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La brutalidad xenófoba ultra pulveriza sus límites

La crueldad, el insulto, la amenaza y las teorías racistas se adueñan del discurso de Vox. Siete especialistas analizan una escalada inédita

Selección de imágenes publicadas por Vox en distintos vídeos y montajes de sus cuentas en redes sociales.
Ángel Munárriz

El ritmo es machacón y la letra es elemental, fácil de recordar. Todo en esta canción persigue la viralidad. “El avión está esperando. Billete de vuelta, billete de vuelta. No olvides tu maleta”. En el videoclip se suceden imágenes de un equipaje compuesto por machete, pistola y riñonera, con otras de elegantes azafatas de piel blanca esperando a los criminales extranjeros que llenarán el vuelo con destino a “Jovenlandia”, es decir, África, el continente al que serán enviados cuando llegue al poder Santiago Abascal, que aparece fumando con aire de tipo duro.

El tema no es la gamberrada racista de un troll. Lleva la firma de Vox, que lo difunde en las redes sociales. Es más, su título se ha convertido en un expresión usual entre sus dirigentes para cerrar con rotundidad sus mensajes sobre inmigración: “Billete de vuelta”. Es una especie de coletilla, igual que “no olvides tu maleta”, que aporta un grado de recochineo a la promesa dorada de la ultraderecha: una deportación a gran escala y con pocos miramientos. “Este sadismo antes solo se compartía en comentarios a escondidas. Ahora Vox amenaza al débil y al mismo tiempo se ríe”, lamenta Ahmed Khalifa, presidente de la Asociación Marroquí para la Integración, con sede en Málaga.

Aunque ya había observado una “progresiva radicalización” de Vox, esta semana Khalifa se ha “alarmado”. ¿Por qué? Sobre todo, por un mensaje que ha roto los moldes. La portavoz de demografía de Vox, Rocío de Meer, defendió el lunes la expulsión de millones de inmigrantes y sus hijos, es decir, también nacidos en España, si no cumplen un requisito tan impreciso como “adaptarse”. “Tenemos derecho a sobrevivir como pueblo”, alegó. De no realizarse una “remigración masiva”, en 2044 habrá más extranjeros que españoles y la España que conocemos habrá muerto, al culminarse el “reemplazo poblacional”, según fue desarrollando en una exposición alineada con una teoría de la conspiración racista de origen francés. Por si quedaban dudas, el también dirigente de Vox José Antonio Fúster ha señalado después que la expulsión afectaría a todos los “incompatibles con nuestra cultura”, expresión que Vox suele dedicar a los seguidores del Islam. Y el partido ha impulsado una recogida de firmas a favor de echar del país a los foráneos “inadaptados”.

Desde Estados Unidos, el investigador Connor Mulhern, director del Proyecto Internacional Reaccionaria, con visión de conjunto sobre las extremas derechas en todo el mundo, se muestra atónito ante la deriva de Vox. Al defender la deportación de inmigrantes para “evitar el reemplazo”, incluyendo legales y sin entrar ni siquiera en “si son delincuentes o no”, Vox cruza —afirma— una raya que hasta Alternativa para Alemania se cuida de pisar. Estigmatizados incluso en la familia política autoritaria, los ultras germanos no llegan tan lejos como Vox y limitan su expulsión masiva a “delincuentes e indocumentados”, aunque lo hagan “guiñando un ojo a la cámara”, explica Mulhern. “Vox llega más lejos y más abiertamente”, concluye.

Académico especializado en política comparada de la Universidad de Potsdam, en Alemania, Werner Krause atribuye máxima gravedad al paso dado por Vox al desplazar el eje de su discurso antiinmigratorio desde la inseguridad hasta la “amenaza existencial para la nación”. “Si la nación se enfrenta a un reemplazo, las restricciones democráticas normales para las políticas se convierten en obstáculos para su supervivencia”, expone. Con ello se allana el camino para establecer “medidas extraordinarias”, que podrían ser de corte autoritario, analiza.

Protestas contra Alternativa para Alemania por su racismo en Renania del Norte-Westfalia en 2020.

Hasta siete expertos en inmigración y extrema derecha de distintos campos, todos los citados en este artículo, coinciden en detectar un crescendo de la beligerancia xenófoba de la extrema derecha en España, especial pero no únicamente de Vox. “Estamos en un punto de inflexión. No es un cambio gradual, es súbito. Recuerda al de Países Bajos en 2002 a raíz del asesinato del [líder islamófobo] Pim Fortuyn”, afirma Blanca Garcés, investigadora del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob). “No hay inhibiciones, ni límites”, añade el sociólogo Xabier Aierdi, presidente de la Fundación Begirune.

