Ibéricos, champán y huevos fritos con pimentón a buen precio al borde de la A-6: así es Casa Lola
El enclave donde confluyen parroquianos locales, forasteros y expertos en vino con hambre de generosos bocadillos de jamón ibérico y ganas de beber bien

Al filo de la autovía del Noroeste que comunica Madrid con Galicia, a escasos metros de la salida 170 que apunta al sur de Rueda, se encuentra un acogedor bar familiar llamado Casa Lola (Santísimo Cristo, 128, Rueda, Valladolid). Desde fuera nada llama demasiado la atención: paredes de ladrillo y detalles de acero corten. Al cruzar el umbral, una entrada abarrotada de productos artesanales y gourmet da la bienvenida. Clásicos como las (casi) centenarias Moscovitas; las patatas Bonilla a la vista —las mismas que hicieron un cameo en la película Parásitos y el año pasado las recomendó Oprah Winfrey— y un sinfín de botes que encierran melocotones, espárragos y otros vegetales que aguardan pacientes su momento. Pero basta con levantar la vista para darse cuenta de que este lugar no es solo un bar de paso. No es un bar de vinos, ni una cafetería, ni un restaurante, pero es todo eso a la vez.

En realidad, la historia de Casa Lola arranca en otra barra: la de El Leonés, llamado así porque lo abrió un paisano de León hace 75 años. En el año 1990 fue Lola (María Dolores Herranz García) quien se quedó con la taberna para empezar a trabajar con una oferta que buscaba desmarcarse un poco de lo que había en el pueblo. Apostaron por los ibéricos y, sobre todo, el jamón cortado a mano. Productos de alta calidad que no necesitan demasiada manipulación. Hace quince años cambiaron de localización y también de nombre, porque el boca a boca así lo quiso. Nadie decía “vamos al Leonés”, todos decían “vamos donde Lola”.

Bruno de la Hoz, el menor de los cuatro hijos de Lola que ahora gestionan este negocio, estudió sumillería y llegó a ser nombrado mejor sumiller de Castilla y León en 2013. Ahora selecciona con rigor y dirige la parte líquida de la casa. “Trabajamos con más de setecientas marcas diferentes de vino”, comenta el sumiller. El piso inferior esconde en vitrinas una inesperada colección de champanes. “Al principio nos costó un poco más, pero ahora hay mucho cliente de Valladolid que viene a tomarse una copa de champán. Tenemos más de treinta referencias”, responde De la Hoz cuando se le pregunta por la venta de estos espumosos en un pueblo con denominación de origen propia como Rueda. “Soy muy aficionado y tenía muchas botellas que he ido sacando. Así nos hemos hecho un poco referencia en la zona, aunque el 90% de la clientela es de Madrid”, añade. Como no podría ser de otra manera en una localidad como ésta, la familia también cultiva viñedo y elaboran su propio vino: Botón de Gallo. Lo producen en la cercana bodega La Seca y se distribuye sobre todo para hostelería.

Las botellas decoran hasta el último rincón. Como si de una biblioteca líquida se tratase, cientos de ellas recorren todas las paredes hasta llegar a la pequeña barra donde se arremolinan los que acuden a aliviar el hambre y la sed. Su carta es escueta, pero concisa. Ibéricos y algunas conservas de alta calidad que se rematan con un toque personal. El plato estrella de la casa lo componen dos huevos fritos de corral salpicados de pimentón que acompañan con jamón ibérico (14,50 euros). Todo el embutido es de Guijuelo (Salamanca) y se sirve en bocadillos, montados, minis —lo que se conoce como pulgas en otras latitudes— y por raciones que oscilan entre los 3,60 y los 20 euros, según el producto. Aunque trabajan con diferentes marcas referentes de jamón, su deliciosa cecina de León, siempre aliñada con aceite de oliva y una pizca de pimienta, merece también un momento a solas.

Rueda tiene un clima de contrastes, algo que han sabido leer bien Casa Lola. Por eso, su carta abre ofreciendo como entrantes “en invierno caldo casero de verduras y carne” (4,40 euros) y “gazpacho con jamón y pan feo” (4,60 euros) para aliviar los calores veraniegos. Las conservas de verduras —siempre con un guiño ibérico— y las ensaladas de perdiz escabechada (15 euros) o pimientos con ventresca (17,30 euros) completan la propuesta.

Para quienes deciden quedarse más tiempo, Casa Lola también da alojamiento. Cuentan con algunas habitaciones modestas, pensadas para dormir entre viñedos que suelen ocuparse más entre semana, cuando los profesionales del vino se acercan a Rueda a visitar bodegas o cerrar acuerdos. “Aquí aún nos queda mucho por hacer en esto del enoturismo”, reconoce Bruno. “No es como en Rioja o el Penedès. Estamos empezando a darle vida con la ruta del vino, pero queda recorrido”.
Casa Lola no tiene grandes pretensiones. Su virtud está en lo aparentemente sencillo, sin complejos. Un lugar donde todo parece en su sitio. Donde, al terminar el bocadillo o copa de vino, uno piensa que quizás debería parar más a menudo.
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