Pol Morillas, politólogo: “Occidente ya no existe como referente”
El analista catalán, experto en relaciones internacionales, dice que esa parte del mundo ha perdido su primacía con la retirada de EE UU. Y que urge que cambie de parámetros para seguir siendo alguien


El mundo experimenta una metamorfosis violenta e inquietante, y Europa afronta el exigente reto de adaptarse. Pol Morillas (Barcelona, 1982), politólogo y director del centro de estudios CIDOB —Barcelona Centre for International Affairs—, tiene una de las miradas más lúcidas en España sobre este complejo panorama. Se formó, entre otros, en la London School of Economics, y ha sido coordinador del Comité Político y de Seguridad del Consejo de la Unión Europea. Ha escrito numerosos artículos de investigación en revistas académicas y acaba de publicar En el patio de los mayores. Europa ante un mundo hostil (Debate), ensayo con el que contribuye a la comprensión del difícil alumbramiento de la Europa geopolítica.
Morillas concede la entrevista en su despacho el pasado martes a media mañana. Mientras se desarrolla la conversación, se oyen voces alegres de niños que juegan en el patio de un colegio. El complejo en el que se sitúa CIDOB fue antes un orfanato. Todo suena como un tiernísimo y poderoso recordatorio de lo que está en juego en esta época turbulenta, una, señala Morillas, en la que Occidente ha cometido muchos errores y Europa vive un nuevo momento fundacional: por primera vez exhibe una verdadera competición de modelos, entre europeístas y nacionalpopulistas.
Pregunta. Usted considera que la institucionalización de la Europa geopolítica es el reto principal de esta legislatura europea. ¿Por qué cree que es tan importante esto?
Respuesta. Hasta ahora solo ha habido declaraciones políticas identificando el reto del momento. Se ha hecho una buena lectura de que este no es un momento cualquiera. Lo que no ha habido, a diferencia de con otras crisis, quizá porque es de mucho más amplio alcance, es un cambio institucional, en la toma de decisiones y en las capacidades y recursos a la altura. Y estamos en ese momento, en el fundacional de la Europa geopolítica, la de las capacidades, de los recursos y de las instituciones adecuadas para hacer frente a las nuevas crisis.
P. Señala usted que este es un momento grave. ¿Tiene razón Macron cuando, evocando a Paul Valéry, alerta de que Europa, su proyecto, su civilización, tal y como es ahora mismo, puede morir? ¿O es una hipérbole?
R. La Europa que conocemos puede morir. La abierta a la globalización, la proveedora de valores y de normas y de ideas. La de la superación de la soberanía, de las fronteras, de la divisa nacional. Esas ideas de esa Europa posmoderna, como decía [el diplomático británico] Robert Cooper, pueden morir. La cuestión es qué estructura construimos ante este contexto. El mismo Macron habló de la Europa que protege. Dada la magnitud de los retos y la pequeña escala de las naciones el único constructo político que puede proteger está en el plano supranacional.
P. Habla de la necesidad de adaptar Europa a este nuevo contexto mundial hostil. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué el mundo se ha tensado de esta manera tan conflictiva?
R. Hay muchos factores. Tenemos un escenario complejo de interconexión global que genera crisis que repercuten localmente, sea una pandemia, el acceso a la vivienda o el coste de la energía, por citar algunas sensibles para la ciudadanía. Esto genera un gran nivel de incertidumbre mientras, a la vez, vemos el fin de la confianza en que las instituciones de las que disponemos nos permitan dar respuestas a estas incertidumbres. Y ahí está la dificultad. Si no nos podemos fiar del sistema multilateral y sus instituciones, entonces tenemos un doble reto que pasa por esa incidencia de las crisis y a su vez, por la incapacidad de dar respuesta. Esto es lo que está cambiando.
P. ¿Cuánta responsabilidad tiene en esta deriva Occidente, siendo la fuerza que más ha plasmado el gobierno del mundo?
R. El problema que Occidente percibe es que ya no tiene ni el poder material incontestable, ni el poder de las ideas y de los consensos que tenía antes para para poder decir: yo sé cómo salir de ésta. Sabe que hay otros que pueden rivalizar y otros modelos que convencen. Ya no tiene el monopolio, y ni siquiera la primacía. Si a eso se suma que el principal valedor de Occidente, su principal puntal, EE UU, se retira, Occidente no sólo no tiene el poder ni las ideas, sino que en buena medida ya no existe. Todo se convierte en un esquema de juego más abierto, competido y potencialmente más inestable.
P. ¿Occidente ya no existe?
R. Occidente ya no existe como referente. No es que no tenga capacidad de existir, de proyectar, lo que no tiene es el monopolio de las ideas ni del poder. ¿Cuál es el reto? Podemos caer en el catastrofismo y pensar que todo está perdido y que otros liderarán el mundo mañana o lo están empezando ya a liderar hoy. O podemos repensar cuál es nuestra participación en este nuevo contexto. Y esto nos devuelve a la Europa geopolítica. Tendrá que cambiar de parámetros para seguir siendo alguien en ese contexto. Pero no existirá el Occidente de antes.
P. ¿Qué errores ha cometido como fuerza dominante para que el mundo llegue aquí?
R. Ha creído desmesuradamente en su modelo. Esto le ha llevado a un uso de la fuerza desmesurado, a cometer errores. Ha pecado por exceso, exceso de fuerza —como en la guerra de Irak—, exceso de hybris, creyendo que podía resolver los problemas del mundo y agravándolos; exceso de confianza en los mercados, en el hiperliberalismo y la hiperglobalización, en una excesiva desregulación, generando unas desigualdades y un descontento muy fuerte en sus propias sociedades. Es un modelo que ha dejado a mucha parte de sus sociedades atrás.
P. ¿Cómo se puede recoser ese desgarro entre clases que luego da alas a formaciones nacionalpopulistas?
R. La respuesta tiene que venir en parte por un retorno de ese bienestar a los ciudadanos que han ido perdiendo estatus en las últimas décadas. El desafío es que antes teníamos a nivel nacional los recursos, la legislación, las instituciones, los procesos, para construir una sociedad del bienestar. Ahora se nos escapan muchas de las herramientas, están en otro plano que no controlamos, que es la gobernanza global, que precisamente brilla por su ausencia. Para retomar la receta del bienestar hace falta proyectarse en el plano internacional, tener interlocución, construir consenso. Pero estamos en la fase previa, en la que el primer reflejo es la cerrazón: proteccionismo, puertas adentro, lo conocido.
P. Con este panorama, ¿hay lugar para el optimismo de la inteligencia o más bien hay que conformarse con el de la voluntad?
R. La inteligencia está muy bien repartida hoy. Esas fuerzas nacionalpopulistas han perfeccionado mucho su capacidad de acción política y de comunicar. Tienen una receta. Por años hemos pensado que la receta política de Europa era inexorable. Ahora ha salido una alternativa sobre nuestro destino que convence a muchos ciudadanos. Podemos pensar que no es efectiva, pero tendremos que demostrarlo. Esto puede ser bueno democráticamente hablando. Hay contraposición de ideas. Estamos en un momento de debate fundacional, ahora empieza la batalla de las ideas. Pues luchemos en ese debate y tratemos de convencer de que efectivamente tenemos, desde el europeísmo, mejores recetas para confrontar esas crisis internacionales, ese auge de otras potencias, este mundo más peligroso o más hostil. El juez está ahí fuera. Son los ciudadanos.
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