Percebeiras, conserveiras, regateiras: un tributo a las trabajadoras del rural gallego (con guiños a Maruja Mallo)
La artista Mar Caldas retrata en sus fotografías a las mujeres que trabajaron y trabajan vendiendo pescado, cultivando huertos, reparando redes o envasando conservas en los pueblos de Galicia

Cuando Mar Caldas, profesora de Bellas Artes y artista viguesa, recibió la invitación para trabajar con el Museo Massó, instalado en las naves de la antigua conservera Massó Hermanos en la localidad de Bueu, vio la oportunidad de profundizar en un tema que llevaba tiempo investigando: el escaso reconocimiento del trabajo de las mujeres en el espacio público. Quiso centrarse, sobre todo, en el rural, donde el trabajo femenino está aún más invisibilizado. “Hemos visto fotografías de mujeres en fábricas, de ese trabajo más urbano, pero en el caso del rural, hay que remontarse casi a principios del siglo XX para encontrar artistas que lo hayan tratado”, explica.
Bueu es un pueblo marinero ubicado en la ría de Pontevedra, “donde las mujeres tienen muchísima presencia en la economía. Son mujeres fuertes, muy trabajadoras, y enseguida vi cómo contrastaba eso con la poca presencia que había de ellas en las calles”. Así inició el proyecto Facedoras de Bueu, una serie fotográfica que “rememora el patrimonio laboral femenino de Bueu, estrechamente vinculado al mar” y homenajea a todas esas “mujeres trabajadoras, obreras o dueñas de su propio negocio” que forman parte del pasado y el presente de este municipio, siendo la memoria viva de todos los cambios socioeconómicos y tecnológicos que ha atravesado.
Aunque no fue algo buscado, sino una mera casualidad, la abuela paterna de Mar era de Bueu, y su abuela materna se dedicó a vender pescado después de la Guerra Civil, en la que fusilaron a su marido. “Mi abuela no tenía una preparación, no sabía escribir y no podía acceder a trabajos más cualificados ni a aquellos que tuvieran que ver con el Estado, ya que estaban vetados para las viudas de republicanos”. Además, cuenta Mar, su abuela pudo trabajar vendiendo pescado porque le fiaban el género y le permitían pagarlo al final del día, después de la venta, algo esencial para una mujer que lidiaba con una enorme precariedad. En Bueu, a esas vendedoras de pescado se las conoce como regateiras. “Le decían regate a la venta del pescado y regateiras a las mujeres que lo vendían en la calle con su patela (cesta) en el suelo”.

Puede que las regateiras de Mar Caldas recuerden a las de otra artista, concretamente Maruja Mallo —de la que acaba de inaugurarse una exposición retrospectiva en el Museo Reina Sofía—, y eso no es ninguna casualidad: Mar se inspiró en ella para crear algunas de sus fotografías y Maruja hizo los bocetos de la serie La religión del trabajo en Bueu, en el verano de 1936. Fue el último verano que la artista pasó en España antes de exiliarse cuando estalló la guerra. Con esos apuntes que tomó de las mujeres de Bueu realizaría, poco después, sus famosísimas pinturas. La serie está totalmente protagonizada por trabajadoras del campo y el mar, “esas mujeres musculadas, con mucha presencia, muy dueñas de sí que Maruja Mallo solía retratar”, cuenta Mar. Ambas artistas comparten el interés por el mundo del trabajo y Mar cree que “en las mujeres de Bueu, Maruja vio esa fortaleza y dignificación que tanto le fascinaban”.

