Más triste que Pedro Sánchez
Las palabras de los políticos machistas, como Ábalos y Cerdán, revelan una ideología y un comportamiento que sigue presente en las estructuras de poder


“Cuando te resbalas con una piel de plátano, la gente se ríe de ti; pero cuando cuentas que te has resbalado con una piel de plátano, quien se ríe eres tú”. Eso escribió Nora Ephron y eso es lo que yo siento que está haciendo Pedro Sánchez, reírse de mí, narrativamente hablando. El presidente del Gobierno se ha mostrado desolado ante micrófonos y cámaras por las tres cáscaras de plátano que dice haber pisado por accidente, sin tener en cuenta que los plátanos los compró y peló él mismo y que el relato más importante no es ya el de su caída. Por eso necesito, por un momento, dejar de hablar de lo que le ha pasado al PSOE y al presidente para hablar de lo que me ha pasado a mí, a todas nosotras, con los dichosos plátanos.
A mí me ha pasado que he escuchado los audios de los colegas del Peugeot. He oído a tres hombres con mucho poder en un Gobierno de izquierdas hablar de mujeres como si fueran mercancías, he leído expresiones como “Jefe, te está llamando Nadia [Calviño], la hija de puta esa!” y todo tipo de lenguaje vejatorio, racista y machista. He asistido a cómo Koldo le explicaba a Ábalos “que Ariatna está bien, que está recién, está perfecta”. ¿Qué está recién? ¿En serio se refiere a un ser humano este comentario?
Y después me ha pasado que el presidente ha dicho en rueda de prensa que se dirigía especialmente a nosotras, a las mujeres. Y ha hablado de “la falta de ejemplaridad, lo zafio, y el machismo que proyectan” los audios. Y de que son “incompatibles con los valores feministas” del partido. Porque la tesis central del PSOE (también de las mujeres) es que una cosa es el discurso (del partido) y otra los comportamientos (de unos pocos). Pero esa tesis es falsa: el discurso de los hombres machistas anticipa sus acciones. Escuchas hablar a un político machista y sus bromas, metáforas e imágenes desvelan su visión del mundo, su ideología y también sus comportamientos. Y estas tres cáscaras de plátano hablaron por los codos antes de actuar. Rieron juntos, masticaron kilos de carne roja en bares de carretera e hicieron la clase de comentarios que algunos hombres saben que no pueden hacer si hay mujeres delante, pero que mantienen en la intimidad de WhatsApp, del reservado de los restaurantes, del club de alterne y de la cúspide del poder político. Antes de robar, hablaron.
El machismo se ve, grita fuerte y se premia en las estructuras de poder político (e institucional, familiar, laboral…), y al final, cuando la agresión sucede, un hombre muy triste y sorprendido (el presidente del Gobierno, un padre, un amigo, un novio, un jefe) nos explica lo muchísimo que lo siente, lo difícil que es la situación para él y nos avisa, ya de paso, de que la mejor forma de arreglarlo es que confiemos en él. Porque, si no lo hacemos, será peor para nosotras. Y así, casi sin enterarnos, saltamos del perdón al chantaje. La amenaza de Sánchez es evidente: si no me apoyáis vendrá la derecha. Y eso, lo sabemos todas, es aún peor para las mujeres. Así que lo mejor es aguantar un poco, aceptar el menos malo de los mundos, tener paciencia. La trampa es tan conocida como dolorosa. Y la respuesta ha de ser tajante: no renunciar al control de nuestro relato y de nuestra decepción. Si alguien ha de reírse de estos plátanos, que seamos nosotras, nunca más de nosotras.
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