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bocata de calamares
Columna
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Explotación y guarreo: ¿Por qué consumimos tan mal?

Los efectos sociales de empresas como Glovo, recientemente condenada por sus condiciones laborales, Airbnb, Amazon, etcétera, son sobradamente conocidos. Sin embargo, seguimos utilizándolas ¿Por qué?

Un rider de Glovo en Madrid, el 2 de diciembre de 2024.
Sergio C. Fanjul

Yo tengo algunos amigos muy informados, gente al loro, que cuando necesitan algo dicen:

- Vamos a pedir un glovo.

Se me hace raro porque, aunque todos consumimos mal y es imposible vivir sin mancharse las manos, la malignidad laboral de Glovo es muy notoria.

La empresa de reparto ha sido reiteradamente condenada por precarizar a sus trabajadores. Hubo un momento en el que el ministerio de Trabajo tuvo que amenazar con tomar medidas, porque Glovo se pasaba la nueva legislación por el Arco de Triunfo. Hace solo unos días ha sido condenada por la situación de 3.572 falsos autónomos. Ya anunciaron hace tiempo que van a cambiar su modelo laboral. La mala prensa, sin embargo, no parece hacer mella. Una vez llamé a la empresa para interesarme por su imagen de marca y me mostraron amablemente, a través rankings y datos, que era muy buena. Que molaba.

Sigo viendo a los repartidores por ahí, las almas tristes del precariado, con su reconocible cubo amarillo chillón. A veces repartiendo a través de la red de metro (como presagió la película Barrio, de Fernando León de Aranoa, hace casi 30 años, en lo que parecía un delirio), el otro día esperando en la cola del hambre de una parroquia de Malasaña (los trabajadores pobres: Glovo da de comer a los clientes pero no tanto a los currantes) y siempre de un lado a otro sobre su bicicleta, siguiendo sin aliento lo que dicta el móvil: las rutas del deseo de los otros. Hay quien lo pinta como un curro aventurero y romántico. Pero un día se van a matar. Alguno se ha matado.

A los artífices de Glovo hay quien les considera unos genios del emprendimiento, pero no debe ser tan difícil, digo yo, obtener beneficio cuando explotas a la gente.

Una 'rider' de Glovo frente a un supermercado express de la compañía en Barcelona, el 25 de junio de 2025.

Y sigo teniendo algunos amigos (gente formada, informada, genial y todo eso) diciendo:

- Vamos a pedir un glovo.

Claro, qué les dices...

Es más: (casi) todo el mundo sabe que los pisos turísticos de AirbnB tensan los precios inmobiliarios y destruyen la vida ciudadana, que las plataformas de vehículos VTC son criticadas por sus condiciones laborales, que la industria textil multinacional produce en países lejanos con legislaciones laxas que permiten apretar a los currantes y guarrear el medio ambiente o que Amazon tiene fuertes políticas antisindicales y mella el comercio tradicional y el tejido urbano. Son cosas que (casi) todo el mundo sabe… y sin embargo estas empresas siguen ahí, petándolo, porque nos ponen las cosas muy fáciles y ya tenemos bastante con lo nuestro.

Se nos dice que hoy la reputación corporativa importa más que nunca, que el consumidor está empoderado como un semidiós y que en el libre mercado votamos con nuestro consumo: comprando o no comprando podemos premiar o castigar el comportamiento de una empresa. ¿Es eficaz el consumo responsable para paliar los problemas que causa la actividad económica? ¿Por qué seguimos sosteniendo a quien causa esos problemas?

La cosa no es nueva: Marx describió el fetichismo de la mercancía, uno de sus conceptos estrella, como la tendencia a ver solamente las relaciones entre las cosas y permanecer ciego a las relaciones entre personas que hay detrás de esas cosas. Es decir: pedir a Glovo una smash burger de campeonato con Coca-Cola Zero y patatas clásicas sin darte cuenta de que detrás del paquete de papel grasiento hay un chaval migrante al que explotan miserablemente unos emprendedores de aspecto hipster.

Un piquete de trabajadores a las puertas de un almacén de Amazon en Industry (California), el 19 de diciembre de 2024.

Otro problema del consumir bien es que, aunque uno perciba el reverso tenebroso de la economía (y supere el fetichismo marxiano), resulta que casi todo lo que utilizamos proviene de ese reverso tenebroso y que lo que se produce como Dios manda es muy caro o muy difícil de conseguir. Por eso las clases populares comen cada vez más basura.

Así que nos dejamos llevar y compramos otra vez las camisetas básicas en las tiendas de la Gran Vía, porque tampoco tenemos tiempo para más, y por lo mismo hacemos la compra en el gran supermercado antes que en el mercado tradicional. ¡Tampoco importa tanto! Es otro más de los problemas de las cuestiones colectivas: nuestra contribución parece tan pequeña que nos da igual obrar bien, ir a votar o reciclar el plástico. ¡Qué más da que uno no lo haga! Solo somos una gota en el mar de la especie humana.

Yo creo que más que vernos como consumidores que moldeamos la realidad con nuestro consumo, debemos vernos como ciudadanos: además de practicar el consumo responsable, que es necesario y honorable (y limpia nuestra conciencia), hace falta acción política para perseguir a los que explotan a los trabajadores y destruyen el medio ambiente. Los cambios en Glovo no se lograron, desde luego, gracias a que los consumidores concienciados dejaran de pedir grasas y carbohidratos que deglutir en el sofá. Las bajas pasiones mandan en el capitalismo libidinal.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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