Además, como explica Caldas en su propia web, la célebre fotografía de Maruja Mallo cubierta de algas, que fue tomada en una playa de Chile, “evoca a su vez la imagen de las mujeres transportando algas en la cabeza y la de los pescadores cargando con las redes, imágenes frecuentes en los pueblos marineros de Galicia y que la artista tuvo ocasión de observar durante su estancia en Bueu”. Por eso, Mar también quiso homenajear esta imagen de Maruja Mallo recreándola en una de sus fotografías.
El de las vendedoras de pescado no ha sido el único trabajo feminizado en esta región. “En Bueu, por ejemplo, las subasteras más conocidas eran mujeres. Y lo mismo en todo lo que tiene que ver con el procesamiento del pescado, con las conservas, que ha sido siempre una tarea de mujeres. Estos trabajos considerados menores y que exigen más dedicación y minuciosidad, son históricamente femeninos. Pero también temporales y muy mal pagados. Se las llamaba cuando había necesidad porque entraba una cierta cantidad de pescado y a cualquier hora tenían que acudir a las fábricas, frente a los hombres, que trabajaban de forma más estable, contratados y con sueldos más altos”.
Las conserveiras que Mar retrata ya están jubiladas, aunque eso no significa que hayan dejado de trabajar. “En las mujeres del rural están muy presentes las dobles, triples y cuádruples jornadas, porque muchas de ellas, aparte de trabajar fuera de casa, lo hacen también en el campo y luego, claro, están los cuidados. Cuidan a toda la familia, tanto la propia como la del marido. Sobre ellas recae muchísimo trabajo”.
Algunas de las labores que Mar homenajea en sus fotografías están casi en extinción. Ese es el caso de las redeiras o atadeiras, como se las conoce en Bueu y en la península del Morrazo. “Muchos de estos trabajos, que ya de por sí eran precarios, se vieron muy afectados por el desarrollo tecnológico. La de las redeiras es una profesión que fue a menos por la invención del nylon. Ya no hace falta remendar tantas redes, porque quedan muy poquitas de hilo, así que muchas de ellas se pasan a la artesanía o trabajan en varios pueblos, en lugar de solo en uno”.

Algo similar ocurre con las argaceiras, que recogían argazo —esas algas de color pardo que llegan a la orilla y se enredan en las rocas— y luego lo vendían como abono para el campo. “El de recolectora de algas es un oficio que aquí era muy tradicional y que está en extinción, un trabajo muy duro. La argaceira que yo fotografié hoy vende las algas que recoge a la industria cosmética, porque ya nadie las utiliza en el campo”. Subida a su moto y mirando decidida a cámara, la mujer que retrató Mar en la continuación de su proyecto Facedoras, esta vez en la zona del Baixo Miño, tiene más de 80 años y, cuando hizo la foto en 2020, todavía estaba en activo. “Es una imagen que le encanta a todo el mundo, pero cuando se la llevé a su casa, me dijo ‘la voy a esconder, porque como vean mis hijos que aún sigo trabajando en esto a mi edad, me matan’”.

Pero Facedoras recoge también oficios que siguen muy vivos: vendimiadoras, agricultoras, vendedoras de fruta, limpiadoras, camareras de hotel, cocineras —de las que Mar recalca lo paradójico que resulta que, cuando una profesión se valoriza, se masculiniza— o percebeiras. “En la zona de La Guardia, los percebes están en roca baja y es más un trabajo de recolección, aunque también hay que tener mucho cuidado porque puedes resbalar o que venga una ola y te lleve. Se parece al trabajo en el campo y, por eso, es un trabajo muy feminizado”. Si pensamos en esa labor de recolección en el mar, también se nos vienen a la cabeza las mariscadoras que, de nuevo, casi siempre son mujeres, según Mar porque “ese trabajo de agachar el hombro, de curvarse, es un gesto siempre femenino”.

Después de trabajar en Bueu, más vinculado al mar, y en el Baixo Miño, donde se centró también en las labores del campo, ahora Mar está haciendo una nueva serie de fotografías en Lugo para retratar a las mujeres que trabajan con los animales. La teatralidad de sus retratos tiene algo de monumental, porque estas imágenes son, ante todo, un reconocimiento a los oficios de sus protagonistas. “No busco hacer una fotografía documental, pero siempre las sitúo en el espacio público, porque me interesan el paisaje y el territorio que se vincula al trabajo que realizan. Y también porque, en el espacio público, nunca vemos este tipo de reconocimientos”. Mientras posan, todas ellas se convierten en monumentos efímeros y, gracias a las fotografías de Mar Caldas, quedan registrados para siempre. Para que no olvidemos que aquellos trabajos que no vemos o que apenas valoramos, son los que sostienen buena parte del mundo.
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