Veterano de la lucha antirracista, Aierdi se confiesa “asustado por primera vez”. “Aunque ha habido picos de preocupación por la inmigración, los discursos de machacar al de fuera nunca han calado en la calle. Pero esta intensidad no la había vivido. Es constante, diaria. Eso tiene un efecto inevitable”. Y añade con pesadumbre: “Yo creo que el Banco de España no se atrevería hoy a sacar el informe [de 2024] sobre la gran necesidad de inmigrantes [24 millones más hasta 2053] para mantener el sistema de pensiones. Con el debate tan sucio, es casi imposible abrir reflexiones así“.

Los que “no comen jamón”

El mensaje de De Meer no es una raya en el agua. Es un hito, destacado pero uno entre muchos. Solo con mensajes de dirigentes del Vox en lo que va de julio, podría componerse este discurso: España es un “coladero” de “violadores y terroristas”, víctima de una “invasión” islámica que destruye “nuestra seguridad”, “nuestra economía” y “nuestra identidad” y consume la mayoría de las ayudas públicas. “Los españoles tienen que mantener con sus impuestos a los violadores de sus hijas”, declaró el domingo pasado Abascal.

El registro amenazante no es ninguna rareza. El eurodiputado Hermann Tertsch ha advertido de que “los españoles van a recuperar sus calles“, que los “invasores” magrebíes les han “arrebatado”. Vox convoca actos en zonas con conflictividad en torno a la inmigración con el lema “¡Defiéndete de la inseguridad!”. Es la dinámica en la que se ha instalado el tercer partido de España.

Ampliando el arco, todo 2025 muestra una escalada retórica. “Más muros y menos moros”, pedía el pasado fin de semana Jorge Buxadé. El mismo término peyorativo ha usado De Meer. Abascal se refiere al presidente andaluz como “Juanma Moruno”, por su supuesta tolerancia con la inmigración. Son alusiones que exceden lo que la extrema derecha francesa ya veía excesivo en 2012, cuando la propia Marine Le Pen se escandalizaba al escuchar a Josep Anglada, entonces líder de Plataforma per Catalunya, usar el término “moro”, explica el periodista Xavier Rius Sant, autor de Vox, el retorno de los ultras que nunca se fueron (Siglo XXI, 2023). El partido, a través de canales oficiales, se refiere ahora a los musulmanes como los que “no comen jamón”, en alusión despectiva a las leyes del Islam.

La ofensiva se completa con una batería de iniciativas discriminatorias. En los dos últimos meses, Vox ha defendido en el Congreso “la prohibición del velo islámico en todo los espacios públicos”, la supresión del programa de enseñanza de la “Lengua Árabe y la Cultura Marroquí” y la “prioridad nacional” en el acceso a ayudas públicas, es decir, la postergación de los extranjeros.

Mensajes así son amplificados por toda una red de canales digitales, desde agitadores ultras hasta terminales al servicio de Vox como el canal de YouTube Bipartidismo Stream o su órgano oficial de propaganda, La Gaceta, de cuyo enfoque dan idea estos tres titulares en lo que va de mes: “Alimentar a un ilegal en un centro es tres veces más caro que a un soldado [...]” ; “El Gobierno alemán lanzará ‘condones trampa’ usados en África para lesionar el pene con el objetivo de reducir las agresiones sexuales”; “Mohamed ya es el nombre más común entre los recién nacidos en Bruselas [...]”. Entre todos generan un circuito de retroalimentación a través de las redes sociales que, al premiar los contenidos extremos, “multiplican el impacto” y “escalan la normalización” del discurso “deshumanizante”, señala Youssef M. Ouled, coordinador de AlgoRace, que investiga el uso racista de la inteligencia artificial.

En Instagram o TikTok, con abundante audiencia de jóvenes, también de menores, el partido presenta todo este ideario con un atractivo formato audiovisual. Las escasas inhibiciones que el partido pueda conservar en el Congreso aquí se volatilizan. En un vídeo difundido por el partido en Instagram, su portavoz en la Asamblea de Madrid, Isabel Pérez, conversa con varios adolescentes en la calle.

—No te roban ni catalanes, ni españoles, solo moros —le dice a la portavoz de Vox uno de ellos.

Ella les pide que voten a Vox cuando cumplan 18 años.

