El verdadero poder de las caricias frente al auge de las relaciones sexuales robotizadas y utilitaristas
Estos mensajes codificados de intimidad no solo potencian las relaciones sexuales y el placer, sino que establecen una sutil y profunda comunicación con uno mismo y con el otro. Pero no todo el mundo está dispuesto a abrirse y mostrarse vulnerable


Las piezas del puzzle de una buena relación sexual son siempre las caricias, porque son las que desatan o aumentan el deseo, al mismo tiempo que crean complicidad y un vínculo. Son una danza silenciosa de pasión, ternura, erotismo, sexualidad, afecto y conexión que trasciende las limitaciones del lenguaje hablado. Cada caricia es un mensaje codificado de intimidad más allá de las palabras, que no siempre son suficientes para transmitir la profundidad de los sentimientos. Estos gestos hablan por sí solos y no solo estimulan el cuerpo, sino también el alma.
No hay que creer que las caricias son cosa menor, simples muestras de afecto. Hay todo un vasto territorio por descubrir respecto a la relación entre la piel, que nos aísla del mundo y nos conecta con él, y el sistema nervioso, las sensaciones, las emociones y, en definitiva, la manera personal de percibir e interpretar las señales que llegan del exterior.
Investigadores de las universidades de Gotemburgo (Suecia) y Carolina del Norte (EE UU), junto a personal de la empresa Unilever, realizaron un estudio que tenía como objetivo descubrir los mecanismos del placer en el ser humano y que publicó la revista Nature Neuroscience en 2002. Para ello examinaron cómo las personas respondían a caricias sobre la piel del antebrazo a diferentes velocidades e identificaron a las fibras nerviosas, llamadas C-táctiles, que las registran y que solo están presentes en la piel con vellosidades.

En el estudio se descubrió que estas fibras nerviosas solo se activan cuando la caricia se produce a una velocidad y en un espacio determinados. Concretamente, entre cuatro y cinco centímetros por segundo. Si la caricia se hace más deprisa o más despacio, el tejido no la registra. Esto parece estar “diseñado a propósito”, explicaba el profesor Francis McGlone, que representaba a la empresa en el estudio. “Creemos que puede ser la manera en que la madre naturaleza se asegura que no se envíen mensajes cruzados al cerebro como cuando la mano se utiliza como una herramienta funcional”, expresó. También recalcó que la velocidad con la que las caricias del antebrazo son placenteras es la misma que utiliza una madre para consolar a su bebé o la que las parejas usan para demostrar afecto.
“Si el órgano sexual, por excelencia, es el cerebro; el sensual y más extenso es la piel”, cuenta Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga clínica y terapeuta del centro Máxima, en Barcelona. “El estudio anterior es la demostración empírica de que lo más importante en una caricia es la intención con la que se hace y que esa intención que tiene el emisor llega siempre al receptor. Eso es patente en los masajes eróticos, en la focalización sensorial que los sexólogos prescribimos a nuestros pacientes y en todo lo relacionado con el sentido del tacto”, explica la también directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, miembro de la Academia Internacional de Sexología Médica (AISM) y presidenta de honor de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS).

