‘Follamoros’, sí, soy
Olvidan los ultras que en este país todas follamos con quien nos da la gana sin que nadie pueda juzgarnos por ello


La mayoría de las mujeres casadas con árabes en Torre Pacheco no se atreven a dar declaraciones a la prensa. Tienen miedo porque desde que se desató la oleada de disturbios xenófobos en la localidad, hombres de ultraderecha las insultan y agraden a través de las redes sociales. “Nos llaman follamoros”, escucho contar a una mujer asustada a la Cadena SER. “Vamos a acabar con todas las follamoros, que sois una lacra para la sociedad”, les dicen. Y el insulto despliega no solo odio racista, sino también toda la violencia machista que palpita en el discurso antiinmigración.
Además de racismo, el discurso de odio de la ultraderecha tiene un alto componente machista y sexual. Así lo desvelan las imágenes de hombres armados y violentos que no pretenden expresar su disconformidad ni sus ideas, sino que van a buscar un cauce donde desplegar su violencia contra otros hombres. Una violencia que justifican como la defensa legítima de sus bienes que, en su fantasía política, los inmigrantes habrían venido a expoliar. ¿Y de qué clase de bienes estamos hablando? El discurso ultra se centra en dos: los inmuebles y los sexuales, más concretamente la ocupación de sus casas y la violación de sus mujeres.
Pero ¿por qué la mujer se convierte en el objeto de un robo (u ocupación) en la cabeza de la ultraderecha? Pues porque en vez de un sujeto político consideran a las mujeres como un bien de consumo. Así, las hordas de hombres que corren con machetes en Torre Pacheco entienden a las mujeres españolas como una propiedad personal que podría convertirse en un bien de uso común sin la necesaria protección. Para ellos somos un bien pasivo excluido de la libertad de elección. Y, en consecuencia, si una mujer elige casarse con un hombre árabe deberá ser castigada. La follamoros es, por definición, una mujer libre y activa que disfruta tanto de su deseo sexual como de su libertad para ejercerlo. Lo que olvidan los ultras es que en este país todas somos follamoros, pues todas follamos con quien nos da la gana sin que nadie pueda juzgarnos por ello.
Por lo demás, el discurso ultra no tiene ninguna base real, pero es rotundamente eficaz dado que se sustenta en un mito tan antiguo e interiorizado como es la violación de las sabinas y la mismísima fundación de Roma. La idea de que cuando un pueblo invade a otro lo primero que hace es violar a sus mujeres aún pervive en el imaginario colectivo y, desgraciadamente, las guerras contemporáneas no hacen otra cosa que alimentarlo. Así que denunciar el peligro de violaciones que ni siquiera han sucedido, incluso las relaciones sexuales consentidas entre mujeres españolas y hombres migrantes, es una forma de legitimar el uso de la violencia allí donde antes reinaba la paz.
Los encapuchados que escupen insultos a las follamoros (todas nosotras) son una minoría, nos decimos. Sin embargo, su veneno se derrama como litros de gasolina en una habitación vacía. Y esa habitación podría ser el Congreso de los Diputados, donde un político presuntamente moderado como Feijóo habla ya de deportar extranjeros cuando delinquen. Feijóo no pronuncia las palabras follamoros, ocupación ni violación. No lo necesita. En vez de eso, suelta la cerilla necesaria para que inmigrantes y follamoros ardamos juntas, hay odio para todas.
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