El arduo rearme tecnológico de Europa
Inteligencia artificial, biotecnología, semiconductores, ciencia espacial y cuántica son sectores clave en la actual geopolítica, donde el poder está ligado a la tecnología. Los países europeos anhelan superar su dependencia de EE UU y China, pero la fragmentación complica el camino


El mundo vive un cambio de época en el cual Europa descubre con creciente sentido de urgencia la necesidad de dotarse de mayor autonomía. El asalto armado lanzado por Rusia en su flanco oriental y las crecientes dudas acerca de la credibilidad de la promesa de protección militar de Washington desde Occidente han producido un abrupto cambio de mentalidad. El canciller alemán, Friedrich Merz, ha cristalizado esa idea afirmando que Europa necesita ser independiente de Estados Unidos, un concepto con más fuerza política que el genérico de la autonomía estratégica. El foco principal de atención es el sector de la defensa. Sin embargo, todo proyecto para evitar ser dependientes o avasallados en el mundo contemporáneo pasa por conseguir un alto nivel de capacidades en tecnologías clave, como la inteligencia artificial, la cuántica o la espacial.
Un episodio del pasado mes de marzo ilustra con crudeza cuán crucial es disponer de ciertas capacidades tecnológicas. Entonces, Elon Musk se encargó de subrayar con un mensaje en la red social X que Starlink —su compañía de suministro de conexión a internet a través de satélites— es “la espina dorsal de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Toda su línea de frente colapsaría si lo desconecto”, apuntó el magnate, de forma veladamente amenazadora, sobre todo teniendo en cuenta otros mensajes en los que por esas fechas expresaba frustración hacia el liderazgo ucranio. El problema reside en que, sin Starlink, Rusia podría inhibir los sistemas convencionales de conexión. Y Europa no dispone de una alternativa al servicio ofrecido por la empresa de Musk. Depende, en este caso, no ya de un Gobierno aliado, sino directamente de una única empresa privada extranjera. Por lo tanto, incluso contar con grandes arsenales no sería suficiente para garantizar la seguridad si no se cuenta con algunas condiciones tecnológicas clave para el uso eficiente de esos recursos militares.
Y la realidad es que Europa se halla rezagada con respecto a EE UU y China en los ámbitos tecnológicos clave, lo que la expone a peligrosas dependencias en distintas áreas. Un reciente informe publicado por el Belfer Center de la Universidad de Harvard constata con un complejo trabajo comparativo que la gran potencia occidental al otro lado del Atlántico retiene la primacía en los cinco sectores cruciales estudiados: inteligencia artificial, biotecnología, semiconductores, tecnología espacial y tecnología cuántica. China se halla en segundo lugar, con especial fortaleza en biotecnología y cuántica, en algunos casos acortando espacios e incluso con visos de poder adelantar. Los países europeos, en solitario, se hallan a una distancia inmensa. Considerados como un conjunto, Harvard estima que sus capacidades equivalen a una mitad de las de EE UU y a dos tercios de las de China. Europa se halla especialmente rezagada en los sectores de semiconductores y tecnología espacial, aquel en el que Musk pudo permitirse aquella heladora observación.
El predominio estadounidense se debe especialmente a un ecosistema único conformado por un mercado de capitales profundísimo, rentable y flexible que da oxígeno a las empresas, a un historial de fuerte capacidad de atracción de talento extranjero y a una cultura empresarial muy propensa a la innovación. Los progresos chinos se deben en gran medida a la férrea voluntad del régimen de avanzar en esa senda acoplada a su capacidad ejecutiva, a la enorme escala de su mercado y de los recursos humanos. Europa no dispone ni de la profundidad de mercados de capitales ni de una férrea voluntad política unitaria.
La fragmentación que todavía afecta al mercado común en el sector financiero es, en concreto, un obstáculo clave en el camino de Europa hacia el rearme tecnológico. En un informe sobre el mercado común, el ex primer ministro italiano Enrico Letta ha señalado cómo esa fragmentación reduce la rentabilidad y eficacia del mercado europeo hasta el punto de que cada año unos 300.000 millones de euros de ahorros europeos se van al mercado estadounidense, restando recursos en un lado del Atlántico y alimentando proyectos empresariales en el otro con una florida financiación. La cuestión es esencial porque el sector público puede propiciar iniciativas y apoyar proyectos, pero el verdadero progreso no será posible en Europa sin una eficaz financiación privada. La Comisión Europea ha lanzado el pasado mes de marzo un paquete de iniciativas para lograr avanzar en la culminación del mercado único financiero, pero el camino se vislumbra arduo, sobre todo teniendo en cuenta todas las resistencias que han impedido hasta ahora una mayor cohesión.
