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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Malos tiempos para el macronismo: el ocaso del hombre que quiso ser Júpiter

El macronismo, esa forma casi desideologizada de hacer política, pragmática, liberal en lo económico con brochazos progresistas en lo social, está de capa caída. Su ocaso es síntoma de la crisis que enfrentan las formaciones centristas en tiempos de polarización

Macron
Daniel Verdú

Quiso ser novelista a los 16. A los 18, actor; filósofo a los 20. Y, de algún modo, terminó encarnando una mezcla de todo eso tras ejercer como inspector de finanzas, banquero y ministro de Economía. Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron (Amiens, 1977), hijo de una pareja de médicos divorciada, quizá el político con mayores dotes intelectuales de Europa, se convirtió a los 39 años en el presidente más joven de la República Francesa culminando el esplendor de su biografía. Solo dos veces, antes y después de aquella fecha, conoció el sabor amargo de la derrota. Aunque en la última todavía no lo haya asimilado.

La primera, hace ya muchos años, se materializó en el doloroso rechazo de la prestigiosa Escuela Normal Superior (ENS), refundada en 1808 por Napoleón, a aceptarle en sus filas. “Estaba demasiado enamorado como para preparar seriamente el concurso. El corazón y la razón son incompatibles”, se justificó años más tarde, dando pistas sobre su compartimentada personalidad. La segunda le golpeó la noche del 9 de junio de 2024, con los desastrosos resultados de las elecciones europeas, que confirmaban la pujanza de la ultraderecha (un 34% de los votos) y la descomposición del espectro ideológico que había creado con esmero años atrás (13%). “No podría, al término de este día, hacer como si nada hubiera sucedido”, comenzó su discurso en prime time.

Lo que había ocurrido, sin embargo, era solo la brisa primaveral de la tormenta que desencadenaría la decisión que iba a anunciar por sorpresa al cabo de unos segundos. La disolución de la Asamblea Nacional y las elecciones legislativas debían devolver vigor a su mandato. Pero precipitaron, tres años antes de su final, la carrera por su propia sucesión. Al mismo tiempo, como diría el propio Macron invocando la retórica que le permitió ser de izquierdas y de derechas, puso en crisis la propia idea que sustentó su llegada al poder: un espacio de centro, tan útil electoralmente, como difícil de habitar políticamente cuando el mundo se adentraba en un clima de polarización extrema que culminaría con el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2024, convertido desde su primer mandato en una suerte de némesis del presidente francés.

La victoria de Macron en las elecciones presidenciales de mayo de 2017 se interpretó como un freno a las fuerzas nacionalistas que habían vencido unos meses antes en Estados Unidos —primera era Trump— y en el Reino Unido, con el voto favorable a la salida de la UE. Francia, como explica el profesor de Sociología Política del Instituto de Ciencias Políticas de París (Science Po), Marc Lazar, debía adaptarse a un capitalismo en transformación. Había que introducir fluidez en la economía y flexibilidad en el mercado laboral. Macron conocía ese mundo, venía de la banca. Entendía el dinero. Pero se había criado en el Partido Socialista y era también consciente de la necesidad de preservar ciertos equilibrios. “Era necesario contar con protección social, actuar en materia ambiental, desarrollar la formación inicial y profesional. Valoraba la empresa como instancia de producción y empleo, como lugar de diálogo social y fuente de inspiración para la gestión. Y pensaba que el destino de Francia estaba inseparablemente ligado al de Europa, de la que se hacía portavoz y pretendía relanzar”. Y en eso, quizá, sea en lo único que no se ha movido.

La fórmula de Macron valía para Francia y para una UE donde ninguno de los dos campos tenía mayoría determinante entonces. El centro político se había puesto de moda años antes con el embrión de la tercera vía teorizada por el sociólogo Anthony Giddens. Nick Clegg, en el Partido Liberal, logró ser viceprimer ministro en el Reino Unido. Matteo Renzi, joven, insolente, socialista de cuna y liberal de bolsillo, había dominado la esfera italiana. Ciudadanos, cuyo ideario quería situarse en esa órbita antes de morir por inanición, amenazaba todavía al PP en las encuestas. Pero el espacio inventado por Macron, tras la crisis galopante del Partido Socialista (PS) y de la irrelevancia de la derecha gaullista, era un territorio mágico en el que podía aspirar a todo con su barita retórica: el famoso en même temps (al mismo tiempo), fórmula que adaptó de la filosofía de Paul Ricoeur, y a través de la que desencorsetó a En Marche (EM): un movimiento diseñado a su mayor gloria (eran sus propias iniciales) que le propulsó al Elíseo. Macron era “al mismo tiempo” de izquierdas y de derechas, progresista y liberal, fervientemente europeísta y apegado a la Francia nacionalista de De Gaulle.

