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La salida de dos partidos ultraortodoxos del Gobierno de Israel deja a Netanyahu contra las cuerdas

La coalición del primer ministro queda con una mayoría exigua por la retirada del apoyo de sus socios religiosos, mientras prosigue en Siria su escalada bélica

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, junto con el ministro israelí de Defensa, Israel Katz, y el ultra Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, el pasado martes en el Parlamento en Jerusalén.
Luis de Vega

Con Israel inmerso en una nueva escalada bélica, en esta ocasión en Siria, la coalición del primer ministro, Benjamín Netanyahu, está contra las cuerdas, después de que esta semana las dos formaciones religiosas que hasta ahora apoyaban al Ejecutivo le retiraran su apoyo, total o parcialmente. El ultraortodoxo Shas, con 11 representantes en el Parlamento, abandonó este miércoles el Ejecutivo, pero no la coalición, ni tampoco le retiró su apoyo parlamentario. En la víspera, el también religioso Judaísmo Unido de la Torá, con siete escaños, había salido tanto del Gobierno como de la coalición. Esto deja al primer ministro con el apoyo de 61 parlamentarios de 120, a solo un diputado de perder la mayoría en la Cámara.

El motivo de las diferencias es la guerra interna abierta en el Estado judío desde que estalló la contienda en la Franja a cuenta del alistamiento de los ultraortodoxos en el ejército. El Shas se niega a que los estudiantes de las yeshivas (escuelas donde se estudia la Torá) sean llamados a filas por ley. El Tribunal Supremo aprobó en junio del año pasado el fin del histórico privilegio de la exención militar que disfrutaban estos desde que se fundó el Estado en 1948. Desde entonces, en la Cámara no se ha conseguido un acuerdo que permita que un número de varios miles de jaredíes, como se conoce a los ultraortodoxos, se alisten de alguna manera.

Ese mismo motivo había llevado el martes a otra formación del mismo corte, Judaísmo Unido por la Torá, a abandonar tanto el Gabinete ministerial como la coalición de Netanyahu. En un intento de tender puentes y cerrar filas entre los que le apoyan, Netanyahu visitó ese mismo día la Brigada Hasmonea del ejército, integrada por soldados de perfil religioso. “Entran como jaredíes y salen como jaredíes”, dijo el mandatario en un comunicado. El jefe del Gobierno israelí intentaba así demostrar que se puede vestir el uniforme sin romper los valores de las sagradas escrituras. Pero eso no impidió el portazo al día siguiente del Shas.

En lo que se interpreta como una nueva pirueta para sobrevivir políticamente, Netanyahu va a jugar la carta del receso en el Parlamento, que cierra por vacaciones tres meses, desde finales de este mes de julio hasta octubre. Eso, según analistas locales, le dará tiempo para tratar de sanar las heridas internas y llegar a un acuerdo que satisfaga a los líderes religiosos. De esa forma, evitaría que estos acaben forzando la disolución de la Cámara y la convocatoria de elecciones anticipadas. Ahora mismo, según las encuestas, el bloque opositor sacaría más escaños que el que apoya al mandatario israelí.

Mientras, los halcones del Ejecutivo siguen presionando para que el jefe del Gobierno no acepte un alto el fuego en Gaza, donde los muertos por ataques israelíes superan los 58.000, incluso si esa sería la forma de traer de vuelta a los rehenes. En medio del oleaje, el líder opositor Yair Lapid ha calificado de “ilegítimo” al Gobierno.

Los críticos de Netanyahu sostienen que ha utilizado la guerra como constante recurso para mantenerse en la poltrona del poder. Esa es, de acuerdo con esta visión, la estrategia adoptada por el primer ministro, especialmente desde que envió a sus tropas a Gaza en octubre de 2023 para responder a la matanza de 1.200 personas en Israel liderada por Hamás.

Sus apuros políticos y judiciales, incluido en la esfera internacional —como la orden de detención por presuntos crímenes de guerra emitida por el Tribunal Penal Internacional de La Haya— suelen ir acompañados de huidas hacia adelante en forma de ofensivas bélicas. “El Gobierno de la sangre”, lo califica este jueves el analista Yossi Verter en el diario Haaretz.

El último ejemplo tiene lugar estos días con el recrudecimiento de la guerra contra Siria so pretexto de proteger a los drusos de ese país. También sobre Líbano, donde Netanyahu busca el desarme de Hezbolá. El miércoles, el mismo día que la formación Shas salía del Gabinete ministerial, la aviación israelí bombardeó el Ministerio de Defensa y los alrededores del palacio presidencial en Damasco.

El primer ministro se encontraba en una situación similar cuando, por sorpresa, lanzó la ofensiva sobre Irán en la madrugada del pasado 13 de junio. El hachazo en forma de bombardeos al programa nuclear, al sistema de misiles y las decenas de asesinatos de mandos de las Fuerzas de Seguridad y de científicos del programa atómico hicieron que Netanyahu subiera en las encuestas. El 24 de junio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, obligó a ambas partes a aceptar un alto el fuego tras 12 días de ataques. Con estos antecedentes, no pocos se preguntaban cuándo el mandatario israelí iba a calentar de nuevo alguno de los frentes que mantiene abiertos en Oriente Próximo.

Con la ofensiva en Gaza pisando todavía el acelerador y decenas de palestinos muertos cada día, la presión militar es importante porque Israel está obligado a mantener movilizados a un gran número de efectivos, con un goteo incesante de muertos en combate y con la contienda camino ya de cumplir dos años. Ese es el principal argumento de los que acusan de insolidarios a los ultraortodoxos, que representan en torno al 15% de los 10 millones de habitantes de Israel. Ellos se ven como un ejército en la retaguardia que reza por los que luchan en el frente.

El optimismo en torno a un posible alto el fuego en la Franja se ha ido evaporando tras un viaje a Estados Unidos de Netanyahu en el que no se cumplieron las expectativas de anunciar en Washington el acuerdo de tregua y unas negociaciones indirectas de Israel con Hamás en Doha (Qatar) sin resultados positivos. El primer ministro sigue sin priorizar el acuerdo para liberar al medio centenar de rehenes, ya casi todos dados por muertos, que quedan en el enclave palestino, y sigue apostando por la apisonadora militar.

En ese sentido, vive permanentemente presionado por el ala más radical de su Gobierno. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, y el de Finanzas, Bezalel Smotrich, se niegan a ese pacto de alto el fuego con el grupo islamista que incluya traer de vuelta a los secuestrados a cambio de presos palestinos. Las presiones diarias de las familias de los cautivos, que llegaron a ser recibidas en Washington por Netanyahu, no surten efecto.

Esas presiones no parecen ajenas a la decisión de elevar el grado de los bombardeos en Siria, un país que no ha atacado al Estado judío, pero en cuyo territorio el ejército israelí ha extendido su ocupación desde la caída del régimen de Bachar al Asad el pasado diciembre so pretexto de luchar contra el terrorismo.

Siria no solo no ha atacado a Israel. Tampoco el nuevo régimen que encabeza de manera interina el exyihadista Ahmed al Shara ha lanzado amenazas contra el Gobierno de Netanyahu. Eso no impide que algunos ministros israelíes hayan pedido abiertamente y en público que el islamista Al Shara sea “eliminado”. Con la excusa ahora de proteger a los drusos sirios, el primer ministro ha bombardeado esta semana Damasco y Sueida, en un claro ejemplo de injerencia en los asuntos internos de un país vecino. La guerra se insinúa, de nuevo, como salvavidas político de Benjamín Netanyahu.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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