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EXTREMA DERECHA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La desfachatez con premio en el Parlament de Cataluña

La extrema derecha nos está acostumbrando a la vocinglería de taberna, a unas formas que hasta hace poco sólo se le escuchaban a alguna gente a partir del cuarto chupito

Migración en Cataluña
Manel Lucas Giralt

En la sesión de control de este miércoles, Sílvia Orriols ha acusado al gobierno de la Generalitat de financiar “el terrorismo islámico que atenta contra Israel”. El amparo de la inmunidad del Parlament tiene estas cosas, que en ocasiones permite soltar barbaridades con total desfachatez sin estar obligado a dar cuentas por ello. Aunque el president pusiera en duda si la líder ultra había cruzado la línea de lo permisible –“alerta con la afirmación que hace en sede parlamentaria”-, la frase ha pasado sin más, porque la extrema derecha nos está acostumbrando a la vocinglería de taberna en cualquier escenario, a unas formas que hasta hace poco sólo se le escuchaban a alguna gente a partir del cuarto chupito. No quiero usar la manida parábola de la rana hirviente, aunque es la primera que se le viene a uno a la cabeza. Orriols se refería a la concesión de 800.000 euros de la Generalitat a la organización de la ONU para los refugiados de Palestina, la UNRWA. Para estos nuevos políticos con mensajes medievales, las Naciones Unidas ya no son una institución respetable ni respetada: claro, ¿a quién le interesa una asociación multilateral nacida tras la caída del nazismo para resolver pacíficamente los conflictos entre naciones?

Poco antes que la líder de Aliança Catalana, el jefe de filas de Vox, Ignacio Garriga, había afirmado que Illa y Pedro Sánchez “se dedican más a proteger los derechos de los delincuentes que los derechos de la gente honrada, de los catalanes y del conjunto de los españoles”. Sin matices, con un discurso de trazo grueso en el que lo que menos importa es el vínculo con la realidad, como si se estuviera escribiendo el guion de una serie policíaca de bajo presupuesto. Con la peculiaridad dramática de que se vende como documental.

Mientras se oía todo esto en el Parlament, la última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió confirmaba que estos dos partidos, Aliança Catalana y Vox, son los que más suben en intención de voto. La desfachatez y el griterío tienen premio. Sus mensajes son prácticamente intercambiables, toda vez que Orriols ha dejado de lado en los últimos tiempos sus reivindicaciones nacionales. Los expertos aseguran que AC es el partido independentista con menos porcentaje de votantes defensores de la estelada. El resto de partidos tienen una papeleta difícil: descartada ya la opción de ignorarlos –¡qué lejos quedan aquellas sesiones en que Pere Aragonès no miraba a la cara de Ignacio Garriga!-, Illa los ha confrontado desde el primer momento, aunque por lo visto en los sondeos, tampoco es necesariamente mano de santo: la ultraderecha se ha alimentado desde siempre del conflicto. Las denuncias por delitos de opinión los hacen mártires. Y en cuanto a la guerra de datos, también es de resultado incierto, porque la estadística es dúctil y tampoco nadie acude a comprobar los números que se han dado. Sólo queda demostrar que la política de la convivencia democrática es la que más ayuda a la vida diaria de la gente: ahí está el reto.

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