. El empresario criticó en el avance de una entrevista con la CBS la “gran y hermosa ley”, iniciativa fiscal que tramitan los republicanos en el Congreso con la presión del presidente de Estados Unidos, que ha fiado el éxito de su agenda legislativa a que salga adelante esa norma. Musk se dijo decepcionado por el “enorme gasto público” que esta traerá y que la propia Administración de Trump cifra en más de tres billones de dólares.
Ninguno de los dos mencionó en el Despacho Oval esas desavenencias. Tampoco se abordaron las diferencias que en estos algo más de cuatro meses ha tenido el empresario, en público y en privado, con miembros del gabinete de Trump acerca de los recortes del DOGE o de la política económica de Washington.
Desde los tiempos de Platón, es costumbre referirse a las excursiones a los resbaladizos terrenos de la política que no salen bien como “la tentación de Siracusa”, por la aventura fracasada del ateniense de convertir a Dionisio, tirano de Siracusa, en un rey-filósofo. Aquel intento casi le cuesta la vida. No ha sido para tanto en el caso de Musk (cuya figura no puede tomarse como la de un filósofo, ni siquiera en los peores delirios de grandeza de Trump), aunque ahora le toca una tarea ciertamente difícil: remontar la crisis de reputación que su extravagante incursión en las arenas movedizas de Washington ha creado para sus negocios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
