Asier Etxeandia: “Dos directores de ‘casting’ me dijeron que no contara que era homosexual. Les contesté: no va a pasar”
En el extenso currículum del actor bilbaíno, donde caben series juveniles, musicales y melodramas, un producto para toda la familia como ‘Ladrones: La tiara de santa Águeda’ era lo que le quedaba pendiente. Pero, eso sí, sigue siendo el malo


A Asier Etxeandia (Bilbao, 50 años) le ofrecen mucho hacer de malo, o eso dice él, sin ápice de amargura. Pero este malo de Ladrones: La tiara de santa Águeda (Disney+) le gustó porque no se parecía al malo que había hecho antes en Sky Rojo, que era “malo psicópata”. Emilio Villegas es “un triunfador que se ríe de todo, tiene retranca, vacila a todo el mundo”. Su personaje se describe en la serie como “un españolito medio que se fue hacer las Américas con una mano delante y otra detrás y ahora es el quinto hombre más rico del mundo”. A partir de esa premisa de auténtica fantasía, la serie bebe de otras como Indiana Jones o La joya del Nilo: ladrones muy listos, malos divertidos, parajes de ensueño y ritmo trepidante de resoluciones in extremis. En el extenso currículum de Etxeandia, donde caben series juveniles, musicales, melodramas, nominaciones al Goya, Almodóvar, Medem, culebrones, Netflix, Hamlet y Cabaret, un producto para toda la familia era lo que le quedaba pendiente. Pero, eso sí, sigue siendo el malo. Tal vez porque tiene “cara de psicópata”, dice él. O por su voz. O por su altura.
¿Alguna vez desearía medir metro y medio para obtener otro tipo de papeles? Es que yo por dentro me siento de metro y medio.
¿Es una persona pequeña encerrada en un cuerpo grande? Totalmente. No soy consciente de la imagen que doy hasta que me veo. ¡Soy enorme, tío! No soy consciente de lo que provoco, porque yo por dentro me siento como un adolescente pequeñito, que se sorprende todavía por las cosas.
Eso está bien en su profesión, ¿no? Sí, para aguantar en esta profesión tienes que tener esa curiosidad. A ver, no me sorprenden ya las cosas como antes. Voy a hacer 50 años, pero hay algo infantil que aún mantengo. A veces, a mi pesar.
¿Le supone alguna crisis cumplir 50? La crisis ya la he tenido. Los 47, 48 y 49 fueron terroríficos. Me impactaba, de repente, darme cuenta de lo que ocurre en los demás cuando tú te haces mayor. No de lo que te pasa a ti por dentro, que también, sino cómo cambia todo, cómo va tan rápido y cómo tú te encuentras con otro pálpito. De repente la gente mayor es más joven que tú. Y no eres consciente. Son pequeñas cosas. Y además, es una mierda en esta profesión.
¿Porque demanda rostros jóvenes y cuerpo prietos? Esta profesión debería estar en búsqueda de carácteres y no de modelos o cachas o gente que parece superjoven. A mí nunca me ha preocupado eso, realmente. Porque no lo he necesitado. Me ha gustado mucho más la gente que aparentaba la edad que tenía. Para ser actor tienes que tener la historia en tu cara. Me da igual si estás bueno o no. No estoy buscando eso para emocionarme ni para conmoverme. Si encima me pareces sexy, pues ya tienes un poder acojonante. Pero ser sexy no significa estar bueno.
¿Quién le parece sexy a usted? James McAvoy me parece un actor brutal y me resulta supersexy. Isabel Huppert me parece la mujer más sexy del mundo. Jane Fonda, ahora mismo también. Bette Davis era sexy sin ser una gran belleza.

En Ladrones se roba mucho y bien. ¿Por qué robar es un delito que nos provoca tanta indulgencia en la ficción? Bueno, en la ficción casi siempre se roba a alguien que tiene mucho dinero, ¿no? Si robas a un pobre ya sería una película de Ken Loach. A mí, robar a Elon Musk, por ejemplo, me parecería una maravilla. O a Trump. ¿Y cómo se llama el de Israel, el hijo de puta?
Ahora es cuando en Disney se empiezan a poner nerviosos. ¡Que se pongan como quieran! Si no, que no me inviten.
