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EN PORTADA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Netanyahu usa el hambre como arma de guerra

El primer ministro israelí está ejecutando un plan premeditado de hambruna para arrinconar a la población palestina en el sur de la Franja. La ubicación allí de los centros de distribución de alimentos —cuatro para dos millones de personas— es el instrumento que usa para forzar los desplazamientos. La limpieza étnica avanza inexorable

Familias palestinas hacen cola para recibir alimentos en Deir al Balah, Gaza, el pasado 18 de noviembre de 2024.

En muchas ciudades de Israel se pueden oír las explosiones o sentir la sacudida de los bombardeos israelíes en Gaza. Las casas tiemblan. Al fin y al cabo, este es un mismo país que comparten dos pueblos y es muy pequeño. Los ruidos cuentan la historia de familias enteras asesinadas y de casas demolidas, una tras otra. El enclave de Gaza está siendo destruido. Para ahorrar dinero, el ejército contrata a empresas privadas para que derriben las casas con excavadora. Ahora sabemos cuánto se les paga por cada casa y que muchos de ellos son colonos radicales de Cisjordania, convencidos de que tienen la histórica misión de aprovechar la oportunidad para arrasar Gaza y colonizarla. Pero todos nosotros, israelíes, compartimos la responsabilidad de lo que está sucediendo.

Sé que las matanzas y la decisión de dejar morir de hambre a la población civil y retener el combustible, el agua o la comida para los bebés han dejado de ser noticia. Las atrocidades actuales se ahogan bajo el ruido continuo de las informaciones sobre las atrocidades pasadas. Cada vez es más difícil comprender el significado de lo que sucede y la guerra de Gaza está pasando a un segundo plano. Pero debemos ser conscientes de que lo que está ocurriendo tiene una trascendencia histórica y no es meramente otra ronda más de asesinatos sin sentido. Si dejamos que continúe, determinará el futuro tanto de los palestinos como de los israelíes y sus repercusiones no solo se harán sentir entre los pueblos de Oriente Próximo.

Lo que está en juego es la expulsión en masa de los palestinos de Gaza; en otras palabras, una limpieza étnica. Tenemos tendencia a pensar que la expulsión es un instante dramático en el que se obliga a la gente a abandonar su hogar en camiones, autobuses o a pie. Pero es la culminación de procesos más largos, como podemos ver con las comunidades palestinas de Cisjordania, que se ven obligadas a huir de sus hogares después de años de terror a manos de los colonos y el ejército. El desplazamiento de un pueblo es un proceso, no un hecho aislado, y ese proceso ya ha comenzado. Todavía se puede parar, pero para ello es necesario que tengamos claro lo que está pasando bajo la cortina de humo de la guerra: el expolio y la expulsión masiva de corte colonialista.

Los alimentos como arma

¿Cómo se lleva a cabo un desplazamiento forzoso? Por supuesto, mediante la destrucción de infraestructuras vitales, los bombardeos implacables, el hambre y la privación de los elementos esenciales para la vida. Pero también mediante el “reparto de alimentos”, camuflado como ayuda humanitaria. El papel del “reparto de alimentos” confunde, pero es crucial comprender que lo que a primera vista puede parecer un “trágico fallo logístico” es una estrategia deliberada.

Las constantes matanzas de cientos de palestinos que buscan comida en los nuevos “centros de distribución de ayuda” han causado conmoción. Pero no deben desviar nuestra atención del cambio estructural que ha habido: en vez de cientos de centros de distribución en toda la Franja de Gaza, gestionados por organizaciones internacionales con experiencia, Israel no ha instalado más que cuatro centros para más de dos millones de personas. Esa no es la mejor forma de satisfacer las necesidades de una población que lleva meses sufriendo devastación y privaciones. Es una forma de matar de hambre y arrebatar la dignidad a los supervivientes, al mismo tiempo que se les obliga a depender de forma insoportable de sus carceleros armados.

La ubicación de los cuatro centros es la clave. Uno está en la parte central de la Franja y tres en el sur, al oeste de Rafah. Basta echar un vistazo rápido al mapa para darse cuenta: no hay relación alguna entre la localización de los “centros de distribución” y las necesidades de la población. El objetivo es empujar a la población civil hacia el sur, a ser posible hacia las que el ejército denomina “zonas de concentración”. Dado que eso constituye un crimen contra la humanidad, Israel emplea tácticas de ocultación: ha expulsado a las organizaciones humanitarias más experimentadas, que podían proporcionar ayuda de manera eficiente, y ha externalizado el reparto mediante contratos con entidades opacas como la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, en sus siglas en inglés), patrocinada por EE UU.

