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Tamara Tenenbaum (filósofa): “Las casas más igualitarias que conozco son en las que ella gana más que él”

La filósofa y ensayista argentina se crio en una familia judía ortodoxa. Aprendió las costumbres del mundo secular como quien descubre una civilización nueva. Premio Paidós 2025, sostiene que internet separa a los hombres de las mujeres y que debemos poner el acento en construir un mundo común

Tamara Tenenbaum
Mar Centenera

Comenzar un nuevo libro es, para Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 36 años), una casa desconocida en la que tiene que buscar sus lentes con la luz apagada y sin que nadie la ayude, ninguna voz que le diga frío, frío o quema, quema. En su última obra, Un millón de cuartos propios. Ensayo para un tiempo ajeno, ganador del Premio Paidós 2025, la filósofa y escritora argentina no va a tientas, sino guiada por la voz de Virginia Woolf. Recurre a la feminista británica y al siglo pasado como inspiración y oráculo para dialogar con un presente en el que no se siente cómoda, dominado por un consumismo voraz, el auge de discursos reaccionarios, y una densa niebla de resentimiento y nostalgia que impide divisar el horizonte.

Nacida y criada en una familia judía ortodoxa, Tenenbaum aprendió las costumbres afectivas y sexuales del mundo secular como una antropóloga que descubre los modos de ser y hacer de una civilización extranjera y lo plasmó en su primer ensayo, El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral, 2021), que después transformó en el guion de una serie que va ya por su segunda temporada. Entre una y otra obra de no ficción publicó las novelas Todas nuestras maldiciones se cumplieron (2021) y La última actriz (2024), escribió decenas de columnas periodísticas, hizo traducciones, dio charlas y se adentró en el teatro con Una casa llena de agua, obra de su autoría y dirigida por Andrea Garrote.

En este invierno austral, Tenenbaum tiene un cuarto propio a medio construir. Sus libros siguen amontonados en cajas, a la espera de una nueva biblioteca, en el comedor de la casa a la que se mudó con su pareja hace pocas semanas y donde recibe a EL PAÍS, vestida con un jersey de cuello alto que la protege del frío. Las letras comparten espacio con la música: hay también un piano, un contrabajo y una guitarra. Desde la mesa, a través de un gran ventanal, se ve el patio y, más allá, la puerta de entrada. Se abrirá un par de veces durante la entrevista para sumar nuevas piezas al puzle hogareño en construcción: una estufa comprada en internet para el interior y varias plantas que decorarán la terraza.

Pregunta. Cuando Woolf escribió Una habitación propia se preguntaba qué condiciones necesitaban las mujeres un siglo atrás para crear literatura. ¿A quién representa el millón de cuartos propios con que le rinde homenaje en su ensayo?

Respuesta. Quise que fuera un libro que partiera de las perspectivas feministas para hablarle a todo el mundo y de todo el mundo. Para mí el feminismo es un enfoque cuya fortaleza principal es que se dedica a analizar la relación entre lo público y lo privado. Y en ese sentido me interesaba que algo que estuviera en el centro del libro fuera la dificultad práctica y económica para encarar el trabajo creativo que hoy afecta a mujeres y varones de maneras distintas pero por igual.

P. ¿Qué diferencias y similitudes hay?

R. Así como las mujeres todavía sostienen una carga asimétrica en relación con el trabajo de cuidados —no solo de personas, también de la casa—, los hombres tienen una presión por ganar dinero y sostener económicamente que les hace más difícil tomarse dos horas para ir a un taller literario. Tanto mujeres como varones tienen dificultades para acceder al tiempo necesario para el trabajo creativo, incluso en términos de trabajo creativo en términos muy amplios, que te haga sentir que aportas algo al mundo y que te guste.

P. ¿Es posible tener un cuarto propio para crear con dispositivos tecnológicos omnipresentes e interrupciones constantes?

R. El cuarto propio siempre es una metáfora. Woolf habla del cuarto propio con cerrojo, entonces habla también de que no te molesten. Si cada cinco minutos te tocan la puerta porque los niños necesitan algo o la casa necesita algo, no importa que tengas el espacio, no tenés el tiempo. Hoy muchas de esas interrupciones tienen que ver con internet y con la falta de respeto al tiempo del otro, y me doy cuenta de que se ve como arrogante cualquier intento de cuidar tu propio tiempo.

