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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La tela de araña de Vox

Feijóo lo defendió como si fuera lo más natural del mundo: “¿Cómo lo ilegal va a tener derechos?”, dijo ante un auditorio puesto en pie

Núñez Feijóo escucha a Santiago Abascal en el Congreso.
Milagros Pérez Oliva

¿Qué cree Vox que pasaría si España se quedara sin los 8 millones de inmigrantes que pretende expulsar? Está claro para todos, también para Vox, que esa medida, anunciada por su portavoz Rocío de Meer, es inaplicable. Lo es desde el punto de vista legal, porque las deportaciones masivas están prohibidas tanto en la legislación española como en la de la Unión Europea, y contraviene además los tratados internacionales de derechos humanos suscritos por España. Pero es también inaplicable desde el punto de vista material: prescindir de los trabajadores extranjeros paralizaría o dejaría al ralentí importantes sectores de la economía y la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados que se presta. ¿Cuál es pues el propósito de ese anuncio?

Aunque Santiago Abascal matizó que no han calculado el número de inmigrantes susceptibles de ser expulsados, las explicaciones que dio son aún peores, porque añaden un plus de arbitrariedad inquietante: deberán irse “todos los que hayan venido a delinquir. Todos los que pretendan imponer una religión extraña. Todos los que maltraten o menosprecien a las mujeres. Todos los que hayan venido a vivir del esfuerzo de los demás. Y todos los menas, porque los menores tienen que estar con sus padres”, escribió en su cuenta de X.

El verdadero propósito de Vox es lograr un efecto político a corto plazo. En primer lugar, fijar el marco de discusión, colonizar el debate público en torno a un tema polarizador que tense los ánimos y el debate. Busca sensibilizar a la población en torno a la presencia de extranjeros y generar una percepción negativa del fenómeno migratorio. Al vincular la inmigración con la criminalidad y la parasitación del sistema de bienestar, está creando un enemigo interior al que culpar de los problemas de inseguridad y de saturación de los servicios públicos. Y, en último término, busca consolidar un imaginario colectivo basado en la idea de invasión y de fortaleza asediada.

No es una idea original. En realidad, este discurso sigue los postulados xenófobos de la teoría del gran reemplazo que abandera la extrema derecha europea. Según esta teoría, la civilización cristiana occidental está amenazada por oleadas migratorias que tienen el propósito de suplantar a la población autóctona. “Tenemos derecho a sobrevivir como pueblo”, dijo De Meer al defender las deportaciones.

La radicalización del discurso de Vox tiene también otras derivadas. Proponer soluciones extremas como la expulsión masiva de extranjeros hará que cualquier otra medida que venga después de menor intensidad pueda parecer razonable y hasta aceptable. También pone en un brete a Alberto Núñez Feijóo. El PP acaba de asumir en su congreso nacional una parte de los postulados de Vox sobre inmigración. Por ejemplo, que el hecho de estar empadronado no sea suficiente para acceder a los servicios sociales. Feijóo lo defendió como si fuera lo más natural del mundo: “¿Cómo lo ilegal va a tener derechos?”, dijo ante un auditorio puesto en pie. El PP ha decidido endurecer su discurso sobre la inmigración para frenar la fuga de votos hacia Vox, pero al hacerlo legitima sus políticas y cae de lleno en su tela de araña porque cada vez que asuma una de sus propuestas, Vox reformulará las suyas hacia posiciones más extremas. En ese peligroso juego estamos. Y crece la inquietud entre los migrantes porque, visto lo que ocurre en EE UU con las deportaciones ordenadas por Donald Trump, todo se vuelve de repente dramáticamente posible.

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