El caos del gran apagón: 12 millones de personas lejos de sus casas, 400.000 viajeros afectados y la UME en infraestructuras críticas
Un mes después del primer cero eléctrico de la historia de España, EL PAÍS reconstruye con datos inéditos y testimonios una jornada de máxima tensión

A un lado, los padres preocupados. Al otro, los niños, que intentan volver a casa. En medio, el apagón del 28 de abril. Y él. Miki. Un profesor del colegio Madrid, en la capital de España. No hay semáforos. El tráfico es caótico: “Desesperante”, dice. Y como el trayecto en el autobús escolar discurre “a 100 metros la hora”, tan grande es el atasco, decide bajarse para acabar recorriendo a pie con siete alumnos de entre 7 y 12 años los kilómetros que les separan de los padres. “Estaba todo llenísimo de gente andando, como cuando nos dejaban salir en el confinamiento, llegamos dos horas o dos horas y media más tarde de lo que solemos”, cuenta ahora que se cumple un mes desde el apagón que sumió a España en un caos que duró largas horas.
La referencia al mundo distópico de la pandemia fotografía el desconcierto generado por el cero eléctrico. Como este profesor y sus alumnos, muchos españoles se las tienen que ingeniar aquel día para volver a casa: a las 12.33, cuando España se va a negro, 22 millones de personas están fuera de casa, y 12 están a más de 10 kilómetros de su hogar, según datos de Nommon, una empresa tecnológica especializada en el análisis de datos anonimizados de telefonía móvil para el estudio de la movilidad y la actividad de la población.
El Metro, las redes de Cercanías o los trenes de media y larga distancia no son la solución para que vuelvan a lugar seguro: unos 400.000 pasajeros de estos medios de transporte ven cómo su día se frena en seco, y tienen que ser desalojados de instalaciones y vagones, al igual que los que esperan a subirse a uno de los 344 vuelos que acaba cancelado. Pedir ayuda tampoco es fácil. A las 13.00, Vodafone ha perdido el 30% del servicio de su red móvil. A las 18.00, el dato se hunde hasta el 65%. Cunde la confusión: igual que hay ciudadanos que se arremolinan en las terrazas de los bares, otros viven esas horas con miedo.
Un mes después, EL PAÍS reconstruye con datos inéditos, testimonios y explicaciones obtenidas en aplicación de la ley de transparencia una jornada sin precedentes que puede haber sembrado la semilla de una anomalía estadística. En los dos días siguientes al apagón se produce un aumento de las muertes previstas del 8%. Un dato que los expertos del Instituto de Salud Carlos III analizan ahora para esclarecer si el incidente tuvo (o no) algo que ver.
—Es mejor no especular. Ya sabremos las causas. No descartamos ninguna hipótesis.
Para cuando el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, comparece y pronuncia esas palabras, se desconoce la razón de que 15 gigawatios se hayan volatilizado del sistema eléctrico a las 12.33.
Sin embargo, las consecuencias ya son palpables. La Unidad Militar de Emergencias (UME) despliega a 934 efectivos, con otros 3.000 militares en espera en sus bases. No solo da apoyo logístico a 71.117 personas, entrega 4.465 mantas, 1.612 raciones de comida y 5.000 litros de agua. También proporciona 99.866 litros de combustible para infraestructuras críticas, que pasan a depender de sus grupos electrógenos mientras el país intenta recuperar el pulso. No es fácil. La UME tiene que llegar allí donde el resto de servicios de emergencias no puede, rescatando a 452 pasajeros. Porque es una jornada maratoniana para bomberos, policías y sanitarios en toda España.
“Te recibían como el ángel de la guarda”, recuerda Armando Cester, médico del cuerpo de bomberos de Zaragoza, que ese día ve cómo su turno se estira en horas infinitas mientras lleva oxígeno y grupos electrógenos a las residencias de mayores. “Los abuelicos son muy agradecidos, veían en ti la posibilidad de seguir respirando”, describe. “Yo les daba un beso en la frente”.

