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Manon García, filósofa: “En la guerra hay algo eminentemente antifeminista”

La pensadora francesa, que ha estudiado la sumisión, fue al juicio del caso Pelicot. Ve un dilema en que ellas se identifiquen con la mujer violada y ellos no con el violador

Manon Garcia, filósofa francesa, en su casa en Berlín, este 23 de junio.
Marc Bassets

Qué sucede cuando un filósofo sale de las aulas y bibliotecas y baja al terreno? Un poco tras los pasos de Hannah Arendt, que cubrió el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann en Jerusalén y acuñó el concepto de la banalidad del mal, la filósofa Manon Garcia (París, 1985) asistió el pasado otoño al juicio de Dominique Pelicot y sus 50 cómplices. La pensadora francesa ha investigado largamente el consentimiento y la sumisión, asunto al que ha dedicado dos ensayos: No nacemos sumisas, devenimos (2021, Siglo XXI editores) y La Conversation des sexes. La philosophie du consentement (La conversación de los sexos. Filosofía del consentimiento, 2023, sin traducir al español). Desde su casa, situada en un pueblo al suroeste de Francia, Dominique Pelicot sedaba a su esposa, Gisèle Pelicot, y después invitaba a otros hombres a violarla. ¿Eran monstruos, u hombres normales y corrientes? ¿Los culpables eran solo ellos, o existe una responsabilidad más amplia en el “patriarcado”?

No se sale indemne de un proceso como este, y Garcia lo refleja en una crónica filosófica del juicio, Vivir con los hombres. Reflexiones sobre el juicio Pelicot (Akal). “Lo que resulta muy difícil es decirse que hay algo en común entre los hombres que amamos y los hombres que nos detestan”, dice durante una entrevista en el salón de su piso en Berlín, en cuya Universidad Libre es profesora de Filosofía Práctica. “Lo digo en el libro: el único lugar en el que me siento segura después del proceso es en mi casa, en mi cama, junto a mi marido, cuando tendría que ser el lugar donde menos segura me sintiese”.

Pregunta. Es un libro duro de leer. En general y quizá más para los hombres.

Respuesta. Quizá sea más difícil de leer para los hombres porque los hombres pueden permitirse no pensar en estas cuestiones. Pero es un libro sobre el daño que los hombres hacen a las mujeres y, por tanto, también es muy difícil para las mujeres. Todos, y sobre todo todas, tenemos un sesgo cognitivo según el cual olvidamos la misoginia, porque, si no, resultaría insoportable pensar en ello todo el tiempo. Al leer este libro, te golpea la violencia de la misoginia en la cara, no puedes esquivarla. Fue buena idea escribir el libro durante el mismo proceso, y rápido, porque unos meses después vi cómo mis defensas cognitivas para no pensar todo el tiempo en la violencia masculina volvían a estar en pie.

P. ¿Qué “defensas cognitivas”?

R. Es imposible pensar todo el tiempo en la violación y en la violencia masculina, así que hay que forzarse a olvidar. Hay un paralelismo interesante con el cambio climático. Es necesario, para continuar viviendo, no estar pensando todo el tiempo que el planeta arde.

P. En el tribunal, cuando se cruzaba con hombres sin toga de abogado, pensaba que podían ser violadores.

R. Sí, al principio yo no conocía el rostro de los acusados. En un momento dado, entendí que aquel hombre que parecía guapo y sexy era uno de los violadores de Gisèle Pelicot. Hay una especie de efecto lupa respecto a lo que supone ser mujer en la sociedad: nunca sabes dónde están los violadores, posiblemente estén por doquier, y al mismo tiempo parecen simpáticos.

“Hoy pienso que el combate por la igualdad será más largo de lo que parecía hace cuatro años”

P. ¿No se generaliza al hablar así de los hombres?

R. Evidentemente y felizmente hay un montón de hombres que no violan. Pero es importante, y también lo es por razones políticas, decir que los hombres violan, o decir que la masculinidad hace que sea posible ir a violar a Gisèle Pelicot, para que entendamos que no se trata de errores estadísticos; son casos extremos de la manera en que la masculinidad invita a los hombres a tratar a las mujeres. Hay hombres que lo hacen de modo mucho menos grave, simplemente explotan el trabajo de las mujeres en la vida cotidiana, o fuerzan un poco a sus compañeras a acostarse con ellos pensando que tienen derecho a relaciones sexuales. No violan a desconocidas en coma. Con este uso de la generalización, me gustaría que los hombres se preguntasen qué tienen en común con estos hombres.

P. ¿Qué hay en común?

R. Me fascinó, en el proceso, la evidencia, para todas las mujeres, de que tenían algo en común con Gisèle Pelicot. Hay algo que no encaja, si todas las mujeres piensan: “Tengo algo en común con Gisèle Pelicot”, y todos los hombres piensan: “No tengo nada en común con los agresores de Gisèle Pelicot”. Es lo que dicen las feministas: no es posible que, cuando hablamos entre nosotras, la inmensa mayoría hayamos sido víctimas de violencias sexuales, y cuando los hombres hablan entre ellos, piensan que ninguno ha cometido violencias sexuales. Hay un problema, un problema matemático.

P. ¿No es una forma de atenuar la responsabilidad del criminal decir que la “masculinidad”, el “patriarcado” son responsables en vez de estas 50 personas?

R. Pienso que se puede a la vez reconocer que nuestros deseos están modelados de cierto modo, sin por ello decir que somos irresponsables si no podemos evitar hacer algunas cosas. Podríamos decir que la sociedad capitalista nos lleva siempre a desear tener más y nos empuja en una búsqueda material infinita, sin decir que los ladrones son irresponsables de cometer robos.

P. Usted ha escrito sobre los conceptos de consentimiento y sumisión. El juicio, ¿cambió sus ideas?

R. No ha cambiado mucho mis ideas, pero sí mi humor. Yo estaba más esperanzada antes de este proceso, que realmente me sumergió en una forma de desesperación y me llevó a decirme: “Qué lejos estamos de haber cambiado suficientemente las cosas para que el mundo sea soportable para las mujeres”. En mi libro anterior, terminaba con una nota verdaderamente optimista sobre el amor. Ahora, más que antes, tengo la sensación de que los hombres piensan tener demasiado poco que ganar con la igualdad de los sexos. Hay que entender lo que geopolíticamente está en juego con la masculinidad.

P. ¿Geopolíticamente?

R. Vivimos en un mundo en el que hay hombres que se dicen: “¿Vamos a perder todos nuestros privilegios?”. Hay, en el fondo, un conflicto entre una masculinidad que se definiría en contra de la feminidad y la idea de cómo podríamos vivir juntos. En la guerra, en esta forma de dominación que observamos en marcha —la dominación rusa, la dominación americana, etcétera— hay algo eminentemente antifeminista, y verdaderamente la cuestión de la igualdad hombre-mujer se ha convertido en un elemento de polarización completa del debate público. Desde el MeToo, se ha ido convirtiendo en la cuestión: qué mundo queremos. ¿Un mundo en el que las personas son iguales, en el que hay hombres, mujeres, personas con diferentes sexualidades, respeto para las mujeres racializadas? ¿O queremos una dominación blanca, occidental, masculina, “amo y propietario de la naturaleza”, como diría Descartes?

P. Es usted más pesimista.

R. No estoy completamente desesperada, pero pienso que el combate será más duro, costoso y largo de lo que parecía hace tres o cuatro años.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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