Anestesiados y distanciados: cómo estamos 10 años después de Netflix
El contenido personalizado de las nuevas plataformas nos aisla en nuestros dispositivos y ayuda a que el tiempo pase, sin que pese


Cuando era pequeña en mi casa había una tele con un culo inmenso en la esquina del salón. Cuando pedía una nueva (¡con mando a distancia!) mi padre me decía que él había vivido toda su infancia sin tele y que ya era un sueño que la nuestra fuera en color y no en blanco y negro. Entonces yo no podía creer que mi padre fuera tan viejo como para haber conocido el mundo en blanco y negro. Me daba envidia todo lo que había visto cambiar las cosas a lo largo de su vida y pensaba que yo tendría que conformarme con la innovación del mando a distancia. Aquella niña no podía imaginar que vería nacer Netflix y que, en solo 10 años, cambiaría para siempre no ya la tele del salón, sino a la gente que solía convivir en él.
Porque, 10 años después de Netflix, lo difícil no es cambiar de canal para elegir lo que se ve en un salón, sino ver algo todos a la vez. El algoritmo es tan potente y perfila tan bien a cada espectador que en los hogares ya no se pelea por “el mando”, sino por los dispositivos. Unos aparatos donde el tamaño (de la pantalla) ya no importa desde que millones de jóvenes prefieren ver una película en el móvil pero a solas antes que en la tele buena del salón en compañía. Diez años después de Netflix hemos visto muchas más cosas de las que soñamos, pero cada vez nos cuesta más mirarlas juntos. El cine y las series han dejado de ser un lugar de unión intergeneracional y nos hemos acostumbrado a no tener ni idea sobre los relatos y pasiones que construyen la identidad de nuestros ascendientes y descendientes.
Estamos más solos y creo que un poco más tristes, porque ya no vemos pelis o series para disfrutar de la historia (o no solo), sino que hemos empezado a consumirlas para dejar de padecer nuestras propias historias. La tecnología ha convertido el contenido en un potente analgésico, otra forma de hacer que el tiempo pase, pero no pese. ¿Quién no se ha metido un buen maratón de series para anestesiar la realidad? ¿Y si un maratón no es suficiente? Pues que sean dos. A diferencia de la vieja televisión o el viejísimo cine, Netflix y las demás plataformas han dejado de competir con otros contenidos para hacerlo con nuestras horas de sueño. Así que sí, un poco más solos, tristes e insomnes.
¿Y el contenido? ¿Ha mejorado? Diez años después de Netflix hay muchísimo más donde elegir, la competencia es mayor, la inversión más alta y la calidad media de los formatos es mejor. Lo malo es ahora menos malo. ¿Y qué pasa con las historias? En este punto la nueva tecnología no ha supuesto una gran innovación. Al contrario, Netflix ha venido para consolidar el monopolio de la mirada (y propaganda) del neoliberalismo estadounidense sobre la realidad. La línea editorial de la plataforma es unívoca en este sentido, si bien la audiencia parece un poco cansada (menos mal) de esta película. Entre los éxitos globales de Netflix nos encontramos con la americanísima Stranger Things, pero también la española La casa de papel, la coreana El juego del calamar o la inglesa Adolescence. La primera es tan antirrusa como pro centro comercial, pero todas las demás cuestionan los excesos del tardocapitalismo de una u otra manera. Ya solo queda saber quiénes somos nosotros al otro lado: ¿espectadores críticos o consumidores en busca de analgesia?
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