Decenas de palestinos con cajas de alimentos, el 1 de julio, en Jan Yunis, sur de Gaza, donde la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF) empezó a distribuir comida el 27 de mayo.

El 11 de mayo, Benjamín Netanyahu declaró en una sesión secreta de la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa que “la recepción de la ayuda estaría condicionada a que los gazatíes no regresaran a los mismos lugares desde los que habían acudido a los puntos de distribución de la ayuda”. La idea es sencilla: primero, bloquear los alimentos y la ayuda esenciales y agravar la penuria. Luego, utilizar el monopolio del reparto de ayuda como instrumento contra la población civil. El hambre y la distribución en las condiciones impuestas por el ocupante son dos formas complementarias de utilizar los alimentos como arma.

Por el momento, no está claro si el plan de causar una hambruna y desplazar a la población está consiguiendo sus propósitos. Las informaciones procedentes de Gaza indican que quienes llegan a los centros de distribución son, sobre todo, las personas con fuerza suficiente para caminar kilómetros y cargar con comida para toda una semana. Como es de prever en circunstancias de carencia extrema y ausencia de autoridad política, muchos de esos alimentos acaban en manos de organizaciones criminales. Mientras tanto, Israel no ha logrado obligar a los cientos de miles de personas que aún permanecen en el norte de Gaza a emprender el largo viaje hacia el sur para quedarse allí.

Desplazamiento y expulsión

¿Eso significa que ha disminuido el peligro y que el plan de hambruna y desplazamiento no está funcionando? No necesariamente. El plan está en sus primeras etapas y, si se permite que continúe, los sufrimientos que provoca quizá acaben consiguiendo el efecto deseado. Y otra cosa todavía más importante: sin supervisión pública ni una presión internacional de peso, la reacción más probable ante un fracaso a corto plazo de las medidas coercitivas es la escalada: más destrucción y más violencia. Es lo que ya ha empezado a suceder; después de arrasar por completo la ciudad de Rafah, se está demoliendo la parte norte de Gaza. La destrucción sistemática de infraestructuras vitales y edificios residenciales tiene como fin obligar a los residentes a marcharse e impedir que vuelvan.

Lo confirmó expresamente Netanyahu durante la misma sesión de la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset: “Estamos destruyendo cada vez más hogares; no tienen donde volver. La única consecuencia lógica es que los habitantes de Gaza quieran emigrar fuera de la Franja. Nuestro principal problema [en este momento] es [encontrar] países de acogida”.

El proyecto de expulsión masiva sigue sobre la mesa. Israel mantiene desde hace meses conversaciones con posibles “países de acogida”, a los que presiona y promete beneficios. Pero, mientras no haya países dispuestos a “acoger” a los gazatíes, seguirá habiendo una pregunta pendiente: ¿dónde exactamente pretende Israel trasladar a toda esta gente? Hace aproximadamente dos meses, las autoridades israelíes empezaron a hablar de crear tres “zonas de concentración” dentro de la Franja de Gaza, en la costa y en el sur. En junio calculó que esas zonas abarcarían el 25% del territorio de Gaza. Otras informaciones más recientes dan a entender que el ejército está obligando a la población a trasladarse a “zonas de concentración” todavía más pequeñas.

El 30 de abril, dos altos mandos retirados de las fuerzas armadas, Siboni y Winner, publicaron un plan para obligar a cientos de miles de palestinos a trasladarse a la que llamaron “una nueva zona humanitaria” en el extremo sur de la Franja. De acuerdo con su plan, la “zona” estaría bajo administración militar, pero la ayuda se distribuiría a través de “organizaciones humanitarias gestionadas y supervisadas por empresas de seguridad extranjeras”. Lo más importante es que el “enclave” militarizado sería un “campamento de tránsito” para “facilitar la emigración de los residentes de Gaza a terceros países dispuestos a acogerlos”.

