Tal como somos, pese al ‘procés’
Hay quien mantiene viva esa idea de un país escindido en dos posiciones irreconciliables, en dos bloques: existe una gran pereza a cambiar de registro


El procés, como todo episodio de polarización extrema, consistió en parte en un ejercicio de reducción radical de la opinión, y por ello del campo de la expresión política, a un esquema binario en el que sólo cabían dos posiciones: independentistas o unionistas (sic). O eras lo uno o lo otro, no era posible una tercera (o cuarta o incluso quinta) posición. Es más, a los que no acababan de encajar con ninguno de los dos campos preestablecidos se les llamó equidistantes, es decir, no tenían una posición específica, sino que se definían en función de la distancia respecto de las otras.
Así, el procés, entendido como un gran embudo reduccionista, dibujó un país partido por la mitad. A esa imagen construida contribuyeron los medios de comunicación, tanto los alineados con cada uno de los campos como aquellos que no tenían una posición coincidente con ellos pero que se vieron arrastrados a la lógica de la simplificación propia de la polarización (o estas con ellos o conmigo). Así, el ideal de los dos contendientes se materializó gracias a la dinámica simplificadora a la que pocos (casi ninguno) se pudieron resistir.
Y aun así yo sé de gente contraria del 1-O que, después de ver las cargas policiales, bajó al colegio de su barrio para estar al lado de sus vecinos. También conozco a quien, sin renunciar a su independentismo, después de participar en todas las manifestaciones que jalonaron los años del procés, votó convencidísimo a Illa en las elecciones al Parlament del año pasado. Sé de gente que, siendo contrario a la independencia, salió a golpear (con convencimiento) una cacerola después de oír el mensaje de Felipe VI el 3 de octubre. Incluso sé de alguien, independentista de toda la vida, que sentía vergüenza ajena (y lo decía) de cómo actuaban los dirigentes de su campo durante del procés. Incluso conozco a alguien que en 2015 votó ilusionado a la CUP de David Fernández y que, nueve años después, con la misma convicción, apoyó al PSC.
No sé si estos casos son muy significativos. No creo que mi entorno sea más raro que el de cualquiera. Lo que sí sé es que, más allá de los arquetipos definidos por la polarización, que existieron y aún (aunque menos) siguen existiendo, el paisaje humano catalán es más complejo y diverso de lo que dictaminaron los cánones del procés.
Y, a pesar de ello, a pesar de que hayamos convenido entre todos (o casi todos) que esa etapa ya pasó, hay quien mantiene viva esa idea de un país escindido en dos posiciones irreconciliables, en dos bloques. Hay algo de militancia en ello, incluso algo de intereses comerciales (el procés fue muchas cosas, también una oportunidad de negocio), pero sobre todo hay inercia, una gran pereza a cambiar de registro. Pero si queremos ver el país tal y como es, si queremos ser fieles a la realidad, debemos esforzarnos para hacer aflorar su diversidad, para descubrirnos tal como somos.
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