Sexo sobrio o el reto de muchos al enfrentarse a una relación sexual sin sustancias para animarse
Hay quien recurre al alcohol para perder los nervios o a un porro para amplificar sensaciones a la hora irse a la cama con alguien. Pero acostumbrarse a ello conlleva riesgos que se deben tener en cuenta


Es muy probable que las primeras veces que los jóvenes tienen relaciones sexuales echen mano del alcohol para desinhibirse y perder los nervios. Para algunos, se trata de una ayuda extra para sentirse más seguro y atreverse a más, lo que los ingleses llamaron dutch courage (coraje holandés), y que hace referencia a la valentía que proporciona el licor. También hay parejas de larga duración que empiezan a adoptar la costumbre de fumarse un porro antes de hacer el amor. “Se siente más”, dicen algunas. Es probable también que el usuario de Tinder y demás aplicaciones de citas, o cualquiera que se encuentre en la fase de sexo esporádico, eche mano de bebidas para suplir la falta de confianza y autoestima, no tanto para satisfacer al otro, sino para darle una palmadita a su propio ego. O personas maduras de ambos sexos, sin pareja o divorciados, que tras un largo periodo de celibato involuntario precisarán de alguna ayuda, entre ellas la de la viagra, cuando decidan volver a la acción.
¿Tan poco creemos en nosotros mismos y en nuestras habilidades amatorias para tener que recurrir, en muchos casos, a la ayuda de elixires? ¿O es que desconocemos que nuestro cuerpo es un laboratorio legal de opiáceos, que se pone en marcha cuando nos excitamos y sentimos deseo para ayudarnos a ejecutar la faena y experimentar placer? “Hay mucha inseguridad en torno al sexo, y el alcohol o las drogas rebajan esa ansiedad, ese miedo; y no solo durante la relación sexual sino antes de ella, cuando se está ligando o seduciendo al otro”, apunta Bárbara Montes Saiz, especialista en sexología clínica y terapia de pareja, además de directora de marketing y comunicación de la tienda erótica Diversual. “La mayoría vería inviable tener una cita con alguien y no tomarse unas copas, porque el alcohol te hace parecer más divertido, sociable, seguro de ti mismo. Pero en cantidades más elevadas es un depresor del sistema nervioso central y puede retrasar el orgasmo, impedir una correcta lubricación y afectar a la erección”, advierte.
La ecuación alcohol o sustancias + sexo = más placer está ya tan inculcada en la psique que es difícil eliminarla. De hecho, en la mayoría de los casos no se percibe ni como un problema ni como una conducta adictiva, sino como un ritual incluido ya en los preliminares. Según Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga clínica y terapeuta del Centro Máxima, en Barcelona, “la gente busca desinhibirse, dejarse llevar; característica esencial para experimentar el placer. En esto podría ayudar el alcohol, pero en pequeñas dosis, ya que si se nos va la mano afectará a la respuesta sexual negativamente”.
Además, la experta señala también que muchos buscan amplificar las sensaciones y para eso recurren a la marihuana, que proporciona percepciones distintas. “Es cierto que muchas mujeres te dicen que las veces que han desconectado y tenido mejores orgasmos han sido cuando llevaban un puntillo. Pero hay que tener cuidado, porque abusar de estas sustancias puede hacer que el sexo normal, sin esas sensaciones amplificadas, pueda llegar a perecernos algo descafeinado, soso, sin interés ni calidad. Y, sobre todo, nos impiden sentirnos a nosotros mismos, porque en el fondo nos da miedo sentirnos”, sostiene la también directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, miembro de la Academia Internacional de Sexología Médica y presidenta de honor de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS).

Cuanta menos confianza hay con el partenaire, más fácil será recurrir a la química, en vez de a la física, para romper el hielo. Sin embargo, esto puede traer sus consecuencias, porque, como señala Molero, cuando dos personas consumen cada uno va por su lado. “Puede que algunas veces coincidan y se produzca ese acercamiento; pero también puede que ocurra lo contrario, incluso que las intenciones eróticas del primer momento se esfumen y se derive hacia la introspección. Por no hablar de que el consentimiento desaparece, es mucho más fácil que se lleven a cabo prácticas de riesgo, a la hora de contraer una ITS, o incluso dolorosas, ya que en este estado el cuerpo percibe menos la sensación de dolor”.
El culmen de la relación entre sexo y drogas está en el chemsex. En este maratón de sexo, que evidentemente necesita de determinadas sustancias, la motivación, según Ana Koerting, psicóloga, sexóloga y especialista en chemsex, está en la búsqueda de desinhibición y placer. “Buscan obtener mayor resistencia física en las relaciones sexuales, sentir mayor confianza, superar el miedo al rechazo y a la vergüenza en el contexto sexual, facilitar prácticas que de otro modo podrían resultar dolorosas, conectarse a otras personas y sentirse parte de una comunidad, como estrategia de afrontamiento para lidiar con el malestar o con problemas de la vida cotidiana”, apunta. Sin embargo, más allá de una experiencia puntual, es fácil que el chemsex se convierta en un hábito peligroso. “Además del alto riesgo para la adquisición y transmisión de infecciones de transmisión sexual, el consumo problemático de sustancias crea adicción, impactos sobre la salud mental, deterioro físico, hipersexualización del ocio, reducción del rendimiento laboral o el académico y deterioro de las relaciones sociales”, continúa Koerting.
Probar el sexo natural, sin aditivos
Cuando el chemsex pasa a ser un hábito, algunas personas empiezan a sentir que pierden el control y que el placer inicial se transforma en sufrimiento y dependencia. “A partir de ahí, el paso más importante es pedir ayuda profesional”, subraya Koerting. “Dado que el chemsex afecta a múltiples aspectos de la vida, el abordaje interdisciplinar es clave: profesionales de la psicología, sexología, medicina y entidades comunitarias deben coordinarse para ofrecer un apoyo integral. Con el tiempo y el trabajo terapéutico se recupera la autoestima y se buscan formas de ocio y conexiones más sanas, que permiten recuperar el control y reconstruir vidas sin depender del consumo”, subraya.

Sin llegar a los extremos del chemsex, a la consulta de Francisca Molero llegan personas preocupadas por la necesidad de tener que echar mano de algún catalizador para sentirse seguras ante la perspectiva de una relación sexual. “Generalmente, son personas con baja autoestima, poca tolerancia a la frustración, con autoexigencia y la necesidad de controlar al máximo. Con estas características, un contexto de intimidad les crea ansiedad anticipatoria, lo que puede influir en la respuesta sexual. Por lo tanto, para calmarse recurren al alcohol o a otras sustancias”, señala la sexóloga.
En materia de sexualidad deberíamos imitar a las nuevas corrientes gastronómicas, que proponen volver a los sabores originales, con pocos aditivos y preparaciones sencillas sobre buenos productos. Olvidar las salsas, los aderezos, los potenciadores del sabor y el more taste, con el que se anuncian los ultraprocesados. Molero propone “una terapia de desensibilización, muy focalizada en las sensaciones. Exponer a la persona a diferentes estímulos para que reconozca los más excitantes para ella. Volver a contactar con el cuerpo, a redescubrirlo sin necesidad de aditivos”.
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