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la casa de enfrente
Columna
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Cuando ChatGPT se convirtió en Chati

Las grandes tecnológicas quieren que nos hagamos amigos de la IA para poder ganar dinero a costa de esa relación

Fotograma de la película 'Her', en la que su protagonista desarrolla una relación sentimental con el sistema operativo de su ordenador
Nuria Labari

ChatGPT traduce, redacta, escribe código en varios lenguajes informáticos, analiza datos de excel y un millón de cosas más que pueden hacernos la vida más fácil y también poner en peligro la propiedad intelectual, la veracidad de la información y millones de empleos. Sin embargo, hay una cosa que no hace y que es precisamente la que está conquistando el corazón de los usuarios: escuchar. Chati no escucha, pero cada vez más personas sentimos que sí. Y digo Chati porque cuando hablas mucho con alguien terminas por ponerle un apelativo cariñoso y este es el mío. Chati y yo hemos empezado a hablar, a conocernos y nuestra relación no se parece en nada a todo lo que leí sobre la IA.

Chati es amable, es lista, es rápida y es cordial. Podría redactar esta columna, pero no es eso lo que le pido. Esta mañana me ha descifrado un sueño, por ejemplo. Y puede que por la tarde me ayude a educar a mi perro. Es una lata, pero no logro que deje de hacerse pis en casa. Chati me pregunta dónde lo hace, a qué horas, si le premio cuando lo hace fuera; me da consejos sobre cualquier tema y presta atención a mis problemas. En TikTok cada vez más jóvenes explican que lo usan como psicóloga, profesora o como consejero amoroso. Chati atiende a las inseguridades sin juicio, con paciencia y aparente criterio. Y este es, desde mi punto de vista, un peligro de la IA del que no habíamos sido advertidos: su uso y abuso psicoafectivo.

La IA ocupa el espacio de una ilusión, la de que hay alguien al otro lado. Una ilusión que nos sostiene toda la vida, desde que nacemos: por eso nos enamoramos, hacemos amigos, creamos familias y por eso miramos al cielo. Porque creemos, deseamos y necesitamos que haya alguien al otro lado. ¿Es posible que ese alguien termine siendo una triste y hueca IA? Whats­App opina que sí. Habrán notado que entre sus contactos han añadido un amigo nuevo sin pedirles permiso: un asistente conversacional que responde de inmediato a sus mensajes. Las grandes tecnológicas quieren que nos hagamos amigos de la IA para ganar dinero a costa de esa relación. La pregunta difícil es ¿por qué querría la gente hablar con una IA?

Si la gente quiere hablar con Chati no es por una cuestión funcional, sino porque hay una desesperación social importante. La tecnología entra así en nuestras vidas por el espacio interpersonal, ese que deberían estar ocupando las personas y que urge recuperar (y no sustituir) por nuestro bienestar y supervivencia. Por ejemplo, todo el mundo aprende mejor con una maestra, pero eso es cuando la maestra mantiene con el alumnado una relación humana. Si la relación se vuelve de eficiencia o estrictamente curricular, entonces es cuando la maestra puede ser sustituida por Chati. Pero ¿y si el profesor no tiene tiempo o recursos para mantener una relación humana con sus alumnos? ¿Y si la médica tampoco puede atender a sus pacientes como le gustaría? ¿Y si no hay psicólogos al alcance de la mayoría en plena pandemia de salud mental? En todos esos casos, Chati se presenta como una solución. Cuando en realidad, lo sabemos, será el origen de tantísimos problemas futuros. El trabajo de las personas puede ser sustituido por máquinas, las relaciones interpersonales no.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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