La filosofía aporética ricoeuriana invita a explorar los dos polos de cualquier análisis, pensarse juntos, en même temps. Macron, siendo estudiante, ayudó al pensador a preparar su última obra, La memoria, la historia, el olvido. Los presentó François Dosse, experto en el filósofo y entonces profesor del actual jefe del Estado en Science Po. “En realidad Macron no tiene amigos. Carece de afectos. Posee una gran memoria que le permite fingir apego. Me dejé cegar por esos destellos”, señala Dosse, autor del libro Macron ou les illusions perdues. Les larmes de Paul Ricoeur (Macron o las ilusiones perdidas. Las lágrimas de Paul Ricoeur, 2022, sin traducción al español). “Pensé que estaba muy inspirado en una política de justicia social, más horizontal, como lo que él mismo explicó en la revista Esprit en 2011. Pero él encarna ahora esa verticalidad, que incluso metaforizó autoproclamándose Júpiter [el dios de los dioses]. Tiene gigantes capacidades intelectuales, pero esas dotes son hoy algo peligroso, porque ya no escucha y está solo”, explica.

El 20 de mayo, Sophie Primas (LR), nada menos que la portavoz del Gobierno, afirmó en una rueda de prensa que “el macronismo llegará a su fin en los próximos meses, con el final del segundo mandato”, provocando la indignación de los macronistas más cafeteros. Primas tuvo que disculparse con el presidente. Pero solo había dicho lo que pensaban muchos. Según un estudio de Odoxa-Backbone Consulting para Le Figaro, 8 de cada 10 franceses (82%) consideran que ese movimiento no sobrevivirá a su fundador, y solo el 40% cree que representa una verdadera corriente de pensamiento político. Vuelve la derecha, con un 32% de los franceses que se ubica en ese espectro (+6 puntos respecto a 2021), y el centro solo representa ya el 13% (-2 puntos).

Macron, en el Palacio de los Inválidos de París en 2024.

Macron explotó electoralmente el hartazgo que recorría el mundo desde la gran crisis financiera. Pero no lo hizo contra el sistema, sino contra el viejo eje izquierda y derecha. Se rodeó a su llegada de altos funcionarios y de miembros de los grandes cuerpos del Estado: el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas y la Inspección de Finanzas. El acceso a estos tres grandes cuerpos republicanos está reservado a los 15 primeros de cada promoción de la ENA, la Escuela Nacional de Administración, que él mismo cursó. La élite. “En la gran crisis hubo dos movimientos: populismo y tecnocracia. Una reacción contra los partidos, contra la élite. Los primeros querían dar poder al pueblo; los segundos, huir de los partidos, pero apoyarse en los expertos. La idea común era la misma: las élites están corruptas, no sirven. Macron, de algún modo, reunió ambos fenómenos en un movimiento. Su fracaso, sin embargo, es el de la tecnocracia”, señala Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford.

Macron no tiene la culpa de todo. Ha lidiado en ocho años con uno de los periodos más convulsos de la historia reciente. Una pandemia, dos importantes guerras, el auge del populismo y la ultraderecha, la revuelta de los chalecos amarillos o la entrada, salida y entrada de la Casa Blanca del presidente más tóxico para la democracia global. Pero sobre todo, ha luchado contra la obsolescencia programada de su presidencia por la limitación de dos mandatos consecutivos, impuesta en la reforma constitucional de Nicolas Sarkozy, que le impedirá presentarse en 2027. “Su segundo mandato estaba condenado a ser un largo debilitamiento. Sin posibilidad de reelección, la ilusión de poder se evapora lentamente. Es la primera vez que observamos sus efectos”, señala François-Xavier Bourmaud, periodista de Le Figaro y autor de Macron, l’invité surprise (Macron, el invitado sorpresa, 2017, sin traducción al español).

A todo esto, conviene preguntarse qué demonios es el macronismo después de todas sus mutaciones. Bourmaud cree que es una forma de pragmatismo, de desideologizar la política. Se analiza lo que funciona y se aplica, sin importar su origen. “Tomar lo mejor de los dos campos para enderezar el país. Y al principio fue así, un equilibrio total. Un primer ministro de derechas, como Édouard Philippe, que aplicaba políticas progresistas”. Pero el mundo se radicalizó: llegaron al poder en Italia la ultraderecha de Salvini y el populismo del Movimiento 5 Estrellas. En España Vox logró su primer gran resultado. Y movimientos como los chalecos amarillos, los problemas de seguridad o el fenómeno migratorio, a lomos de los hechos alternativos que viralizaron las redes sociales, escoraron sus posiciones en Francia.

Los enarcas ­—exalumnos de la ENS­­— y los asesores de la primera hora fueron también abandonando el barco. El periodista Étienne Campion acaba de publicar Le président toxique (El presidente tóxico, 2025, sin traducción al español), donde sostiene que Macron debe estudiarse a través de esa relación con los otros. “Tiene dos caras, una luminosa y otra sombría. La primera la conocemos, le sirvió para seducir a la gente, conquistar el poder. Pero su entorno más cercano no estaba preparado para la otra. Esperaban a alguien simpático, tranquilo, renovador, sonriente, progresista… y han encontrado una persona mucho más tiránica, monárquica. En lugar de preservar a sus tropas, las ha usado como fusibles sacrificables. Por eso ha tenido tantos ministros, más que nadie (158), y seis primeros ministros”, apunta. El pasado 27 de marzo dimitió Alexis Kohler, secretario general del Elíseo desde su llegada y último gran baluarte.