Las caricias no se quedan solo en meras señales, son una terapia que libera oxitocina (conocida popularmente como la “hormona del amor”), refuerza los vínculos de confianza, reduce el estrés, hace que respiremos más despacio, baja las pulsaciones y la presión sanguínea, y libera endorfinas, que reducen el dolor y el malestar. Visto así parece algo a lo que nadie podría resistirse, pero las caricias no siempre abundan en las relaciones sexuales (como el porno se encarga de mostrar), y no todos son capaces de aceptarlas porque, en ocasiones, la mente censura lo que el cuerpo más necesita.
La dificultad de aceptar caricias
Como explica Bárbara Montes Saiz, especialista en sexología clínica y terapia de pareja: “Algunas personas pueden reprimir las ganas de acariciar o tocar al otro porque todavía existe la idea de que si empiezas este juego tienes que llegar hasta el final [el coito] y, si se ha decidido por cualquier razón que hoy no toca, creen que es mejor no echar leña al fuego”. La también directora de marketing y comunicación de la tienda de erótica online Diversual añade: “En mi consulta, muchas veces propongo el ejercicio de acariciar el cuerpo de la pareja sin llegar más lejos. Simplemente por el placer de tocar y ser tocado. Erotizar sin expectativas de ningún tipo, porque el deseo surge cuando no estás esperando nada”.
Las caricias sin ánimo de lucro, sin perseguir la rentabilidad, son, según Gloria Arancibia Clavel, psicóloga y sexóloga con consulta en Madrid, “una excelente manera de erotizar el día a día, de trabajar el deseo y la sensualidad, que son la base de la sexualidad. Porque si no trabajamos la erótica, luego es más difícil pasar de cero a cien. Si estamos abiertos a la sensualidad, la práctica sexual será más intensa y placentera. Por eso no debemos renunciar a los besos, a los gestos de cariño, a las caricias porque son preliminares (aunque no me gusta mucho usar esa palabra) que podemos hacer durante el día y en público”.

Otro ejemplo de caricias desinteresadas son las que se hacen justo después de la relación sexual: “Son fundamentales para consolidar la relación, afianzar la confianza, crear intimidad y abrirse al otro. En este punto hay que aclarar que la tendencia al sueño, generalmente en los hombres, es algo fisiológico, producto de la relajación, que no hay que interpretar necesariamente como falta de interés”, apunta Molero.
Para algunas personas abandonarse al placer de las caricias puede ser algo cursi, y si se está en una relación ni definida ni estable, como puede ser una situationship o follamigos (nótese que se llaman ‘amigos con derecho a roce’, no con derecho a caricias), profundizar o tomarse la libertad de ser más cariñoso puede llegar a ser inconveniente o malinterpretado por el otro.
Abrirse al lenguaje del amor
Las caricias son, como cuenta Montes, uno de los cinco lenguajes del amor. “Es la forma de comunicación más sencilla y directa para decirle a alguien que lo queremos”. Pero la experiencia piel con piel también desencadena cambios en la manera en que nuestro cuerpo segrega hormonas, especialmente aquellas ligadas a la satisfacción, la relajación y la confianza en el otro.

Desgraciadamente, no siempre hay tiempo para el tacto con intención. En muchos casos, la aceleración de la vida ha robotizado no solo las relaciones, sino también las manos, que se han convertido en pinzas o interruptores con el único objetivo de accionar las teclas indicadas para llegar más rápido al éxtasis. Las caricias pueden haber quedado en la nostalgia, pueden incluso suponer un reto o algo intimidante, porque una verdadera conecta con la intimidad y vulnerabilidad, y no todo el mundo está dispuesto a desnudarse emocionalmente. Ni siquiera con uno mismo. ¿Cuántos se recrean con las caricias durante la masturbación y cuántos van directos al grano?
No hay que olvidar que el cuerpo es muy agradecido y cualquier cosa que hagamos a su favor la aprovechará al máximo en nuestro beneficio. Las caricias mejoran la consciencia corporal, propia y ajena, lo que es muy útil para vivir el placer de manera más presente y precisa, recreándose en las sensaciones, sintiéndose más seguro en la propia piel y, por lo tanto, abandonándose durante el encuentro con el otro. En el caso de los hombres, son bastante eróticas las caricias en el cuello, tórax, estómago y zona lumbar porque se despierta en estos lugares una sensualidad que magnetiza el cuerpo entero. Para ellas lo más indicado son las caricias de la periferia hacia dentro.

La tendencia sexual conocida como cuddlegasm —la experiencia de placer y bienestar a través de abrazos y caricias, especialmente al inicio de una relación o encuentro íntimo— puede ser interpretada como una necesidad de reivindicar la importancia del contacto físico en las relaciones íntimas, para fortalecer la conexión emocional y la intimidad. Como subraya Montes: “En este momento de relaciones tan rápidas y líquidas, las caricias son una forma de resistencia, un ancla a nuestra dimensión corporal y una manera de estar presentes y volver a reconectarnos”.
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