Otro factor clave en la carrera para el rearme tecnológico de Europa es su aguda dependencia en cuanto a materias primas estratégicas —como el litio, el cobalto o las tierras raras— que son esenciales para los desarrollos en el sector. En este segmento, China dispone de una inquietante posición de dominio que puede ser utilizada como herramienta de presión o chantaje. La UE ha aprobado en 2024 una ley dirigida a aumentar capacidades de extracción, transformación y reciclados de ese tipo de materias primas —para las cuales Bruselas hace un monitoreo periódico de nivel de dependencia—. La idea es aumentar la resiliencia, pero en este aspecto también el camino se antoja difícil, visto el dominio de China y el rechazo social a actividades mineras o de refinamiento en Europa.
Por supuesto, además de estas iniciativas transversales, Europa ha puesto en marcha acciones sectoriales. Tal vez la más llamativa sea la ley de chips, entrada en vigor en 2023, que busca impulsar capacidades de diseño y manufactura de semiconductores avanzados en territorio europeo. Estos microprocesadores son esenciales en cualquier emprendimiento tecnológico estratégico. El objetivo declarado es alcanzar un 20% de cuota de mercado desde el aproximadamente 10% actual. Los expertos apuntan a que se trata de un objetivo difícilmente alcanzable. Pésimo síntoma de esa dificultad es la decisión de Intel de aplazar la puesta en marcha de plantas de producción en Alemania y Polonia que eran un estandarte del renacimiento manufacturero en Europa.
La experiencia de los microchips también apunta a otra área transversal que debe ser cuidada en el proceso de impulso tecnológico europeo. Varios países han ido compitiendo con promesas de subsidios para atraer el establecimiento en su territorio de plantas manufactureras. Esto pone en cuestión el régimen de ayudas de Estado, uno que es fundamental para garantizar que el mercado interior sea equilibrado, pero que puede representar un freno en la competición internacional con gobiernos extranjeros que pelean sin ninguna atadura.
La enorme complejidad del impulso a la competitividad tecnológica también atañe a la política comercial. Un sector clave en ese sentido, no contemplado en el informe de Harvard, es el de la tecnología verde. En ella, sobre todo en el subsector de la automoción, es evidente que China ha dado pasos de gigante en los últimos años. Ante sólidos indicios del fortísimo apoyo estatal al desarrollo de coches eléctricos en China, la UE ha decidido el año pasado un aumento de los aranceles en ese sector que compensaba el desbalance provocado por la acción de Pekín y proteger, por esa vía, un espacio de desarrollo para la industria autóctona en un segmento industrial fundamental para el futuro.
En cuanto al capital humano, motor imprescindible del progreso tecnológico, Europa da muestras de intentar aprovechar la hostilidad de la Administración de Trump hacia las universidades y los extranjeros para intentar recuperar terreno. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó el pasado mes de mayo en París junto con el mandatario de Francia, Emmanuel Macron, la iniciativa Elige Europa, un plan para propiciar que investigadores que quieren o deben marcharse de los EE UU de Trump —o que renuncian a futuras perspectivas ahí— decidan establecerse en centros europeos, jugando también la carta del mayor atractivo de un entorno libre y democrático que ofrece frente al represivo y autoritario de China.
Naturalmente, en paralelo a las iniciativas comunitarias, los Estados miembros de la UE desarrollan una plétora de programas nacionales, igual que otros Estados del ámbito europeo que no pertenecen al club comunitario. No obstante, la competición tecnológica mundial es uno de los sectores en los cuales con mayor fuerza se acumulan indicios de una mejor integración europea como único camino para conseguir ser competitivos. El informe de Harvard, por ejemplo, señala que si Europa dispone de cierta competitividad en el sector cuántico se debe en cierta medida a la cohesión promocionada por el programa Horizonte Europa. Pero la fragmentación existe en muchos ámbitos, y el camino para superarla se perfila lleno de obstáculos. Lograr sortearlos, probablemente, es condición necesaria no solo para defender la competitividad europea, sino también para evitar ser vasallos.

LA ERA DE LA TECNOPOLÍTICA
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