Del infierno del cayuco a la gloria de la pasarela
El senegalés Cheik Kane llegó a Marbella jugándose la vida desde Senegal y un fotógrafo que descubrió su potencial como modelo le ha cambiado la vida


Lo peor fueron las noches. La inquietud, el miedo, la total oscuridad. Las olas golpeando el cayuco y sus 120 ocupantes achicando agua para no irse a pique. El senegalés Cheik Kane recuerda que al séptimo día de viaje nadie sabía ya por qué había subido a aquel bote en Senegal con destino a España. La muerte acechaba. Había compañeros de viaje con visiones, otros vomitaban sangre, él enloquecía. “Aún me pregunto si aquello fue real, es como si hubiese vivido una película”, relata mientras vuelve a mirar un vídeo que grabó con su móvil durante el trayecto para convencerse de que estuvo allí. Cuatro años después suspira porque tampoco se cree lo que le está ocurriendo este verano, cuando su trayectoria como modelo profesional alza el vuelo mientras trabaja como relaciones públicas en Marbella (Málaga, 159.000 habitantes). “He posado para Cartier, Ralph Lauren, Snipes. Es increíble. Y lo mejor es que puedo ayudar a mi familia, que fue el motivo principal por el que vine”, sostiene en un perfecto español con dejes andaluces.
Kane no sabe con mucha claridad si tiene 25 o 26 años porque su familia no registró su nacimiento. En su pasaporte se lee 1999 porque así lo decidió un policía senegalés, que también podría haber puesto un año antes u otro después. Nacido en Touba, ciudad de un millón de habitantes situada a casi 200 kilómetros al este de Dakar, tiene cuatro hermanas por parte de madre. Dice que su familia es de clase “baja, bajísima” y que él carecía de oportunidades. Un día a finales de 2021 unos amigos pescadores le dijeron que estaban preparando un viaje en cayuco hacia las Islas Canarias y no se lo pensó. Se trasladó a Mbou’r, en la costa senegalesa, y en menos de 24 horas estaba en el mar a cambio de los 600 euros que pagó por el billete.
Su embarcación siguió la línea de la costa a unos 400 kilómetros de distancia para evitar a las fuerzas policiales de Senegal, Mauritania y Marruecos. Pensaban que tardarían cinco días en recorrer los 2.500 kilómetros, pero el mar se embraveció y pronto creyeron que todos morirían. “A los siete u ocho días yo ya no tenía esperanzas”, recalca. Hasta que la madrugada de la décima jornada vieron una alta montaña con niebla en la cumbre. Era el Teide, en Tenerife. Cuando un helicóptero les localizó, lo celebraron con cantos y mucha alegría: él y sus compañeros habían sobrevivido sin ya esperarlo. Salvamento Marítimo les remolcó después hasta el puerto tinerfeño. Era un cayuco más de los que llegaron esos días y, aunque no salieron en el telediario, a ellos les daba igual: estaban vivos.
Él sostenía que era mayor de edad, pero lo llevaron a un centro de menores. Estuvo tres meses hasta que su familia envió la documentación y consiguió contactar con un compatriota que vivía en Marbella. Tomo un ferry hasta Huelva y, más tarde, varios autobuses para llegar a su destino final tras pasar por Sevilla y Málaga. Quería ganar dinero lo antes posible, pero su situación administrativa le impedía trabajar con contrato.
Empezó entonces vendiendo bolsos en el paseo marítimo. El miedo a la policía y la ausencia de turistas —era invierno— le hicieron buscar otra opción. Le hablaron de Jaén y allá se fue a dormir tres días en una gasolinera hasta que “un jefe” le pagó por recoger aceituna, labor que realizó durante tres meses. Volvió a la Costa del Sol para seguir como mantero y luego entró en el sector de la construcción. También fregó platos en un restaurante. “Lo que fuese por enviar dinero a casa”, aclara.

