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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona y las dudas de Esquerra

Desactivado el debate interno sobre si gobernar con Collboni, en ERC necesitan transmitir que son un partido ordenado después del temporal

El líder de ERC, Oriol Junqueras (der.), y su 'número dos', Elisenda Alamany (i), en una imagen de archivo.

En cuanto certificó que el noviazgo enfriado con Esquerra Republicana (ERC) derivaba en separación amistosa -el preacuerdo de gobierno de la primavera pasada fue un sofocón ya olvidado-, Jaume Collboni ordenó la casa sin el menor gesto de decepción. Devolvió los enseres a Elisenda Alamany, con quien acordó que se continuarían llamando, y puso distancia de por medio. Liberado de compromisos, el alcalde planificó el nuevo reparto de tareas en el Ayuntamiento de Barcelona con compañeros de partido dispuestos a arrimar el hombro. Collboni confía que la soledad del ejecutivo monocolor sea más soportable con Jordi Valls al frente de turismo y vivienda, hombre fuerte en Sant Jaume, posición que contrasta con la estrella decreciente de Maria Eugènia Gay.

Collboni pone rumbo a 2027 y, si hace falta, sellará un acuerdo con Junts per Catalunya para la reforma de la reserva del 30% de vivienda social. Los alcaldes aspiran a no perder elecciones, aunque en Barcelona ya sufrieron revolcones tanto Xavier Trias como Ada Colau, que se zarandearon en las citas de 2015 y 2023. Las certezas que pretenden proyectar los socialistas, aún con minoría de gobierno, contrastan con la incertidumbre que transmite ERC, siempre impredecible. Cuando Oriol Junqueras parecía tener controlado el partido, los críticos derrotaron a los oficialistas en la federación barcelonesa, triunfo que dinamitó cualquier opción de entente estable con Collboni. Aunque la misma dirección republicana ya no detectaba utilidad en compartir gobierno con el PSC a dos años de las elecciones, margen escaso para sacar jugo a la alianza. Desactivado el debate interno, a los de Junqueras les urge armar relato en Barcelona y decidir si se entregan a Alamany como candidata, plan que se transmitía más masticado hace un año.

El de la capital catalana es el principal dilema electoral de ERC. Mientras, se cuece el temor en las filas republicanas que la fortaleza del PSC en el área metropolitana, el ascenso de Aliança Catalana en ciudades de comarcas y la competencia siempre feroz de Carles Puigdemont puedan laminar la recuperación del partido en las municipales, primer examen de la nueva dirección.

Por el camino, ERC despista con volantazos. Cuesta adivinar si hay alguna pretensión de convivencia a medio plazo con Junts -¿Vale la diplomacia críptica de Junqueras o los martillazos de Gabriel Rufián en Madrid?-; no se sabe si el partido considera útil el aumento de la tasa turística, defendida en la capital y discutida en el resto del territorio; queda por concretar si hay posición actualizada sobre la ampliación del aeropuerto del Prat; y se percibe desinterés de la cúpula por reivindicar el legado de Pere Aragonès, al que Salvador Illa ha comprado la planificación del hub audiovisual o el texto de la ley de Memoria Democrática. Y por incomparecencia de ERC, es Collboni el que ondea la bandera de la regulación de los pisos turísticos, planteada por el ejecutivo de Aragonès y avalada por el Tribunal Constitucional. Dudas acumuladas para un partido que quiere parecer ordenado después del temporal. A Junqueras le queda mucho trabajo por hacer.

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