Todo es excepcional en su jornada. Aunque su turno acababa a las 15.00, lo estira hasta pasada la medianoche. Tiene que atender algunos infartos sin poder dar preaviso al hospital para que estén preparados. Y cuando todo termina, la vida misma le sabe distinta. “A las doce de la noche ya nos sentamos a comer algo por primera vez en todo el día. Fueron unos cruasanes que alguien había dejado por ahí, pero que nos supieron como a caviar”, bromea.
Es el resumen de unas horas de crisis sin pausa. Los bomberos de Madrid activan el modo “avalancha”, como corresponde a los trances en los que el número de intervenciones es tan alto que afecta a su tiempo de respuesta.
En la capital son más de 428, pero se hacen tantas intervenciones en tránsito, que ni se apuntan: aún hoy se desconoce el cómputo final. En Valencia, que vive un día festivo, se suman 200 intervenciones, con 130 personas atrapadas en ascensores. En Sevilla hay unas 240 salidas, que incluyen abrir viviendas en las que se ha activado el sistema de teleasistencia, ayudar a cerrar persianas eléctricas de comercios, o suministrar gasoil para los grupos electrógenos de los hospitales. En Zaragoza, 200, cuando normalmente no se llega a la cincuentena. Porque aunque no haya apenas servicio telefónico, los teléfonos de emergencias no paran de sonar.
“A las doce y media [justo después del apagón] nos llegan dos avisos de personas atrapadas en ascensores. Eran los dos más o menos en la misma zona, pensamos que sería un corte de luz, pero a los 20 segundos las líneas se llenaron del mismo aviso y en toda la ciudad”, relata Marco Granado, operador de sala de bomberos de Zaragoza. “Ahí nos empezamos a dar cuenta de que era algo más grande”.
Él vive lo mismo que sus homólogos de toda España. Una explosión de llamadas de auxilio. Da igual que haya problemas de conectividad, y que estos aumenten según pasan las horas (“la duración prolongada de la falta de suministro eléctrico fue agotando los sistemas de baterías y provocando la caída del funcionamiento de los equipos de modo progresivo por zonas”, explica Clara Casas, directora de Soporte y Servicios de Red de Telefónica España).
En la Comunidad Valenciana hay más llamadas que el trágico día de la dana de octubre: 30.000 frente a 20.000. En Andalucía se pasa de las 9.096 llamadas del último lunes de abril de 2024 a las 24.821 del día del apagón. En Madrid, de 5.060 a 10.303. En Castilla y León, de 2.758 a 8.404. Y en Galicia se llega a las 3.000, cuando en los cinco años precedentes nunca se superaron las 2.700 en días homologables. Todos esos servicios son reforzados porque no dejan de entrar pedidos de ayuda.

Teresa A., por ejemplo, se encuentra en el ascensor de su casa con dos amigas cuando se produce el corte de luz. A ninguna de las tres les funciona el móvil, así que tienen que esperar más de media hora a que una vecina con algo de cobertura escuche sus gritos. “No sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar ahí, menos mal que nos escucharon”, apunta.
“Días después seguía llamándonos gente o viniendo a agradecernos la ayuda”, destaca Granado. Porque hay gente con miedo. Algunas llamadas son para atender a personas atrapadas, que no saben cómo volver, o que tienen un problema que podría haber tenido cualquier otro día del año. El 28 de abril, sin embargo, las emergencias se llenan también con un problema específico derivado del apagón. Porque las personas que dependen de bombonas y respiradores temen quedarse sin suministro o capacidad de carga.
“Todos los pacientes extra que llegaban ese día venían por la necesidad de oxígeno”, cuenta una médico de urgencias del hospital Puerta de Hierro, de Majadahonda, en Madrid, que pide no desvelar su nombre. “Llegó un momento en el que decidimos no hacerles la exploración médica porque básicamente lo único que necesitaban era un enchufe”, señala.

Esta doctora calcula que solo para oxígeno ese día llegaron unos 100 pacientes al hospital. “Hubo sensación de colapso porque los pasillos estaban llenos, pero tobo iba bien”, fotografía. “Si el apagón se hubiera demorado más, creo que sí hubiera sido diferente”, aclara.