“Le veo buen futuro”
Casi tres años después de su llegada, logró finalmente un contrato y, poco después, regularizar su situación trabajando de relaciones públicas de un local del paseo marítimo marbellí. Habla a la perfección español, inglés y francés, además de su idioma natal, así que conseguía muchos clientes para el negocio. Después empezó a trabajar en una empresa de alquiler de embarcaciones acuáticas. Allí le vio un par de veces, en invierno de 2024, el fotógrafo Aleksander Santo, residente local.
Detectó su potencial, le preguntó si había trabajado como modelo alguna vez y si quería participar en una sesión. “Yo no tenía ni idea de eso y le dije que no. Pero luego accedí”, cuenta Kane. “Vino a mi estudio. Hicimos unas fotos artísticas para una exposición y luego le hice unas para un book como modelo”, recuerda Santo. Subieron las fotos a Instagram y ahí empezó la magia. “Al tiempo me llamaron otros fotógrafos, muchas agencias, empecé a ir a desfiles, eventos… Ha sido increíble”, insiste. “Le veo buen futuro porque tiene todos los parámetros: altura, cuerpo perfecto y es guapo. Lo único que le falta es trabajar, adquirir más experiencia”, insiste Santo, feliz de lo que le está pasando a su amigo.
Caminar junto a Kane por el puerto deportivo —donde trabaja durante el día, ya que en la noche lo hace para la discoteca Taok— sorprende. Saluda a cada persona con la que se encuentra y cambia de idioma como quien cambia de camisa. Su sonrisa es interminable y, mientras camina, tiene tiempo también para hacerse unos selfis. No lo parece, pero está sobrepasado desde que hace unas semanas SUR, periódico malagueño, contó su historia. Fue una casualidad: la periodista María Albarral fue a hacer un reportaje sobre la fuerte presión policial que el Ayuntamiento de Marbella está ejerciendo sobre los manteros este verano y se topó con Kane, que le dijo que él sabía poco del tema, pero que le podía contar cómo pasó de un cayuco a la pasarela. La comunicadora afinó el oído y días después era el tema de portada.
“Eso cambió todo: desde entonces me llegan muchas más propuestas de trabajo”, sostiene. “También tengo mensajes de un montón de chicas, que quizá se creen que soy rico o algo así. A las que no conozco ni les contesto, no me fío”, asegura quien tras salir en los medios ha multiplicado por ocho sus seguidores en Instagram hasta superar los 16.000. “Ni los posados de Ana Obregón tenían tanta atención”, advierte divertido uno de sus compañeros entre risas cuando ven al chaval acompañado de prensa. Entonces, suena el clic de la cámara de fotos y Kane se transforma, como si llevase la profesión de modelo en el ADN. “La suya es una buena historia, pero después… ¿Qué? La fama de un reel se va rápido. Debe aprovechar todo esto para hacer contactos y trabajar”, le recomienda Aleksander Santo.
Cuando los focos se apagan, el senegalés continúa con su relato que salta entre el infierno del cayuco y el cielo de Marbella. “Lo mejor es que puedo enviar dinero a mi madre y a mis hermanas cada mes. Ahora soy yo el cabeza de familia”, destaca el chaval justo en el momento en el que, en otro lugar de la ciudad, Vox reclama más presencia policial “para combatir las violentas bandas de migrantes” que llegan a la urbe, según el responsable local de la formación de ultraderecha, Eugenio Moltó.
“Habrá de todo —afirma Kane— pero la mayoría venimos a buscar una vida mejor, ayudar a nuestras familias. ¿Qué otra razón vamos a tener para jugarnos la vida enfrentándonos al océano”, sostiene el senegalés, que una vez pensó que iba a morir pero que ahora cree que aquel sufrimiento sirvió para algo. “Trabajo, cotizo, hago la declaración de la renta. Mi familia está contentísima y aquí conozco gente maravillosa. No me arrepiento de nada: mereció la pena”, concluye feliz poco antes de atender a sus primeros clientes del día con una nueva sonrisa. Sueña con las pasarelas de París, Londres, Milán o Nueva York e incluso con protagonizar una serie con su historia en Netflix. “Hay que soñar”, sostiene.
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