—Este año todos los moros fuera —insiste el chaval.

Luego el vídeo mete la canción Billete de vuelta.

Acción-reacción

Un factor que alimenta la escalada es el ciclo acción-reacción entre partidos derechistas. “Vox sigue la regla de ser siempre el que hace la propuesta más bestia. Si alguien se le acerca, va más allá”, señala Rius Sant, autor de un blog sobre extrema derecha. El año pasado, Abascal rompió en cinco autonomías con el PP con la justificación de no estar dispuesto a aceptar ni un solo menor inmigrante llegado de Canarias poco después de que el partido de Alberto Núñez Feijóo comprase parte de su discurso —pidió desplegar el Ejército frente a las costas africanas— y tras la irrupción de Alvise Pérez, que había aliñado su campaña de las europeas con la promesa de una “cárcel gigante” en la que metería a los criminales extranjeros. Difusor de la teoría sin base de que el Gobierno prepara un “pucherazo” para las generales mediante la “regularización” de sin papeles, Pérez, que presume de llevar el liderazgo contra la “inmigración ilegal”, celebra ahora que Vox “se haya puesto las pilas”. “Y si es por mí, aún mejor”, responde por escrito a EL PAÍS. Vox no contestó a este periódico.

Los presidentes del PP, Alberto Núñez Feijóo, y de Vox, Santiago Abascal, en septiembre de 2024 en el patio del Congreso de los Diputados.

Hay indicios de que el deslizamiento a la derecha del PP exacerba las posiciones de Abascal. El día antes del bombazo de De Meer, el PP había cerrado su congreso con una ponencia que desvincula la residencia legal del derecho a recibir prestaciones, posición típica de las ultraderechas europeas. Según Krause, de la Universidad de Postdam, es una dinámica perjudicial para Feijóo. “Cuando el PP endurece su postura, se arriesga a normalizar las posiciones de Vox y a crearle oportunidades electorales”, señala el coautor de una investigación que analiza estrategias partidistas y trasvases de voto durante cuarenta años en Europa y concluye que la radicalización de posturas de los partidos históricos para neutralizar a los extremistas genera el efecto contrario. Desde la ruptura con el PP, Vox ha subido en estimación de voto del 10,4% al 15,2%, según 40dB.

A la competición estatal se suma la que hay en Cataluña, donde Aliança presiona a Junts con un discurso que enfatiza tanto como Vox la amenaza para la seguridad y la identidad nacional que supone la inmigración musulmana. Con el lema “Salvem Catalunya”, el partido de Sìlvia Orriols, que va como un tiro en las encuestas, abandera la campaña contra el “velo islámico” e impulsa otra que alerta de la expansión de la tuberculosis por culpa de los inmigrantes. “A Junts le pasa como al PP. Lo intentan, pero no pueden seguir el ritmo de Abascal y de Orriols, que llevan la iniciativa”, observa Ruis Sants.

Tres entrevistados coinciden en situar, entre los factores que aumentan la brutalidad del debate, el modelo que ofrece Donald Trump. “Su exhibición de crueldad da luz verde a cualquier imitación. Lo que daba vergüenza ahora da votos”, afirma desde su asociación marroquí Ahmed Khalifa, recordando su visita a una cárcel para inmigrantes rodeada de caimanes. “Ha ofrecido al mundo un ejemplo de criminalización y persecución impune”, añade Garcés (Cidob). “Ha demostrado que la mejor forma de generar un shock constante es espectacularizar la maldad contra la población migrante”, cierra Ouled (AlgoRace), para quien el “genocidio” de Israel también contribuye a extender la insensibilidad social ante los padecimientos de la población árabe y musulmana. Ante eso, “no basta con decir ‘no somos racistas”, añade el investigador, que reclama pasos al frente, empezando por políticas de “regularización”.

Blanca Garcés, del Cidob, advierte: si los discursos extremos crecen es porque calan, y si calan es porque hay un caldo de cultivo. ¿Con qué ingredientes? “Un imaginario colectivo de cruzada y reconquista, unos medios que premian los contenidos extremos en busca de clics, unos elevados índices de exclusión social y una grave crisis de vivienda, sobre todo para la juventud, donde cunde un pesimismo fácil de capitalizar políticamente”, responde la investigadora, que señala que la respuesta democrática al desafío xenófobo exige medidas de reforzamiento del Estado del bienestar que incluyan al español y al foráneo, estrechando el margen para sembrar cizaña.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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