Catherine Chalier (filósofa): “Se puede ser crítico con la guerra en Gaza, pero ser antisemita es otra cosa”
La ensayista francesa defiende la idea de transmitir nuestra cultura y nuestro saber acumulado para proteger los valores laicos europeos, lo que asegura una verdadera libertad de elección


Catherine Chalier (77 años), filósofa experta en el judaísmo y en la Torá, heredera intelectual de Emmanuel Lévinas, ha publicado un libro sobre la idea de transmisión y vive en un piso 11º en el distrito 15 de París. Lo primero se desgrana a lo largo de la siguiente hora de forma apasionante en un mundo que desprecia cada vez más la sabiduría acumulada que necesita ser legada, tal y como cuenta en Transmitir de generación en generación (Herder, 2025). En nombre de la libertad o de una cierta multiculturalidad, explica, se ha tenido a veces la tentación de hacer tabla rasa del pasado.
Lo segundo será fundamental, simplemente, para entender el pésimo estado de forma en el que uno llega al verano. Es martes, llueve a cántaros y en la mitad del barrio se ha ido la luz. Chalier espera en su apartamento el penoso ascenso a pie del periodista y el fotógrafo. Amable, lúcida y pedagógica cuando se trata de abordar las cuestiones filosóficas. Algo más tensa cuando la discusión deriva hacia la guerra en Gaza y la estrategia de Israel, que la filósofa rechaza calificar de genocidio.
Pregunta. ¿Para qué sirve la transmisión?
Respuesta. Para dar al recién llegado una manera de inscribirse en lo simbólico. Dar la vida es una cosa, pero hace falta acompañarla de palabras, significados, historias. Los niños no pueden inventarlo por sí mismos. En los primeros actos de la transmisión está el hecho de contar. Cuando contamos les iniciamos en una forma de temporalidad, de antes y después. Así pueden situarse; ellos viven solo en el ahora.
P. ¿Hablamos de una dimensión doméstica?
R. Puede hacerse también en el colegio, y más tarde. Hay que dirigirse a la gente.
P. ¿La transmisión está en crisis?
R. Hay una ruptura cultural en las generaciones actuales. Hay muy poco saber sobre la historia, la literatura… Las humanidades han declinado en favor de las ciencias y la técnica. No puede remplazarse una por otra. Algunos de mis estudiantes de 20 años no sabían lo que era la Pascua. Y no sufren esa ignorancia.
P. Usted dice que los grandes relatos fundadores de los países se olvidan para no imponerlos sobre los que traen los recién llegados, los inmigrantes y sus hijos.
R. Es muy importante. En la escuela, los alumnos tienen pasados diferentes, vienen de países distintos, generalmente excolonias. Pero en el colegio el programa tiene que ser el programa, no vamos a enseñar la historia de todos los países de donde vienen. Si van a ser ciudadanos europeos, necesitan las herramientas adecuadas. Pero al mismo tiempo, los niños absorben otras cosas: hablan otra lengua… Hay un equilibrio delicado entre el respeto a sus particularidades y la necesidad de transmitirles lo que es indispensable para vivir en el país que los acoge.
P. ¿Esa idea de laicidad tan francesa está en crisis?
R. La cuestionan quienes, en nombre de sus particularidades, quieren imponer en la escuela determinados silencios. Pienso en algunos suburbios llamados “difíciles”. Algunos profesores dicen que es imposible hablar de la Shoah: es inadmisible. O ciertos alumnos que no quieren ir a cursos de biología.
P. Es curioso porque usted, como muchos de quienes defienden hoy la laicidad en Francia, solo se refiere al mundo musulmán como problema. Algunos creen que en esa laicidad hay islamofobia.