Para llegar hasta el hospital, los pacientes tienen que sortear mil obstáculos. Los que disponen de coche, se encuentran con calles sin semáforos. Los que quieren coger el transporte público, con que no funcionan los que dependen de la electricidad, y con que coger un autobús, o un taxi, puede ser una odisea, tanta es la demanda. Servicios como Cabify tampoco son una solución: esta compañía ve cómo sus viajes se hunden un 90% con respecto al lunes anterior el día del apagón, según un portavoz.
“En 25 años de servicio no había vivido que los ciudadanos te bajaran comida y bebida, era un día especialmente caluroso en Zaragoza”, describe Ramiro Lezcano, policía local en la ciudad aragonesa, sobre su intensa jornada dirigiendo el tráfico para evitar la anarquía en las calles.
Él libraba el día en el que la electricidad dejó de funcionar. La caída le pilló comprando y pensó que se había ido la luz del establecimiento, pero pronto se dio cuenta de que iba mucho más allá. “Tomé la decisión de ir al trabajo porque la situación podía ser caótica. Recuerdo un sentimiento de incredulidad, parecido al que tuve en la crisis del coronavirus”, apunta. Los mandos distribuyeron a los agentes en diferentes cruces críticos de la ciudad, y a él le tocó en uno en el Camino de las Torres.
En un cierto punto, se acercó un ciudadano a pedir ayuda porque un vecino suyo estaba convulsionando y no podían llamar a emergencias. Lezcano tuvo que priorizar esa atención a través de sus canales de comunicación con el walkie talkie. Los conductores, asegura, mostraron una actitud muy comprensiva: “Creo que todo el mundo entendió que las reglas del juego habían cambiado ese día”. Cuando la normalidad volvió al tráfico en la zona en la que él estaba destinado, tuvo que desplazarse a otros dos puntos más, para dar el relevo a compañeros “que no habían podido moverse ni para ir al baño”.
Así, se multiplican las imágenes de gente haciendo autostop, de aglomeraciones a la puerta de los intercambiadores, de coches atascados, y de caminantes que llenan las principales avenidas.
El 45% de los españoles, más de 22 millones de personas, se encuentra lejos del entorno de su vivienda a las 12:30 de la mañana, cuando ocurre el apagón, según datos de Nommon. De ellas, casi cuatro millones están concentradas en las cinco ciudades más pobladas de España —Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza—, y casi dos solo en en la capital. Sin embargo, la ciudad en la que un mayor porcentaje de personas se ve afectada por encontrarse lejos de su vivienda es Sevilla.
Para muchos, los autobuses son la salvación. En Madrid, por ejemplo, siguen funcionando porque la EMT activa quince grupos electrógenos que consumen casi 5.000 litros de gasoil en cinco sedes. Pero usarlos no es tan fácil: hay colas y problemas para pagar.
Con los datáfonos fuera de juego, y el dinero en metálico como única opción, la actividad económica se resiente. El descenso estimado del gasto en toda España es del 34%, según los analistas de Caixabank Research. El gasto con tarjeta presencial de los españoles en la península es un 42% inferior al de los habitantes de las Islas Baleares, las Islas Canarias, Ceuta y Melilla, según su informe. Y el impacto económico directo alcanza los 400 millones de euros, según el gobierno, que basa el dato en el sistema Redsys, que monitoriza los pagos con tarjeta. Apenas hacen negocio los bazares y tiendas que venden pilas y linternas.
Las consecuencias financieras del golpe, sin embargo, son previsiblemente mayores. Comunidades como Madrid se aventuran a cifrarlo en 300 millones para su territorio. La Xunta de Galicia hace suyo el dato del Foro Económico de Galicia, que estima en 200 millones las pérdidas de las empresas e industrias gallegas por la parada de la producción, daños en la maquinaria, pérdida de stock o merma de ventas al tener que cerrar, como ocurrió con los comercios.
Solo una cosa es segura: cuando la noche llega y la luz vuelve en la mayor parte del país, el alivio de la mayoría contrasta con que queden pasajeros atrapados en trenes detenidos en mitad de ninguna parte, o durmiendo en lugares improvisados porque no han logrado volver a casa. Porque sin electricidad, casi todo se para.
Con información de Sonia Vizoso, Daniela Gutiérrez, Juan Navarro, Mikel Ormazabal, Andrés Herrero Gutiérrez y Javier Martín Arroyo.
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