“Hoy cualquier intento de cuidar tu propio tiempo se ve como arrogante”

P. ¿Por qué existe esta percepción generalizada de que no hay tiempo para nada?

R. A veces parece que el problema es que trabajamos más que nuestros padres. Yo no sé si estoy de acuerdo en eso. Mi madre se dedicó a trabajar muchísimo toda la vida, yo no diría que yo trabajo menos que ella. Lo que sí pienso es que tengo otra demanda de ocio que mis padres no tenían. Ir a comer con amigos, ir al cine en mitad de la semana, ir dos semanas de vacaciones en la mitad del año…

P. El deseo que se impone es trabajar lo menos posible, pero conseguir dinero rápido.

R. Sí, es muy extraño. Consumimos mucho, mucho más que nuestros padres. Cuando era chica recuerdo que comprarse ropa era excepcional. Ahora estamos todo el rato mirando en internet y si vemos algo lindo lo compramos. Nuestro tiempo está mucho más colonizado por el consumo que por el trabajo y aparece la pregunta de cómo hacemos para tener un montón de plata sin trabajar porque creemos que necesitamos infinita plata.

P. ¿Qué consecuencias tiene la desvalorización del trabajo?

R. Pienso que esa desvalorización del trabajo viene de la valorización absoluta del consumo. O sea, es más importante lo que te compras con el dinero del trabajo que lo que pasa en el trabajo. A mí siempre me pareció delirante trabajar 8 o 10 horas por día en algo que odias solo porque te da dinero para irte dos semanas al año no sé dónde. Sin embargo, muchísima gente vive así y piensa que está bien vivir así. Creo que hay un engaño en pensar que a mí no me define mi trabajo, que me defino por mi tiempo libre, y hay un engaño en pensar que es más libre el tiempo colonizado por el consumo que el tiempo colonizado por el trabajo. Ninguno de esos tiempos es ni completamente libre ni completamente esclavo.

P. ¿A qué atribuye que la derecha y la ultraderecha capten mejor el resentimiento creciente en la sociedad, en especial entre muchos varones jóvenes que se sienten discriminados por el feminismo?

R. No es la primera vez que se arman chivos expiatorios para los resentimientos sociales. Una vez son las mujeres, otra los migrantes, los negros, los judíos, los homosexuales, los pobres… El mecanismo de culpar a alguien más débil por las injusticias que uno sufre lleva siglos funcionando muy bien, lo cual es extraño, porque si uno siente que no le alcanza para vivir, ¿qué te puede haber sacado esa persona que tiene menos que vos? Creo que también tiene que ver con el miedo a la novedad y a la diferencia. Para mí la analogía más clara del resentimiento contra las mujeres es el resentimiento contra los migrantes, que representan la otredad y la idea de que nos roban el trabajo.

P. En el caso de las mujeres, no se puede decir que tienen otra cultura u otra religión porque hablamos de madres, abuelas, hijas, hermanas, novias…

R. Esta es siempre la paradoja de lo femenino. La idea de que estás rodeado de mujeres, pero hay algo de la otredad de lo femenino que es muy persistente. Pongo el ejemplo de la amistad. ¿Cuántos hombres de cierta edad tienen amigas con las que se juntan a tomar café y les dicen: no sabés lo que me está pasando, estoy triste? Muy pocos. Y ese es el índice. Porque vos podés tener una esposa y tratarla pésimo, pero no podés tratar pésimo a una amiga porque te deja de llamar. Los amigos no dependen económicamente de vos, no tienen un hijo con vos y entonces nada los ata a vos.

P. ¿Esa amistad entre hombres y mujeres se ha generalizado entre los más jóvenes o hay un nuevo distanciamiento?

R. Internet facilita que las esferas masculinas y femeninas en términos de consumo de contenido estén muy diferenciadas y creo que parte de lo que vemos de que hay menos citas, de que todo el mundo tiene más problemas en encontrar pareja, tiene que ver con la dificultad de fundar un mundo en común. Si los varones van a hablar de fútbol, videojuegos e influencers libertarios y las chicas de unas estrellas de pop que ellos ni conocen, ropa y no sé qué, ¿de qué vas a conversar cuando te juntes a tomar algo?

P. ¿Esa polarización influye en la visión política?

R. Se extiende a tener una conversación política que incluya al otro sujeto. Lo loco de todo esto es que así como tenemos estos mundos culturales muy separados, tenemos vidas cada vez más parecidas, porque hace 50 años, la vida de tus abuelos y tus abuelas era mucho más diferente, ellas estaban todo el día en la casa, ellos estaban todo el día afuera, ellas no conocían ni siquiera a sus compañeros de trabajo. En cambio, ahora nos levantamos a la mañana, salimos los dos, volvemos, vamos a los mismos bares. Tenemos un mundo bastante parecido en términos terrenales, pero muy distinto en lo imaginario.