P. No estoy de acuerdo. He tenido estudiantes musulmanes y nunca he tenido problemas con ellos. Pero no podemos admitir que en nombre del islam algunos digan que no se hablará de Auschwitz. O que no irán a clase de educación sexual. O que no harán gimnasia… No es islamofobia, es no permitir que impongan sus valores en la escuela. Hay que ser firmes. Se pueden criticar los intentos de injerencia de algunos musulmanes en el colegio sin ser islamófobos.
P. ¿Qué ha provocado la crisis en la transmisión de la que hablábamos antes?
R. Comienza en el Mayo del 68. El cuestionamiento de la autoridad de los profesores produjo un movimiento que fragilizó la institución escolar. Poco a poco reencontró un equilibrio, pero la idea de que éramos nosotros quienes decidíamos era una ilusión: se decide a partir de algo. Y muchos actos de la transmisión fueron en sentido contrario. En materia de educación religiosa, por ejemplo, muchos padres piensan: “No transmito nada y mi hijo ya elegirá”. Pero no puedes elegir si no te han transmitido nada.
P. Se cumplen 120 años del caso Dreyfus. ¿Cree que muchas de las variables que lo propiciaron (el odio racial, el populismo) siguen vigentes en la sociedad francesa?
R. El antisemitismo está refloreciendo. Se puede ser crítico con la política del Estado de Israel y con la guerra en Gaza, pero ser antisemita y tomarla con los judíos es otra cosa. No todos son responsables de lo que hace el Gobierno. Ese antisemitismo no aparece de un día para otro, es también heredero de una transmisión. Del antisemitismo cristiano, hasta el Concilio Vaticano II, al que se suma un cierto antijudaísmo musulmán.
P. ¿El antisemitismo de la época de Dreyfus en Francia no es hoy la islamofobia?
R. Los dos fenómenos pueden existir. Claro que hay actitudes negativas contra los musulmanes, pero no es el uno por el otro.
P. Usted señala parte del origen del nuevo antisemitismo en la guerra en Gaza.
R. Lo que pasó el 7 de octubre fue un error de las autoridades israelíes. Pero ese pogromo terrible no podía quedar sin respuesta. La gente que fue asesinada, violada, torturada… estaba a favor de la paz, iba a buscar a palestinos de Gaza a la frontera para llevarlos a hospitales. No eran colonos, eran de izquierdas.
P. Tampoco estaría justificado asesinar a colonos.
R. Sí, pero fue un sentimiento de traición y tenía que haber una respuesta. Si me pregunta, creo que debería haber terminado hace tiempo. Aunque es verdad que quedan rehenes por liberar… La guerra ha creado muchas víctimas inocentes.
P. ¿Cree que es un genocidio?
R. ¿Lo ve? Por muchas veces que repitan esa palabra, no la volverán cierta. Un genocidio tiene una definición jurídica y conlleva una intención de asesinar un pueblo de forma completa. Y eso no está demostrado, aunque haya una enormidad de muertos. Pero no lo llaman genocidio por azar: se hace porque los judíos lo sufrieron. Estamos todo el tiempo en esa misma lógica de la sustitución. Y es terrible, porque no ayudará a nadie.
P. ¿Y cuál sería la palabra para definir una masacre con más de 60.000 muertos, un plan para matar de hambre a la población y desplazarla de su territorio?
R. Cuando los aliados llegaron a Francia, también provocaron masacres. Cuando bombardearon Dresde, hubo 27.000 muertos. No trato de justificarlo…
P. ¿Cree que Israel está tratando de liberar a la población en Gaza?
R. Hamás también es un movimiento totalitario. No son gente amable.
P. ¿Israel está tratando de instaurar la democracia y la libertad como los aliados?
R. Lo único que digo es que, cuando un movimiento totalitario está en el poder, no se le echa fácilmente. No digo que esté bien matar a 25.000 personas en un día. Pero no hablamos de genocidio en Dresde.
P. ¿Cree que terminará?
R. No lo sé, hay gente de ultraderecha en el Gobierno que sí quiere algo como lo que usted describe. Pero hay también manifestaciones diarias contra la guerra y a favor de la paz.
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