El éxodo general tiene su correspondencia también en la ausencia de un sucesor designado. “En Marche era un movimiento unipersonal. En muchos aspectos, Macron me recuerda lo que hizo Silvio Berlusconi con Forza Italia. Y es posible que, como el partido italiano, no desaparezca. Pero estará condenado a un apoyo bajo del 8% o 9%”, apunta Lazar. La creciente polarización no es una idea abstracta. Nace en el malestar de una gran parte de la población que se ha sentido marginada durante estos ocho años. El balance de la presidencia de Macron es severo, especialmente fuera de los grandes centros urbanos. Según una reciente encuesta, un 73% de los habitantes de áreas rurales y un 72% de los suburbios consideran que han salido perdiendo con las políticas implementadas desde 2017. El malestar es aún más profundo entre los jóvenes (78% en zonas rurales, 74% en suburbios) y las clases medias (85% y 83%, respectivamente), que se sienten particularmente relegados.

Francia, sin embargo, sigue conteniendo el desembarco de la ultraderecha en las instituciones. Italia, donde gobierna una coalición conservadora liderada por el ultraderechista Hermanos de Italia. Pero también a Hungría, a Alemania con la fuerte irrupción de AfD o incluso, si se quiere, a España, donde los partidos tradicionales han tenido que escorar su discurso para fidelizar a sus votantes. “Tiene que ver, sobre todo, con el crecimiento de la extrema derecha”, matiza Joseph de Weck, politólogo e historiador suizo, autor de Emmanuel Macron, der revolutionäre Präsident (Emmanuel Macron, el presidente revolucionario, 2012, sin traducción al español). “El centro no está acorralado en todos los lugares. En Francia sí, pero habrá que ver qué logra el partido de Jean-Luc Mélenchon (líder de La Francia Insumisa). El centrismo está más amenazado por la derecha que por la izquierda. Se ve ahora también con Keir Starmer en el Reino Unido y su nueva política de inmigración (el primer ministro laborista ha adoptado el discurso de la invasión extranjera en pleno ascenso electoral de la extrema derecha)”.

El presidente francés, durante el anuncio de elecciones anticipadas de 2024.

De Weck, sin embargo, intuye que la historia podría no haber concluido. El centrismo, opina, puede recuperar terreno después del ciclo político actual. “El primer mandato de Trump y el Brexit crearon una cierta renovación del centrismo progresista. En el futuro podríamos volver a ver esa reacción”. El escritor Frédéric Martel insiste en esa idea y pide evitar la tentación de precipitarse en el funeral. “No puedes gestionar un gran país como Francia desde la extrema derecha o izquierda. Siempre hay una polarización antes de unas elecciones. Pero las posturas se recentran luego. Me gustaría ver lo que ocurriría si Macron pudiese volverse a presentar”. Algo que se pregunta también el propio interesado.

Francia ha aprendido dos lecciones importantes sobre su jefe de Estado en estos ocho años. La primera: nadie sabe quién es realmente porque no hay un solo Macron. Segunda: conviene no enterrarlo prematuramente. Un año después del mayor error político de su carrera, ha logrado frenar la hemorragia de popularidad gracias a los dos poderes de gobierno que la Constitución le reserva: la defensa y la política exterior. El pasado lunes, interrogado sobre si podría volver a disolver la Asamblea, Macron no pudo contener esa arrogancia monárquica que termina poseyendo a los presidentes de la V República. “Mi deseo es que no haya otra disolución, pero no acostumbro a privarme de un poder constitucional”.

Macron se presentó como hijo del siglo XXI e inventor de un mundo nuevo. Pero cuando su segundo mandato encara la recta final, esta es la paradoja ocho años después, se aferra a las prácticas del mundo al que quiso pasar página: la verticalidad, el poder conferido por la Constitución y esa idea del republicanismo con corona. Algo que los franceses aman y odian a partes iguales. Su legado, cree Lazar, tendrá que ver con la competitividad y el prestigio internacional. Pero uno de sus objetivos era hacer retroceder el voto de RN, y en eso ha fracasado. ¿Sobrevivirá el macronismo a su omnipotente creador? “Le costará mucho, porque no definió un cierto número de elementos clave para que así fuera. Excepto uno: Europa. Esa es la constante. Los viejos bloques se rearmarán para volver al viejo esquema, pero hoy existe otra dimensión: abrirse o cerrarse. Pensar alrededor de la nación o articular la perspectiva europea”. Y Macron, capaz de defender las dos cosas a la vez, opinan muchos como Lazar, sentirá la tentación de presentarse de nuevo en 2032.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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