Ir al contenido
_
_
_
_
la casa de enfrente
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El nuevo papa será anacrónico o no será

Se habla muy poco de que la ideología vaticana choca frontalmente con valores democráticos como la igualdad, la diversidad y la protección a la infancia

Nuevo Papa León XIV
Nuria Labari

Cómo me alegro de tener papa nuevo. Al fin los diarios vaticanos en que se han convertido todos los medios de comunicación de mi país dejarán de contarme todos los días lo mismo. No me quejo de que la información sobre el Estado de la Ciudad del Vaticano esté sobrerrepresentada frente a otros (que también), sino de que carezca del contexto ideológico e institucional en el que se desenvuelven sus actividades. Entiendo y comparto la importancia histórica de los hechos, pero creo que la avalancha acrítica de información ha creado un estado de opinión donde casi nos convencen de que la mayor preocupación contemporánea es quién o cómo será el nuevo papa. ¿Será progresista? ¿Será continuista? ¿Será conservador? Cuando todos (sobre todo todas) sabemos que da igual: será anacrónico.

Hoy en día, la Iglesia es una institución contracultural, por cuanto rechaza los valores y modelos de vida dominantes. Y sin embargo, creo que se informa, opina y piensa muy poco sobre este hecho crucial, incluso cuando el Vaticano monopoliza la información durante semanas. Entiendo que la fumata blanca es importante, pero a mí me parece que la fumata rosa que prendieron un grupo de mujeres en el Vaticano para reclamar la igualdad en la Iglesia debería serlo más. Porque, de otro modo, podría formarse un estado de opinión que justificara los anacronismos ultraconservadores de la Iglesia. Más allá de las figuras individuales, como Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Francisco o León XIV, la Iglesia es una institución política además de religiosa, tiene un Estado y una ideología que afecta a la convivencia política en democracia (dado el poder político de la institución) y no solo a la espiritualidad o conducta de sus fieles. Me sorprende lo poco que se habla sobre el hecho de que la ideología vaticana choca frontalmente con las constituciones democráticas, basadas en la igualdad, la diversidad, la protección a la infancia y donde, por supuesto, ninguna aceptaría que se proclame la infalibilidad del jefe.

Las últimas semanas hemos recibido un curso acelerado de teología. Todos sabemos cuánto dura un cónclave, donde vive el papa o por qué hay cardenales que no visten de rojo. Poco hemos reflexionado sobre cuánto tiempo más puede silenciarse y sostenerse el anacronismo y la impunidad que rodea a la Iglesia católica. Hablamos de una institución política con tantos casos de pederastia que no pueden considerarse hechos aislados, sino una pauta de comportamiento que debe erradicar de forma urgente. Una institución machista que sigue sin reconocer la igualdad de las mujeres dentro de la Iglesia (año 2025) y que se opone con toda su fuerza política al derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo fuera de ella (aborto, anticonceptivos, determinación de género). Una institución homófoba que no reconoce el matrimonio homosexual y condena la identidad de millones de fieles. Que cuestiona el derecho a morir dignamente, largamente defendido por quienes desean poner fin a un sufrimiento sostenido sin que la religiosidad o creencias de otros se interpongan en ello. Pues bien, con todo y con eso, llevo semanas leyendo sobre la suerte que tuvimos de que el papa Francisco tuviera conciencia climática o fuera pacifista, como si se pudiera ser otra cosa en el nombre de Dios. Lo que clama al cielo es lo poco que se habla sobre todo lo demás.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_