¿Usted ha robado alguna vez? Sí, de adolescente, cuando no tenía para comer. Me fui de casa de mis padres muy pronto a estudiar teatro y estuve en una casa abandonada durante un año. Cogía los trabajos que podía, hacía teatro de calle, pasaba la gorra... Y cuando entraba al supermercado a comprar algo, sí me cabía un sobre de jamón en el bolsillo, me lo metía. Pero lo pasaba fatal. Se me notaba muchísimo. Me sentía súper culpable.
Pues uno espera que un actor robe bien. No. La gente que me conoce sabe que miento fatal. No sé gastar bromas. Se me caza enseguida. Lo que hacemos los actores no es mentir. Es creértelo tanto que lo haces verdad.
¿Alternar productos pasionales con productos comerciales es la única forma de sobrevivir para un actor? Yo no podría dedicarme a la música y entregarme a ella si no tuviera un trabajo como actor. Porque todo me lo produzco yo. Además, no estoy mirando realmente hacia dónde va o qué tipo de producción es... Miro si el guion, la dirección, los compañeros y el personaje me interesa. Yo suelo decir que sí a casi todo.
¿En la profesión o en la vida? ¡En la vida!
Eso es un peligro. Un gran peligro. Tengo un sí flojísimo. Siempre encuentro un punto a favor, porque prefiero equivocarme a estar parado, esperando que llegue algo. Esto es un oficio y hay que trabajar. Cuando más he aprendido es haciendo cosas en las que no creía y en las que he tenido que esforzarme poder dignificarlas, para sacar lo mejor de mí en ese lugar y aprender qué quiero y qué no. Tengo un sí muy flojo para todo, ¡para todo! He tenido que aprender a decir que no. La Portillo [Blanca] me lo decía: “Esta profesión se hace con los noes”.
La última vez que le entrevistamos dijo: “Si no estoy trabajando caigo en una profunda depresión”. ¿Sigue igual? También disfruto sin hacer nada, soy experto en tocarme las pelotas. Me refiero a que hay algo en mi profesión que da sentido a mi vida. Yo no sé hacer otra cosa, mi trabajo me emociona profundamente, me hace aprender de la vida, conocerme a mí mismo, me conmueve que alguien se conmueva conmigo. Soy un privilegiado. Entonces no quiero dejar de hacerlo. Otra cosa es que necesite descansar, me encanta no hacer nada. Pero si estoy descansando mucho tiempo ya empiezo a idear qué hacer después. Y si no consigo trabajo, me lo invento.

Habla a menudo de su madre como la primera artista que conoció. Era una artista sin saberlo, se pasaba el día cantando, haciendo reír, actuando, era muy cinéfila... pero era otra época. Ser artista por aquel entonces era ser un perdido de la vida. Todos pensaban que lo mínimo que tenías que hacer era prostituirte para poder llevarte un pan a la boca. La imagen que se ha tenido de los cómicos ha sido siempre terrorífica.
Usted no se tuvo que prostituir, pero sí trabajó en un sex shop... ¿Y tú qué sabes si me he prostituido? (Risas)
Si me lo quiere contar... Hay muchas formas de prostituirse. Y no está mal prostituirse si uno tiene el mando y las riendas de su propio puterío. Y sí, trabajé en un sex shop.
¿Y qué aprendió? Yo era virgen. Imagínate el shock. Era una de las primeras veces que me fui de casa a mis padres. Tenía 18 o 19 años y flipaba con todo. Al principio estaba erotizadísimo pero al final terminé con la líbido en la punta del dedo gordo del pie. Todo el día viendo pollas, coños... ya me daba igual. Pero fui el que más vendió de toda la franquicia, ¡de toda España! En una tarde vendí 300.000 pesetas. Películas, pollas, bragas, cosas para empalmarse o muñecas hinchables. Vendía todo como si fueran peras o plátanos. “¡Mira, mira qué polla! ¡Esta es la mejor polla que vas a encontrar!“.
Insisto, no le volverán a llamar de Disney a este paso. Yo creo que sí. Les gusta la caña, en el fondo.
Es usted uno de los pocos actores feliz y orgullosamente fuera del armario en España. Nunca he salido del armario, ni he estado dentro. Nunca he dicho: “Hola, soy maricón”.