El anuncio de estos planes es una forma de tantear el terreno, de ver si alguien protesta. Sin embargo, el 7 de julio, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, declaró oficialmente que el plan era concentrar a 600.000 palestinos en una “ciudad humanitaria” en la misma zona donde se encontraba la ciudad de Rafah antes de que el ejército la arrasara. Los palestinos a los que se encerrara allí no podrían salir; subsistirían en un desierto artificial, completamente a merced de sus carceleros. Es decir, estamos hablando de un campo de concentración. Ya sabemos cómo son estos campos por las peores etapas de la historia colonial, desde la Cuba de finales del siglo XIX bajo dominio español hasta las tácticas británicas de guerra en Sudáfrica, desde la Libia italiana hasta la Argelia francesa.

Vehículo militar israelí atraviesa el corredor Morag el pasado 8 de junio.

No estamos ante meras amenazas. El “corredor Morag”, que delimita la “zona de concentración” en el sur de la Franja de Gaza, se empezó a construir hace mucho tiempo. Se ha creado una “autoridad de emigración” especial para la población de Gaza que lleva ya meses en funcionamiento. Varias empresas consultoras han elaborado planes para la “desradicalización” de los reclusos y el “reasentamiento” de los palestinos en el extranjero. La propia GHF ha presentado un plan de 2.000 millones de dólares destinados a construir y gestionar “zonas de tránsito humanitario” para los palestinos.

La cuestión palestina, enterrada

La frontera con Egipto está cerca de la “zona de concentración”. La expulsión de multitud de palestinos a Egipto podría resquebrajar la estabilidad del régimen egipcio. Pese a ello, a medida que las condiciones de la “zona de concentración” sean más insoportables, es posible que la fuerza de ocupación apele cínicamente a los “motivos humanitarios” —como hizo Trump— para provocar un éxodo “espontáneo”.

Desde el comienzo de la guerra han circu­lado varios planes semioficiales para la concentración forzosa de la población civil y la demolición de gran parte de la Franja de Gaza. Pero los proyectos de expulsión de los gazatíes no son algo que se haya inventado a raíz del 7 de octubre de 2023. Desde principios de los años cincuenta, los gobiernos israelíes han intentado poner en marcha varios planes para expulsar a la población palestina de Gaza; y los motivos vienen de muy atrás. Más de dos tercios de los habitantes del enclave de Gaza son la segunda o tercera generación de descendientes de los refugiados palestinos de 1948. Después de la guerra de aquel año, la Franja concentró al mayor número de refugiados dentro de la propia Palestina. De modo que Gaza es una herida abierta que nos recuerda a los israelíes la responsabilidad que tuvimos en la expulsión de los palestinos en 1948.

Por consiguiente, para la clase dirigente israelí, expulsar a los palestinos de Gaza significa demostrar que el problema de los refugiados puede resolverse, no reconociendo sus derechos individuales y colectivos, ni reparando las injusticias del pasado, ni aplicando los principios de igualdad, libertad y seguridad para todos, sino volviendo a expulsarlos. El gran plan es enterrar la cuestión palestina bajo los escombros de Gaza.

Las atrocidades cometidas por los combatientes de Hamás el 7 de octubre de 2023 dieron a Israel la oportunidad de poner en marcha dos grandes proyectos: el primero (sobre el que no he hablado aquí) es un proyecto imperialista de hegemonía regional, del que forman parte los ataques militares a Líbano, Siria e Irán. El segundo es un proyecto colonialista contra los palestinos —no solo los de Gaza, sino también los que viven bajo la ocupación militar en Cisjordania y los palestinos que son ciudadanos de segunda clase en Israel— mediante la erosión de sus derechos civiles.

El colonialismo sigue presente

Lo que sucede ahora en Gaza puede escandalizar o parecer incomprensible, pero tiene un significado universal que no es solo moral. Nos recuerda que el expolio, la división de territorios entre potencias hegemónicas, la extracción de recursos esenciales e incluso la expulsión masiva siguen presentes en pleno siglo XXI. Los Estados que conceden la impunidad a Israel —en su mayoría, del norte global— son cómplices de sus guerras colonialistas y de los desplazamientos masivos. Y, si siguen sosteniendo a Israel con armas y dinero, es porque el colonialismo no es una cosa del pasado. Israel, Palestina y especialmente Gaza son un laboratorio del futuro colonial que nos espera, salvo que hagamos algo al respecto.

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