P. ¿Cómo unirlos?

R. Poniendo el acento en construir mundo común. A mí no me gusta hablar mal de las políticas de la identidad porque creo que nos han llevado muy lejos, pero a la vez siento que también nos han llevado hacia la fragmentación. Vos no podés hablar de esto porque no sos trans ni de esto otro porque no sos armenio. Entonces nadie puede hablar de la experiencia de nadie, ni escucharla ni entenderla. Y yo ni te la comunico, así que nos quedamos hablando solos. Hay que pensar que, además de políticas de la identidad, necesitamos políticas de la desidentidad. No hace falta ser igual a alguien para entenderlo.

Tamara Tenenbaum en Buenos Aires, Argentina, este 3 de julio.

P. ¿Quién está dispuesto a hacerlo? Políticamente rinde más polarizar.

R. Es verdad, aunque hay casos prometedores, como México. Pienso que cuando uno se acerca a la experiencia vivida, todo se vuelve más claro. El otro día en Twitter hablaban sobre un muchacho que murió de frío en la calle en estos días de invierno y los medios citaban a los vecinos que decían que él no era un delincuente, que era un buen tipo. Eso habla de sus prejuicios, pero también de lo que le pasa a la gente cuando habla con alguien. De lejos todos son delincuentes, pero si logran acercarse ven que no es así. Me parece que tenemos que construir un mundo común y ese mundo común tiene que estar basado en la realidad.

P. ¿El retiro progresivo de la realidad nos lleva en la dirección contraria?

R. Totalmente. Pasar más tiempo en internet y pasar más tiempo con imágenes que con cosas reales, nos distorsiona mucho y permite que se nos convenza de cualquier cosa, de que todos son delincuentes. De cerca nunca es así.

P. ¿Qué vehicula el resentimiento hacia las mujeres por parte de los varones jóvenes?

R. La sensación de que las mujeres tienen oportunidades que les han quitado a ellos. Puede ser cierto en algún nivel, que en algunas industrias se planteen que no tienen ninguna mujer y contraten a alguna, aunque las oportunidades para las mujeres, al menos en Argentina, no sé si han mejorado lo suficiente.

P. ¿Cuáles cree que han sido los principales logros del feminismo en los últimos años?

R. En Argentina, la legalización del aborto y el fortalecimiento de políticas contra la violencia, que no acaban ni van a acabar contra la violencia, pero que avanzaron con la atención y la concientización, con la idea de que la violencia empieza mucho antes de que alguien le dé un golpe a alguien.

“Me parece delirante trabajar ocho horas al día en algo que odias para irte de viaje dos semanas al año”

P. La socióloga argentina Dora Barrancos dijo que la revolución pendiente para las mujeres era la doméstica. ¿Coincide?

R. Totalmente. Las casas que yo conozco que son más igualitarias son aquellas donde las mujeres ganan más que los hombres. Porque si tu trabajo vale tanto o más que el mío es difícil decirte que dejes de trabajar porque complica económicamente a la familia, y más en un mundo donde todo el mundo quiere vacaciones y colegio privado para los chicos. También hay algo que es cultural y no es tan fácil de cambiar, que es la pelea de pareja. Muchas veces una prefiere resolver un problema antes que pelearse.

P. Uno de los debates que están sobre la mesa es la caída de la natalidad. ¿Por qué crece el número de mujeres que no quiere tener hijos o que quiere tener menos?

R. No está claro que las mujeres quieran tener menos hijos. ¿Quiénes están yendo a congelar óvulos masivamente? ¿Quiénes están haciendo esfuerzos para mantener sus capacidades reproductivas porque no encuentran con quien tener un pibe? No son los varones. Creo que en las mujeres mucha parte del deseo de ser madres sigue estando y en general el problema es con quién.

P. ¿Tiene fundamentos sólidos la nostalgia de nuestra época?

R. Hay cosas, no muchas, que antes eran mejores, pienso en la capacidad de atención que teníamos al sentarnos a charlar y vincularnos con otros sin una pantalla de por medio. Pero creo que en general vivimos una nostalgia profundamente conservadora e ignorante. Es cierto que el periodo de bonanza económica de los boomers terminó, pero no hay razones lógicas para que termines extrañando la vida que tenía tu abuela encerrada en casa lavando la ropa a mano o queriendo su historia de amor cuando se vio dos veces con tu abuelo y se tuvo que casar.

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Sobre la firma

Mar Centenera
Es corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires. Antes trabajó en la sección Internacional de Público, fue enviada especial en Afganistán y Filipinas, y corresponsal de la Agencia Efe en Yakarta y Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
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