Pero lo comenta de manera natural, surge de forma espontánea en una entrevista o charla pública. ¿Qué le parece que eso siga siendo una excepción en el año 2025? Que cada uno haga lo que le dé la gana. No estoy aquí para juzgar. Y a mí el colectivo, pues mira, para muchas cosas es bueno y necesario y para otras pueden ser una panda de jueces. Yo no tengo por qué comportarme como los demás esperan. No sabemos los traumas que tiene cada uno, lo que ha vivido. No tengo que abanderar nada. Tampoco me parece un tema demasiado interesante. Debería dejar de ser interesante ya. Porque a un hetero no se le pregunta.

Pero cuando ve a un compañero de profesión eludiendo con incomodidad la cuestión o, directamente, mintiendo, ¿qué siente? Me conmueve. Siento que lo está pasando mal y que se está protegiendo porque hay mucho hijo de puta. Cuando llegué a esta profesión hubo dos directores de casting que quedaron conmigo para decirme que no contara que era homosexual, para convencerme. Me pareció terrible. Y les dije: eso no va a pasar nunca. Tú no vas a decirme lo que debo contar o no. A mí me van a contratar por mi trabajo. Aparte, no puedes ser actor si no eres libre. No puedes ser artista si no te pones a ti mismo como cobaya, si te estás engañando a ti mismo o estás ocultando algo de ti. Entonces no puedes defender ningún otro personaje. Te dedicas a esto, tienes que ser libre y no puedes tener miedo a lo que piensen los demás. Si no, dedícate al macramé.
¿Mide más lo que dice, como otros compañeros, desde que hay redes sociales y existe un posible juicio por un comentario fuera de contexto? Ya antes de que aparecieran las redes sociales tuve algunas situaciones terribles, al principio de mi carrera. Me acuerdo de una en El Correo Español cuando me dieron el premio Max a mejor actor. Me preguntaron: “Cuando vienes a Bilbao, ¿te quedas en tu casa?”. Y yo respondí que no, que como mi madre murió y soy de familia humilde no habíamos tenido una casa nunca, siempre habíamos vivido de alquiler, cambiando de casa. Y el titular, enorme, decía: “Yo no tengo casa”. Mi padre y mi tía con un disgusto brutal, claro. Y a partir de ahí me encontré en algunas entrevistas acojonado, con miedo. Y me enfadé conmigo mismo. Me dije: “No tienes la culpa si ellos son subnormales. Es su problema. Te jodes, cariño”. Lo peor que puede ocurrir es que tengas miedo a ser tú mismo. Si te quieren joder con un titular, lo van a hacer de cualquier manera. Se exponen mucho más ellos que yo.
¿Se ha vuelto a encontrar a alguno de esos niños que, según ha contado, le hacían bullying en el colegio? A alguno sí. ¡Uno de ellos me pidió perdón llorando y todo! Me llamó por teléfono porque me había visto actuando y le gustaba mi trabajo. Y era uno de los que más me zurraba. Y luego me encontró por la calle... Álvaro, se llamaba. Y fue un tío estupendo. Mira, no hay mayor venganza que demostrar que eres maravilloso.
¿Se siente una especie de alivio al trabajar con Almodóvar, como si se hubiese superado ya un anhelo original? Es que mi ambición nunca ha sido ir a más, sino intentar ser cada día mejor artista y más honesto. Y, sobre todo, vivir el proceso. Porque cuando consigues lo que deseabas hay un vacío muy grande. Cuando me dijeron el Max de teatro me quedé sin trabajar un año y medio, no tenía ni para el metro. Y gracias a eso hice El intérprete, que fue una de las cosas que más definió mi carrera y más satisfactorias de mi vida.
Muchas veces el público muestra recelo ante esta frase de un actor reconocido, ese “no tengo dinero”. Piensan que ha tenido que ganar y ahorrar mucho. Que salgamos en una alfombra roja divinos porque un showroom nos ha dejado un vestido que nosotros no nos podríamos permitir comprar para un puto día nos mete en un juego en el que estamos jugando a ser maravillosos. Pero esto es un negocio. Y tú vuelves a tu casa y tienes problemas, como todo el mundo.
¿Ya ha decidido en qué invertirá el dinero que ha ganado con Ladrones: la tiara de santa Águeda? Voy a pagar mi hipoteca. Es para el puto banco. Además, yo no ahorro nada. Soy gastón, no puedo evitarlo.
¿Qué es lo más excéntrico que ha hecho con su dinero? Invitar a seis colegas a Egipto. Felicidad absoluta.
Créditos
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
